Capítulo 28

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El reverendo Steward estaba en su capilla, rezándole al señor para que le diera fuerzas para poder hablar en su nombre a sus fieles mañana en la ceremonia de mañana. A su lado, había una pequeña mesa auxiliar con un poco de té y un par de pastas, a pesar de que el médico le había dicho que con su diabetes las tenía prohibidas. "Pero si no importa" le había dicho él. "Tarde o temprano, todos nos tenemos que ir a reunirnos con el señor". A pesar de lo que le había dicho al médico, casi todo lo que le había prohibido el doctor había desaparecido de sus estanterías, a excepción de las pastas y el sal en los espaguetis. 

-Señor-le decía el reverendo-, últimamente están ocurriendo cosas extrañas en este pueblo. Sin ir más lejos, hace poco más de veinticuatro horas, una de mis feligresas y su marido murieron en una explosión por gas.-Hizo una pequeña pausa para pensar en Natasha y Edmund Prescott. Los había casado cuando había empezado en la iglesia y ahora él iba a hacer la ceremonia de su entierro. Eso era lo más duro. Tener que dar sepultura a personas que apenas habían empezado a vivir era lo más duro. Se acordó de cuando el año anterior había tenido que dar sepultura a una pequeña que había atropellado un turista de Arkansas. Como había ingerido sustancias ilegales, le condenaron por asesinato involuntario y por conducir bajo los efectos de las drogas a quince años de cárcel. Los padres de la pequeña se habían mudado a algún lugar de Maine tras el entierro. Después de esos pensamientos, siguió hablando con Él-. Seguro que ahora están contigo. Por eso te pido que los acojas en tus brazos amorosos y les perdones sus pecados. Gracias por escucharme siempre. Amén.

Se levantó y cogió la bandeja con el té y las pastas para dirigirse a su casa. Posó la bandeja junto a la puerta para poder abrir la cerradura y entró en la casa.

Lo primero que notó al abrir la puerta, fue que hacía frio y que la chimenea estaba encendida. Junto al fuego había una muchacha acompañada de un Doberman. Tenía el cabello oscuro y llevaba un camisón blanco.

-Hola joven-le dijo el reverendo-. Es un poco tarde para las visitas, ¿no crees?

La muchacha se giró para mirarle a los ojos. Era una chica cuyos ojos delataban que estaba triste por algo. Se acercó a ella y se sentó en el sillón frente a ella. Ya la había visto antes, pero en sueños horribles. Era la joven a la que quemaban viva. Algunos ciudadanos del pueblo le habían contado durante sus confesiones, que habían visto a esa muchacha en sueños horribles. Lo que él recordaba, era que siempre le decía lo mismo, tanto a él como a los demás. 

-Se quien eres-le dijo el reverendo-. Eres Amy Watson, la mujer condenada por bruja en el siglo XVIII.

-No fue justo-le dijo ella-, pues no había hecho daño a nadie. Siempre estaba ayudando a la gente. Era lo que ahora se conoce como curandera. Es cierto que tenía poderes que me daban visiones y que era capaz de predecir el futuro. Pero lo que nunca hice fue hacer daño a alguien.

-Lo se-le dijo el reverendo. La joven levantó la cabeza, con una mirada de sorpresa en su rostro. El reverendo había encontrado la biblia de el Padre Damian en un hueco debajo del suelo. El primer reverendo que fue asignado a esa iglesia después de que el pueblo fuera reconstruido, la había encontrado en la cripta de la iglesia, que era de la original.-. Encontré la biblia del Padre Damian y vi todas las atrocidades que había cometido en sus años como padre. Entre ellas, conseguir que el novio de una joven ermitaña la delatara como bruja, matar al hijo de una de sus clientas haciendo que pareciera obra de ella, para después poder quemarla por bujería. Eras tu, ¿verdad?

-Si-le dijo la joven-, era yo. ¿Cómo apareció la biblia de ese hombre de esa forma? Él no se separaba de ella. Pensaba que se habría destruido cuando provocó el incendio de la iglesia.

-La destrucción del pueblo original;-empezó a decir el reverendo. Él siempre había pensado que había sido obra de ella, pero ahora no estaba tan seguro.-las desapariciones, la plaga y el incendio de la iglesia que mató a los que quedaban en el pueblo. Fue obra de él también, ¿es eso lo que ocurrió?

-Si-le dijo ella.-. Y ahora va a ocurrir algo peor en este lugar dentro de muy poco tiempo, en menos de veinticuatro horas. Si no se van de este lugar, todos morirán. Incluido usted. 

Al reverendo le fue cambiando la cara de asustado a aterrorizado. Lo de que en menos de veinticuatro horas todos morirían, le había dejado blanco. Se levantó a la cocina y fue a por un café. Tenía que encontrar la forma de que se fueran él y al menos la mayor parte del pueblo. Pero sabía que la mayor parte del pueblo no le creerían. Lo mejor era que avisara mañana en la ceremonia, si es que lograba darla. Se había sumido tanto en sus pensamientos, que no se había dado cuenta de que la taza ya estaba llena y se había acabado desbordando. Levantó la taza para pasar un trapo por debajo de ella la meseta y limpió el culo de la taza y el plato en el que estaba. Volvió al salón, pero para su sorpresa, Amy ya no estaba allí, pero había una nota en la mesa del té.

-¿Lo he soñado?-se dijo a sí mismo en alto.- Tonterías, eso fue real.

Se sentó en el sillón y cogió la nota. El mensaje que leyó, le dejó igual de aterrado que cuando le había dicho eso Amy. La nota decía: "Mañana, Lincoln Hill y Lincoln Forest desaparecerán, pase lo que pase. Rezaré por que vuestras almas no lleguen a las manos de Damian. Todo el futuro del pueblo depende de los chicos de fuera."

-Yo también rezaré por nosotros- se dijo a si mismo-, para que logren ganar esos jóvenes. 

El reverendo tomó un sorbo de su café y lo dejó en la mesa. Poco después, estaba durmiendo, teniendo pesadillas sobre el futuro que se cernía sobre el pueblo hasta que se despertó a la mañana siguiente. 


Nathan, a pesar del dolor que sentía, sabía que tenía que luchar para poder conseguir salir de allí con sus amigos y con Claire, por supuesto. Ahora que ya sabía lo que sentía por ella, y lo que ella sentía por él, tenía que luchar por el futuro que quería construir junto a ella. Ella estaba junto con Anne y Mathew, en un lado de la estancia. En total, eran casi cincuenta, contando los prisioneros que estaban heridos. Él solo sabía que, si no lograba sacarla de allí, no podría seguir viviendo. Aunque significara su muerte, sacaría a Claire con vida, costara lo que costara. Se acercó a ella y la apartó un momento de los demás.

-¿Cómo te encuentras?-le dijo él.

-Yo estoy bien-le dijo ella-, pero tu herida no tiene buen aspecto.

Se miró el vendaje que le habían hecho Claire y Anne antes de que los subieran al coche los guardas. Estaba muy manchado de sangre. Lo más probable era que fuera a necesitar puntos.

-Si encontráramos aguja e hilo,-dijo Nathan-podríamos coser la herida.

-Yo tengo algo de hilo-dijo una de las mujeres que estaban con ellos. Era una mujer un poco rellenita que debía de rondar los cincuenta años. Su cabello color vino le llegaba hasta los hombros y llevaba un montón de alfileres en un bolsillo derecho de la blusa de color crema que llevaba puesta.-Soy costurera, así que no creo que la diferencia entre coser una herida o un pantalón sea mucha. Quítate la camisa.

Nathan obedeció. Vio que se estaba formando un buen moretón en la zona del disparo. Se quitó la venda con ayuda de Claire y la mujer se puso manos a la obra. Con las tijeras, sacó la bala del agujero y se puso a coser la herida como una enfermera profesional. En total, solo fueron un par de puntos.

-Gracias señora.-le dijo Nathan.

-Por favor, llámame Sheila.-le dijo la mujer.

En cuanto le dieron las gracias, Nathan estuvo hablando un poco más con Claire y le dio un beso. Fue un beso largo, tanto que incluso atrajo las miradas de alguno. En cuanto se separaron, se dio cuenta de que le dolía el hombro a horrores. Vio que Ryan estaba hablando con Catherine, su compañera de algo. No se quería entrometer, pero tenía que saber cuál era el plan para escapar de ese sitio y encontrar a su otro amigo desaparecido, del que estaba seguro que también estaba en ese lugar. Se acercó a ellos con paso decidido. Todos los demás ya estaban hablando entre ellos. 

-Creo que no es buena idea ir directamente a por ellos-le decía Catherine a Ryan-, porque no sabemos ni cuántos son y si están bien armados.

-Es nuestra única opción de salir de aquí con vida-le decía Ryan-, a menos que se te ocurra un plan mejor.

-Yo tengo un plan-les dijo Nathan-, pero solo funcionará si todos saben el plan o fracasará.

Ryan miró a su compañera y ella lo miró a él. Estuvieron así durante unos segundos hasta que Ryan volvió a mirar a Nathan.

-Cuál es tu plan-le dijo Ryan.

La Maldición de Lincoln ForestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora