Capítulo 30| Un desenlace inesperado

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E L I Z A.

A lo largo de mis veintitrés años de edad, me he "enamorado" cientos de veces. Sí, puede que en su mayoría de personajes ficticios, siendo el primero de todos y el más importante Jack Frost «Ajam, justamente él»; pero también tuve sentimientos por chicos de mi realidad, obviamente el más destacable dentro de esa categoría era Noah, crush eterno, Ramos, y en ese entonces podía jurar que estaba enamorada de ellos. Pero con lo impredecible que es la vida llegó cierto príncipe demonio gruñón y fastidioso que tumbó por completo mi aparente entendimiento del amor.

Desde un principio nuestra relación se desarrolló de una manera extraña, y es que, como es de suponer, cualquier tipo de relación entre un demonio sanguinario y quisquilloso con una adorable e inocente humana como yo no es lo que uno podría meter dentro de los estándares de "normal".

Para empezar, cuando nos conocimos el demente quiso comerme, «Co.mer.me.», y desde luego yo, como fiel seguidora de los magos, mestizos y mitad dioses, le salte encima y le ordené que se sentará como un perrito. Y con ese desastroso primer encuentro comenzamos a vivir bajo el mismo techo, nos acoplamos, muy forzosamente, a la rutina del otro. Le enseñé muchas costumbres humanas y él me enseñó la carencia de cultura demoníaca. Comprendimos lo diferentes que eran nuestras personalidades y discutíamos por todo. A pesar de hablar el mismo idioma no nos entendíamos y cuando se mandaba alguna de las suyas allí estaba yo dispuesta a actuar como lo que era: su niñera. ¿Y saben qué? ¡Estaba perfecto! Esa justamente tendría que haber sido nuestra relación para siempre: él haciendo sus típicas rabietas de príncipe gruñón de dos mil años de edad y yo corrigiéndolo hasta que por arte de magia algún día crezca y madure para convertirse en un demonio mínimamente decente y con, por lo menos, una pizca de compasión. Ya saben, una típica relación de niñera-niño a cargo. Pero en algún punto nuestra relación dió un giro totalmente inesperado, de repente él estaba siempre ahí para mí, protegiéndome, yo estaba detrás de él preocupándome profundamente por su seguridad a pesar de su inmortalidad. De pronto Lío me preparaba tazas de leche con chocolate y yo le cocinaba panqueques. Mientras él intentaba aprender a hacer galletas con los niños, yo me sentaba en la encimera de la cocina y, a la vez que les daba instrucciones, le sacaba fotos disimuladamente por qué me fascinaba verlo usando mi delantal y con ese gesto de concentración que pone cuando estaba empeñado en comprender algo. En las tardes, él me molestaba haciendo comentarios sarcásticos de las portadas cursis de mis libros y yo hacía lo mismo pero con sus mangas excesivamente sangrientos. En el día nos divertíamos sacando de quicio al otro y en las noches nos buscabámos el uno al otro. Necesitando... no, anhelando el espacio reconfortante e íntimo que se creaba entre nosotros.

Solté un suspiro de aire soñador al recordarlo: Él rodeándome con sus fuertes brazos y yo aferrándome a él como una niña a su almohada gigante con el rostro de Adrien Agreste.

Y eso,señoritos y señoritas, eso estaba muy mal. Nuestra relación jamás tendría que haber llegado a ese punto, de hecho ni siquiera deberíamos haber cruzado el límite de invadir el espacio personal del otro y dejar de gritarnos maldiciones el uno al otro. Pero habíamos transgredido ese límite y lo peor era que habían sentimientos en juego. Peligrosos sentimientos.

Me gustaba.

Me encantaba.

Me fascinaba.

Había momentos en dónde con sólo mirarlo o sentir su presencia en la misma habitación podía sentir como mi estómago comenzaba a cosquillear.

Pero, por otro lado, también lo odiaba.

Me fastidiaba.

Me volvía loca, desquiciada, inquieta y lo peor: me asustaba. Me asustaba por completo comenzar a sentir cosas que jamás sentí gracias a Lío.

Lo que nos pasó por tontos (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora