Capítulo 33| Las condiciones de la almohada

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E L I Z A.

La espesa bruma de la inconsciencia me poseía y envolvía como un asfixiante abrazo. Pero no uno lindo de esos que nos dan nuestras abuelas o madres cuando comemos toda la comida que nos prepararon, no por supuesto que no. Este era uno que oprimía mi pecho al punto de hacerme difícil respirar. Arrugando mi rostro con frustración aparte de una patada todas las mantas que me envolvían como un panqueque.

Una vez liberada de la opresión tuve la intención de rodar sobre mi costado pero inmediatamente en cuanto me moví, los músculos de mi espalda tiraron provocándome una hilera de dolor que estalló desde mi cervical y recorrió todo mi cuerpo hasta la punta de mis pies. Lancé un grito ahogado. Auch. Me quedé totalmente quieta en mi lugar y tragué saliva pero noté la boca pastosa. Necesitaba agua. Mucha agua.

Mierda.

Lloriqueando como una niñita me erguí de manera lenta y con cuidado sobre el suave colchón en el que dormía. Sentía mi mente confusa y mi cuerpo como la mierda. ¿Acaso había ido otra vez al parque de castillos inflables con Toby o qué...?

Pasando una mano sobre mi cabello para quitármelo de la cara, abrí lentamente los ojos y me quedé en estado: loading...

Esta no era mi habitación. Mucho menos era parte de mi casa. Para empezar todo allí era... rojo. Frunciendo el ceño me incorporé poco a poco mientras mantenía mi mirada atenta a mi alrededor.

La luz del sol se colaba por la ventana a través de las cortinas rojas, provocando que casi toda mi visión se bañara de ese color. Estaba en una habitación de tamaño mediano cuyos únicos muebles, además de la cama gigante de dos plazas en la que estaba sentada, eran una pequeña cómoda al costado de la cama y frente a mí, un armario. Ambos de color negro.

La inquietud floreció en la boca de mi estómago y me obligó a moverme para averiguar dónde rayos estaba. Solté un gruñido cuando finalmente pude coordinar mis músculos hechos papilla para ponerme de pie.

Había dos puertas en ambos extremos de la habitación. Luego de dudarlo un momento, me decidí por la de la izquierda. Giré la perilla con cuidado y me adentre con cautela. Claro que segundos después de ya estar dentro de la habitación, mi estúpida y para nada inteligente mente comenzó a pensar: ¿Qué sucede si estoy secuestrada? ¿Y si los matones que me secuestraron están esperándome aquí? Oh, por el amor a los tamales. ¿Siquiera podría salir con vida? ¿Con que podría golpearlos? No tengo mi sartén a mano, lo que significa que en estos momentos me encuentro totalmente expuesta y desarmada. Tampoco tengo ningún demonio a mi lado al cual morder... momento. A todo esto, ¿Dónde estaban los demonios? ¿Dónde estaba Lio?

Mi cabeza estaba a punto de explotar tratando de procesar lo que estaba sucediendo cuando encendí el interruptor y se hizo la luz. Sorprendentemente, les diré que no me encontré con ningún matón o secuestrador, en su lugar, quien me recibió fue Kalev. Bueno, más bien un cuadro gigante de él montando un corsel negro y haciendo equitación como todo un profesional. Lo extraño de todo esto no era la mirada excesivamente melancólica en la que se lo mostraba al demonio mirando al horizonte, sino el tamaño demencial del cuadro colgado sobre el inodoro.

Sí, sobre el inodoro.

Quise tragar saliva con nerviosismo pero nuevamente noté lo reseca que se encontraba mi boca. Me giré rápidamente hacia el lavamanos y con mis manos temblorosas abrí la canilla para tomar agua del grifo con desesperación. Una vez calmada mi sed, apoye mis manos sobre el lavado y alce la vista. Uh, mala idea. Una loca me devolvió la mirada al otro lado del espejo y casi me largo a llorar.

A ver amigos, dejemos esto claro: Sé perfectamente que no soy una chica fea. Tengo mis encantos, sí. Pero también sé que no soy Bárbara Palvin o rayita. Así que, digamos que tenía una autoestima mediana, equilibrada, normalita. Aun así, les aseguro que aunque estén en buenos términos con su apariencia, verse a uno mismo en el estado en el que yo estaba... bueno, no era un sentimiento muy agradable, precisamente.

Lo que nos pasó por tontos (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora