Capítulo 5| El Armario de mamá.

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AVISO: es un capítulo un poquis largo y al final hay memes 7u7.
FIN DEL COMUNICADO.

📌 Toma nota querido lector: ponerle nombre lindos a bestias asesinas no las vuelve lindas.

E L I Z A.

La mala suerte y romper la ley vienen prácticamente de la mano. Dado que yo estoy hecha de un 99.99% de mala suerte era de esperarse que la comisaría del pueblo ya contara con mi propio y extenso historial policíaco, en mi defensa estaba lleno de delitos menores: en su mayoría malentendidos que culminaron como actos de vandalismo, como por ejemplo: cuando obtuve mi primer empleo en la pizzería y se me ocurrió la tonta idea de repartir las pizzas en patines, como era de esperarse al tener dos pies izquierdos termine cayendo accidentalmente sobre el parabrisas del auto del señor Torres quebrandolo en mil pedacitos, o cuando incendié la tienda de Tacos del Tío Carlos. Pero siendo justos, deberían poner un cartel que advirtiera que las tortillas eran altamente inflamables.

En fin, hoy era un buen día para mi historial de delitos, ya que muy pronto un cargo por invasión a la propiedad sería la nueva adquisición.

De un brincó caí de cuclillas sobre el suelo del sótano de mis nuevos vecinos. Estaba completamente a oscuras, así que mientras tanteaba en busca de la linterna en el bolsillo trasero de mi pantalón, llamé a la responsable de mi ataque de nervios que, como no, era la traviesa perra de Lío.

- Psst, Bambi, Psst.

¡Solo les había dado la espalda tres minutos!

Tres miseros minutos resultó ser el tiempo suficiente para que los cuatro perros del infierno, que los niños demonios habían traído consigo a la tierra, se escaparan para aterrorizar a nuestro nuevo vecindario.

Un repentino sonido de algo estrellándose contra el suelo hizo que brincara en mi lugar. Desesperada golpeé varias veces la linterna hasta que al fin esta se dignó a prenderse.

- ¿Bambi?

Una pequeña cachorro Beagle me miró ladeando la cabeza. Esa pequeña bola de pelos podría considerarse por cualquiera como la cosa más tierna jamás antes vista, claro si ignoraban el hecho de que estaba parada sobre la mitad inferior de un cadáver y el espeso líquido color escarlata que caía de su pequeño hocico.

Genial, se había comido la mitad del cadáver de nuestro vecino de al lado.

Cerré los ojos e inhale profundamente. Oh, oh. Mala idea, el aroma a hierro de la sangre y la putrefacción de la carne invadió mis fosas nasales.

Hice una pinza con mis dedos y presioné mis narinas. Respirando solo por la boca continúe mi intento de mantener la calma. Ponerme histérica y entrar en pánico no me servirá de mucho. Si quería sobrevivir a este empleo infernal debía mantener la cabeza en frío y saber sobre ponerme a la situación.

- ¡Ven aquí ahora mismo! - le ordené furiosa.

Okey, tal vez no estaba tan tranquila.

Santos perros del infierno, ¡Solo hacía tres horas que nos habíamos mudado y ya tenía que esconder un cuerpo!

- ¡¿Por qué hiciste eso?! - regañé a la falsa Beagle.

En respuesta el can se acercó a mí moviendo alegremente su cola. Se dio la vuelta y quedó boca arriba, una clara invitación para acariciarla.

Negué con la cabeza ante la actitud arrogante y sin escrúpulos de la perra. Ya veía de dónde venía el dicho "los perros se parecen a sus dueños".

Lo que nos pasó por tontos (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora