Capítulo 12

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—Se puede saber ¿Donde cojones están mis hijos?— Dijo Ares furioso—Con el tiempo que me están haciendo de perder, ya podría haber arrasado siete ciudades.

—Paciencia Ares— Dijo Atenea tranquilamente mientras acariciaba a querida lechuza.

—¿Paciencia, Atenea? ¿Enserio?— Ares frunció el ceño ante la respuesta de la diosa de la sabiduria.

—Están de camino, espera un poco más— Atenea siguió dándole mimos a su lechuza, la cual ululaba por las caricias que le daba su dueña.

—Ya no voy a esperar más— Ares salió de la tienda y justamente al quitar la tela de la entrada se topó con sus dos hijos.

—Hola padre— Digeron los dos pero Ares los tomó por el cuello de la pechera y los tiró con fuerza al interior de ella.

Rodaron por el suelo de la tienda mientras que Atenea los miraba con seriedad y tranquila. Ares se volvió sobre ellos y los miró con furia ambos gemelos, ellos retrocedieron arrastrándose marcha atrás y se dieron con el final de la tienda, el rojo de los ojos de Ares se intensificó a un más al tenerlos acorralados.

—Dadme una buena razón para no destriparos aquí mismo— Voceó Ares.

—Mariam— Vocearon los dos gemelos.

Ares se detuvo en el acto y relajo su postura pero sin dejarlos de mirar fijamente, una risa suave salió de los labios de Atenea. Ella sabía desde un principio, que los dos gemelos estuvieron con la prodigiosa guerrera, el pronunciar nombre hizo que el dios de la guerra se relajase y se tranquilizarse pero no que bajase su guardia.

—Mentis— Frunció el ceño Ares.

—Padre, es verdad— Soltó Deimos.

—Nos la encontramos luchando contra unos hombres en el interior de la forja de Hefesto— Continuó Fobos.

—No os creo—Ares se inclinó peligrosamente sobre sus dos descendientes.

—No mienten Ares— Dijo Atenea.

—A claro, te lo ha contado tu preciosa lechuza—Dijo con ironía Ares y regalo una mirada de desprecio hacia la diosa.

La lechuza ululó en respuesta a lo que le había dicho Ares y Atenea le dio un beso en el pico de esta. Ares puso los ojos en blanco y soltó un gruñido de irritación. Los gemelos se levantaron del suelo y se quitaron el polvo de sus ropajes.

—Los ejércitos ya están armados, cuando queráis, comenzamos—Dijo Enio asomándose al interior de la tienda.

Todos se giraron ante la repentina llegada de la diosa destructora de ciudades, la cual, esperaba con ansias el comienzo del combate.

—Que vayan poniéndose en marcha— Ordenó Atenea.

—Que ganas tengo de arrancar unas cuantas cabezas y escuchar los gritos de dolor, es música para mis oidos— Comentó Ares cuando salía de la tienda y tras él le seguía sus dos hijos.

—Y yo el crugir de huesos—Soltó Fobos y su hermano, Deimos, se río.

Ares tenía claro de que lado estaba en la batalla, Tebas y por un precisa razón.

El fundador de la ciudad de Tebas, Cadmo, para apaciguar su ira tras haber matado a su querido dragón, había tomado la mano en sagrado matrimonio de su hija, Harmonia. Luchaba por su hija, no por su marido, a sí que, si no hubiera ningún hijo o alguien de gran importancia de por medio, él le daría igual de cual lado donde ponerse, como hizo en la guerra de Troya. Él solo le importaba terminar bañado en la sangre sus enemigos, ver como sus débiles cuerpos se partían ante el paso de su espada y ser atravesados por su lanza, y contemplar los estragos que hacía él a su paso.

Esposa de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora