En el reino de Epiro, en cuya capital Ambracia, el rey de aquel lugar estaba desesperado por encontrar esposa.
Había ofrecido diversas propuestas a los distintos reinos vecinos pero ningún le había contestado a su petición de matrimonio. Necesitaba una esposa para continuar su linaje, da igual cual fuera el precio a pagar para no dejar morir su dinastía.
Uno de sus sirviente vino a sus aposentos. El monarca estaba concentrado mirando una gran mapa de su territorio y los de su alrededor.
—¿Traes buenas noticias?—Levantó la cabeza el monarca para ver a su sirviente.
—Lo han rechazado su majestad—Respondió el siervo.
—Podéis retiraros.
El sirviente supo que el su señor necesitaba tomarse un respiro a solas, al no tener heredero al trono, el reino estaba pedido.
—¡Joder!— Gritó el rey y del arrebato de la ira, tiró al suelo todo lo que había en la mesa. Se llevó la manos a la cabeza por la desesperación que estaba pasando por su cuerpo —¿Que he hecho para merecer esto?
La única cosa que podía rezar a los dioses y pedirles ayuda. Se fue de sus aposentos, recorrió los pasillos a paso ligero y entró al santuario de su palacio. Cerró las puertas al entrar al sagrado lugar, antes de continuar se serenó un poco y luego rezó en los diversos altares que había en el Santuario. Zeus, Hera, Hermes...
—Oh Hera, diosa del matrimonio, ayúdame en la búsqueda que una esposa. Gran Reina de los dioses, te lo imploro— El rey cerró sus ojos para concentrarse en sus oraciones.
Uno de los olímpicos, había escuchado las plegarias de aquel rey, que ahora se derrumbaba en uno de los altares.
Una paloma blanca se coló por la ventana del santuario y se escondió detrás de una de las columnas del recinto. Aquella paloma se transformó en una bellísima mujer, que vestía ropa provocadora que incitaba al desenfreno y de mirada hipnotizante y lujuriosa, cuyas curvas de su cuerpo podría rendir a sus pies a cualquiera.
—Oh Ristos, he escuchado tus plegarias y vengo ayudarte— Dijo la diosa.
—Afrodita— Dijo Ristos al ver la deidad del amor y besó sus pies— Gracias a los altos cielos que alguien me ha escuchado. Haré todo lo que me pidáis por concederme una esposa.
—¿Lo que yo pida?—Una mueca malvada se le había se le había dibujado en su rostro —Puedo hacer que cualquier mujer quede prendada de ti, de cualquier estatus o reino que tu desees, pero...
—¿Pero?— Frunció el ceño Ristos ante la espera de las palabras de la diosas.
—Con una condición. Quiero que hagas algo por mi.
—¿Y que es, Afrodita?
—Hay una familia que se ha burlado de mí, de mi belleza y amor que les he dado. Han dejado de rezarme y me han quitado de su altar, y por tal ofensa deben pagar un alto precio.
La diosa caminó al alrededor del rey, el cual seguía de rodillas en el suelo, mirando la gran belleza y sensualidad de la diosa del amor.
—¿No es cierto el dicho "todo vale en el amor y en la guerra"?— Afrodita se detuvo delante del rey y lo miró con superioridad —Yo te ofrezco una mujer y tu matas a esa familia entera. ¿O prefieres que tu dinastía y reino mueran?
Ristos no sabía cómo responder ante aquella petición, ambas decisiones eran muy difíciles para elegirlas sin meditarlas. Pero no podía hacer perder la paciencia de la diosa, sino, no tendrá otra oportunidad para continuar su legado.
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Esposa de la Guerra
AventuraTodos los mitos griegos hablan de grandes héroes, pero en este mito la protagonista en una simple mortal que se tendrá que enfrentar a su destino.