Llevo algunas noches que no descanso bien, muchas de las ocasiones me quedo en vela y lo único que puedo hacer es dar vueltas por el Olimpo hasta que me canse. Muchas de las deidades descansaban y otras estaban despiertas y realizaban sus debidas tareas.
Mientras Ares dormía plácidamente, me levante lentamente de la cama evitando que se despertará. Me volvía a vestir con mis ropajes sin hacer el mínimo ruido y salía del templo.
Llené mis pulmones con el aire de la noche y admiré el manto de Nyx en silencio. Observé las estrellas y sus constelaciones, sus figuras, las historias que contaban, pero no me quedé mucho tiempo embelesada con la belleza de la oscuridad y me puse en marcha.
Recorrí los pasillos despacio, recordando cada rincón, cada detalle que había hasta el que sonido de las fuentes llamó mi atención. Su tranquilo sonido, el baile de las aguas era algo hipnótico que me invitaba a acercarme.
Me asomé a la fuente y vi reflejo, había cambiado mucho, ya no era la chica que antes luchaba como si fuera el último día y que cada día era una aventura nueva, ahora el ser que todos mortales debían adorar, rezar y pedir ayuda cuando el mundo se le venía encima y que yo misma rezaba antes de convertirme en lo que soy ahora.
Tanto tiempo ha pasado...
—Mariam ¿No estarás pensando hacer lo mismo que Narciso?— Dijo el rey de los dioses a mis espaldas.
Narciso era un joven extremadamente atractivo y bello, siendo capaz con su sola presencia de enamorar a todos los hombres y mujeres que le vieran, aunque solo fuera una vez. Esto hacía que Narciso fuera una persona demasiado vanidosa, despreciando a todo aquel que se enamorara de él, y siendo incapaz de ver la belleza de nada más, ni siquiera de la naturaleza que le rodeaba. Y fue esta gran vanidad la que le condenó.
Ameinias se enamoró locamente de Narciso, pero fue rechazo. El rechazo de Narciso fue extremadamente cruel, ya que entregó una espada a Ameinias, como una forma de reírse de la hombría del joven. Ameinias lleno de dolor por el rechazo se suicidó con la espada y pidió a Némesis que vengara su muerte.
Némesis escuchó al joven moribundo, el cual se quitó la vida en la misma puerta de la casa de Narciso. La diosa se dió cuenta de la conducta de este joven vanidoso y urdió un plan para castigar por todo el daño que estaba provocando.
No muy lejos, en el bosque, Eco era una oréade, una especie de ninfa unida a las montañas, que fue criada por las musas, y de la que se decía que su voz era capaz de pronunciar las voces más hermosas del mundo. Eco llamaba la atención de todos mediante su voz, y eso hizo que Hera sintiera celos, temiendo que su marido Zeus pudiera cortejarla. Por ello, Hera hizo que Eco solo pudiera decir las últimas palabras que escuchara de la persona con la que hablara.
Desde que se quedó sin voz Eco era muy tímida y por ello aunque se había enamorado de Narciso nada más verle, no se atrevía a hablar con él. Narciso estaba totalmente seguro de que alguien le estaba observando, y habló hacia la zona en la que pensaba que se encontraba la persona extraña. Ambos intercambiaron algunas palabras, siendo las de Eco siempre las mismas que las últimas dichas por Narciso. Finalmente Eco se atrevió a salir de su escondite, intentando abrazar a su amado, pero Narciso la rechazó, al igual que había rechazado a cualquier persona a lo largo de su vida, y Eco huyó desconsolada.
Némesis uso todas sus armas para engañar a Narciso, haciendo que se acercara a un arroyo, y viera allí su bello rostro reflejado, provocando que no pudiera dejar de mirarse a sí mismo.
Al verse reflejado en el lago, se enamoró perdidamente de su reflejo, no podía dejarse de mirar. Se tiró minutos, horas, días, semanas mirándose, no comió ni bebió nada. En el momento que quiso besar su reflejo, sintió que fue rechazado y ante su rechazado, tomó su propia espada y se quitó la vida.
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Esposa de la Guerra
AventuraTodos los mitos griegos hablan de grandes héroes, pero en este mito la protagonista en una simple mortal que se tendrá que enfrentar a su destino.