Capítulo 2

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Ante nosotras se alzaban los valientes y fuertes 300 espartanos que lucharon en las Termópilas. Sus cuerpos fuertes y musculosos que portaban sus lanzas y escudos pero el color de su piel era como el mármol, blanco y frío, en sus cuerpos estaban marcados las heridas que se hicieron en combate.

—¿Constantine?— Pregunto Hécate.

De entre el grupo de soldados, sale un hombre que tiene una cicatriz en el ojo, de ojos castaños y de cabello moreno.

—Aquí estoy— Respondió.

—Constantine, te presento a tu nieta, Mariam— Dijo Hécate de forma serena.

Constantine se me queda mirando y de sus ojos se le escapa unas pequeñas lágrimas.

—Mi nieta... Te pareces a tu madre. Mirate, ya una mujer hecha y derecha, y por lo que veo una gran guerrera... Han pasado tantos años desde que morí en combate y viendo como mi sangre corre por tus venas me enorgullece verte lo que eres—Dijo Constantine con alegría.

—Y yo me siento orgullosa de haberte conocido abuelo, mamá me habló mucho de ti y de la aventuras que habías hecho en las batallas ojalá estuviera aquí Alesandro, tu nieto, para que te conociera—Dije con una sonrisa.

De repente un soldado se nos acerca hacia nosotros, lleva en su yelmo un gran penacho de crines de caballo, de barba y pelo oscuro y de ojos profundos.

—¿Con quien estas hablando, Constantine?— Dijo el soldado.

—Ah, Leónidas, os presento a mi nieta, Mariam.

—No me lo puedo creer, estoy ante el mismo Leónidas, es un honor conoceros su majestad—Dije sorprendida.

—El honor es mío— Dijo Leónidas con una sonrisa —¿que te trae por aquí si se puede saber?

—Suspiro. Se ha detectado un grupo de persas que se dirigen hacia Esparta, ascendiendo por el río— Dije mirándole a los ojos —Me adentre yo sola en el bosque para localizar el grupo y me encontré con Hécate y me llevó hasta aquí.

—Eres muy valiente para venir hasta aquí tú sola, admiro esa valentía y belleza que tienes—Dijo Leónidas.

—No es para tanto, solo hago lo correcto, además solo lo hacia por el bien de Esparta— Sonreí.

—No quiere entrometerme pero presiento que algo va mal— Dijo Hécate.

—¿Como que algo va mal?— Preguntó Constantine.

De repente, un grito desgarrador que hiela sangre se escucho en el silencio de la noche. Todos los que estábamos allí nos pusimos en alerta.

Comencé a sentirme rara al escuchar ese grito, me dolía la cabeza, Hécate se dio cuenta de lo que me sucedía, mis ojos habían cambiado de color... Un rojo como la sangre que corre por nuestras venas y una sed de combatir hasta que se me ha agotan las fuerzas.

 Un rojo como la sangre que corre por nuestras venas y una sed de combatir hasta que se me ha agotan las fuerzas

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Esposa de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora