Capítulo 22

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Hoy fue el último día en Tracia, la mañana anterior había preparado mis cosas para partir cuanto antes y llegar por fin a mi hogar.

He de decir, que Tracia y Esparta tienen cosas en común. Nuestros pueblos son los más bélicos de toda Grecia, dedicamos una parte de nuestra vida al combate y la guerra, y somos un claro ejemplo de bravura a la hora de luchar, que muchas ciudades-Estado nos respetan y evitan a toda costa entrar en guerra con nosotros. A pesar de que nuestras relaciones entre las diversas ciudades son tensas.

El palacio de Ares, ha sido para este tiempo, mi segunda casa. Conozco como si fuera mi palma de mi mano cada habitación, pasillo, rincón de este inmenso lugar. Se me llenaba de tristeza el corazón abandonar este lugar y no volver más a él. He pasado tanto tiempo en este lugar que se me va hacer imposible de olvidarlo. Me ha hecho mella en el alma.

Me quedaba muy pocas cosas para recoger, las que estaban en la alcoba. No pude quedarme mirando la cama, la misma que comportí con el dios de la guerra y que ahora, sin mi presencia, va a estar un poco vacía.
Sus sábanas oscuras que me había arropado y quitado el frío de algunas noches, pero fue el calor que desprendía el gran cuerpo de Ares que hizo que el interior de la cama fuera cálido y agradable.

Ya casi había terminado de recoger mis cosas hasta que note que alguien se acercaba a la alcoba. Y era justamente la persona que tenía en mente en esos instantes.

Por la puerta de la alcoba apareció Ares, el dios de la guerra se apoyó contra el marco de la puerta y se me quedó mirando en silencio, como si estuviera grabando en su mente los últimos momentos que iba estar en esa misma habitación.

—Me voy Ares— Dije con un poco de triste hacia el dios.

Ante mis palabras que había dicho, él miró al suelo para evitar que yo viera que le estaba costando que mi partirá fuera inminente.

—Ya lo sé—Alzó si cabeza para verme los ojos—No puedo evitar que te marches, eres libre y no voy a cortar tus alas.

Me acerqué lentamente hacia él, tuve que alzar mi cara para poder ver su rostro.
Me quedé unos segundos mirándole a los ojos, esos mismo rubíes que me han estado mirando y vigilado desde ya hacia mucho tiempo y que ahora se me habían grabando en el alma. Acaricié su gran brazo como mi pequeña mano, podía sentir la tensión que tenía sus músculos con el rozar mis dedos con piel. Solté un gran suspiro porque sabía que esta iba a ser la última vez, que iba estar tan cerca del dios que adora y venera mi pueblo.

—Te voy a echar en falta Ares y especialmente en las noches más frías y oscuras.

—Yo a ti también Mariam— Dijo mirándome a los ojos —Quiero darte algo, para que te acuerdes de mí.

—¿Y que es, Ares?— Pregunté con curiosidad.

—Ve y siéntate enfrente del espejo— Señaló el tocador que teníamos en la alcoba.

Me fui a donde me había dicho Ares y tomé asiento. Ares se acercó y abrió uno de sus grandes arcones y sacó una caja de madera oscura.
Tras sacarla, cerró el arcón y se dirigió al tocador, y dejó con delicadeza la caja de madera.

Miré con curiosidad a la caja y esperé en silencio a que Ares la abriera para poder ver su contenido.
Las manos del dios se dirigieron a la tapa y la abrió dejando al descubierto su contenido.

Mis ojos se abrieron por la sorpresa y miré rápidamente al dios de la guerra y vi que en su rostro se le había dibujado una sonrisa.

—Ares, no puedo permitirme esto—Dije mirando al contenido de la caja y luego al dios —No soy digna de portar esto.

Esposa de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora