Capítulo 36

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En una noche cerrada, donde Selene no se podía ver cruzando el manto de Nyx. La ciudad de Esparta dormía profundamente, el silencio era sólo que se escuchaba, algún que otro animal de la oscuridad cantaba o se movía aprovechando de la actividad humana había cesado.

La casa de Alesandro estaba completamente dormida, todos los miembros de la casa permanecian bajo el poder de Hipnos, no había nadie movimiento por los pasillos de la casa.

Pero aquel dulce sueño cambiaría a una horrible pesadilla.

En el silencio de la noche, se escuchaban el galopar de unos caballos que se dirigían a la dormida casa. Armados y vestidos con los colores de su patria, los hombres se colaron en el interior de la morada, recorrieron en silencio los pasillos y revisaron cada habitación, cada estancia de la amplia casa.

Uno de los siervos se desveló al sentir movimiento en la casa, salió de su cama y al asomarse por las rendijas de su puerta, de la oscuridad del pasillo, una hoja de espada emergió y atravesó su garganta, murió al instante pero la habitación no estaba solo él había otro más, el miedo le llenó su cuerpo y se escondió de tal forma para no pudiera ser visto y poder escapar con vida y pedir ayuda.

Pronto el silencio se rompió con los gritos de los demás siervos al ser asesinados en sus cuartos, dando así la voz de alarma.

—¡Alesandro!—Aria despertó a su marido al escuchar los gritos de los siervos.

—¡Dame las armas! ¡Aria, coge a los niños y huye!— Alesandro no le dio tiempo a vestirse y fue a defender su hogar y familia de los intrusos.

Aria corrió por los pasillos y vio la masacre que habían hecho, los cuerpos moribundos y masacrados de sus más fieles siervos bañaban con su sangre el suelo del pasillo y habitaciones. No había tiempo para detenerse, siguió corriendo y entró a las habitaciones de sus hijos, los sacó de sus camas y corrieron por los pasillos en búsqueda de una salida segura.

De fondo se escuchaba el chocar de las espadas y las voces de los hombres junto con la de su marido. Kassandra y Bion tenían mucho miedo, Aria intentaba calmarlos para que no fueran descubiertos.

Escuchó el grito de su marido y el sonido de las espadas había cesado, su sangre se le heló, su marido y padre de sus hijos había muerto defendiendo a los que más amaba en esta vida. No había tiempo para lamentos, siguió corriendo por los pasillos hasta ver la salida de la casa.

Pero fue bloqueada por un grupo de hombres, que habían surgido de la oscuridad y cubiertos de la sangre de los siervos y de su marido, rodearon a las miembros restantes de la familia. Kassandra se aferró con fuerza y miedo a las faldas del vestido de su madre, Bion no paraba de llorar. Aria miraba la caras de los hombres y reconoció los colores de sus vestimentas.

—¡¿Que tiene vuestro rey contra nosotros?!—Gritó Aria—¡Solo somos una familia! ¡Habéis dejado unos hijos sin padre y una mujer sin marido!

Los hombres cerraron su círculo y se fueron acercando lentamente con la espada en mano. No se iban a detener.

—¡Parad! ¡Son niños!—Aria gritó con la esperanza de que les dejarán en libertad a sus hijos y morir por ellos.

Las espadas cayeron sobre ellos, atravesaron sus cuerpos, contaron sus miembros, callaron sus gritos, sus cuerpos quedaron irreconocibles... Volvió otra vez el silencio a la casa, un silencio eterno.

Los hombres de Epiro tomaron de sus alforjas, unas tinajas llenas de brea y esparcieron el oscuro líquido por toda la casa y con una antorcha la dejaron caer sobre el líquido. Pronto las llamas recorrieron las habitaciones y pasillos, crecían rápidamente y devoraban todo lo que estaba ha su paso. La casa pronto sería pasto del fuego.

Esposa de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora