Eran las tres y cuarto de la tarde, todavía no había comido, y las tripas me rugían de manera irreverente mientras descendía del tren en Plaza España para dirigirme al metro y continuar a mi oficina.
Mi caminar siempre ha sido rápido, incluso paseando parece que corra, en tiempos mi madre decía que mi ritmo era el de un legionario. Así que entre eso, el hambre, y que después de tantos meses me conozco bien el trayecto, caminaba con el piloto automático, sorteando a los lentos a mi paso, y solo reducía el paso si la lenta que me encontraba lo merecía (camino rápido pero no estoy ciego, y ya es temporada de botas).
Al llegar al andén de la linea roja, en la dirección que me llevaría a Urquinaona para hacer el trasbordo a la línea amarilla, caminé hacia el final del andén para poder entrar en los vagones menos llenos. Entonces me relajé y me puse a observar a la gente.
Cerca de mi había una pareja de turistas japonesas haciéndose fotos con el movil como si eso del metro fuese una exposición de arte. A pocos metros de las japonesas había dos chicas que tenían toda la pinta de ser rusas, y se sentaban en sus maletas frente a frente, sus caras sonreían y sus manos hablaban sobre caricias entre sábanas y desayunos juntas.
Entonces, al mirar más allá de las rusas, lo vi, y me llamó inmediatamente la atención. Era un tipo delgado, huesudo y arrugado, parecía que en el diccionario debía aparecer su foto junto a la definición de lo que es un tipo delgado, pero arrugado no le hace justicia, su cara era la arruga por si misma, hasta sus arrugas estaban arrugadas.
El tipo estaba sentado en uno de los bancos del andén, esos tan y tan cómodos, de madera pintada de marrón y esa forma que presuntamente es ergonómica aunque te deja siempre con un dolor de columna que a veces piensas si quien los diseñó tenía acciones en una clínica de quiromasajistas o su primo era traumatólogo y le pasaba comisión.
El tipo delgado y arrugado tenía las piernas cruzadas como solo las mujeres pueden cruzarlas, como solo los tipos huesudos de piernas delgadas pueden hacerlo. La pierna izquierda parecía estar completamente por encima de la derecha, como si se hubieran fusionado por la parte de la rodilla, formando una figura casi imposible.
La delgadez hecha hombre vestía un pantalon de tela gris claro y una cazadora negra de polipiel, ambos algo viejos y gastados, aunque con menos arrugas que quien los llevaba encima. Los zapatos eran marrones y con cordones, que no debían ser los originales porque eran negros. Los calcetines, blancos, estaban enrollados en los tobillos, dándo al conjunto un aspecto desequilibrado, confuso, desastrado.
Pero lo que me llevó a fijarme en él, más allá de su cara de pasa de Corinto, fue que la cabeza la tenía torcida hacia un lado, casi colgando en el aire, como si le hubieran roto el cuello. Su postura, tan incómoda, era la de una figura absolutamente inmóvil, como la de las estatuas humanas que hay en diferentes zonas de la Rambla.
No movía ni un músculo, a pesar de la incómoda postura, de toda la gente que pasaba a su lado o la que se sentaba en el mismo banco a esperar el siguiente metro. Una de las dos japonesas hizo una foto a la otra con la mano aguantando la cabeza colgante en plan "yo aguanto la torre de Pisa", y el tipo delgado ni se dio cuenta, siguió inmóvil.
Un movimiento rosa en mi visión periférica hizo que girase la cabeza para admirar lo generosa que fue la naturaleza con el cuerpo de una rubia. Primero vi llegar su personalidad, bien definida bajo una camiseta media talla menor a la que le tocaría, y un palmo más tarde llegó el resto de ella. ¡Ay! Ojalá fuera igual de fácil detectar a primera vista la densidad de neuronas y su estructura...
Entonces me giré y el tipo delgado, huesudo y arrugado, ya no estaba en el banco del anden en direccion a Urquinaona. Estaban las rusas con sus manos parlanchinas, las japonesas sacando fotos hasta de las máquinas de chucherias, el resto de habituales de la línea a esa hora, unas volviendo del trabajo, otras yendo. Pero el tipo delgado, huesudo y arrugado, no estaba, había desaparecido en el tiempo que tardé en alabar a la naturaleza por el cuerpazo de la rubia.
Entonces llegó el metro y, mientras subía al vagón, lo ví, exactamente en la misma posición corporal, sentado en el mismo punto del banco marrón. Pero el banco estaba en el andén de enfrente, en dirección contraria.
Mi mente racional me cuenta, me explica, me quiere convencer, razonando, que a esas horas y con solo un café con leche y un donut, mi nivel de azucar era tal que mis neuronas (las dos que tengo, tampoco es como para tirar cohetes) no tenían suficiente potencial para trabajar en condiciones normales, y que en mi mente se me había descuajaringao el equivalente a la junta la trócola, dando origen a una alucinación de las que te pueden ingresar si lo explicas a algún psicólogo.
Mi mente racional es una aburrida, le falta imaginación, y la mitad de las cosas mágicas, las que en realidad definen lo bueno de la vida, se las pierde o no las entiende. Yo sigo pensando que no fue una alucinación. La próxima vez que vea al tipo delgado, le sacaré una foto con el móvil, o mejor aún, lo filmaré en video, y con suerte seguiré grabando cuando cambie de anden en un plisplas. Bueno, salvo que pase por ahí otra belleza rubia y deje de funcionar mi mente racional, mi mente emocional se aturulle, y me convierta en un mandril de reacciones primarias.
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Retales (but no re-tales)
Short StoryConjunto disjunto, asonante y difuso, de relatos y otros datos, micro-relatos, nano-poemas, y cualquier cosa que se me ocurra