Vaya peazo rubia!!!

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Hoy tenía una reunión fuera de Barcelona y he madrugado.   

Aclaro que, para mi, madrugar es levantarme a cualquier hora anterior a las 8 de la mañana, porque soy ave nocturna. Si es lunes ya no le llamo madrugar, sino darporsaco, ya que el domingo no hay manera de irme a dormir antes de la 1:30. Cuando debo levantarme a las 5 para ir al aeropuerto vendería mi alma por un teletransportador trekkiano. Debo dar las gracias a los creadores de las bebidas energéticas, sin las cuales yo en estos casos seria una piltrafa humana a la que habría que recoger con una retroexcavadora.  

Pero dejémonos de digresiones y vamos a lo que vamos.   

Hoy tenía una reunión fuera de Barcelona y he madrugado.   

Después del titánico esfuerzo de levantarme, ducharme, vestirme y beber un vaso de agua (mi estómago no acepta nada más a esas infames horas de la madrugada), he cogido el metro (verbo evidentemente no literal, ya que no soy de Bilbao) y después de 4 paradas y un paseito he cogido el tren (a estas alturas de la película, esto en Argentina sería una orgía metalocalypse, pero aqui cogemos a los metros y trenes con mucho cariño).  

Normalmente suelo viajar en los vagones delanteros, en sentido contrario al de la marcha, y al lado de la ventana, una de mis tantas manías. Hoy no. Esta mañana he subido en uno de los últimos vagones, en el sentido de la marcha, y me he sentado en un asiento del pasillo.  

¿La causa? Una rubia esbelta y muy potente, peinada con cola de caballo, vestida con un corto, ligero y ajustado vestido blanco, y sumado a todo ello unas gafas que le sentaban fantásticamente.  

Hoy ha sido el primer dia de la famosa ola de calor sahariana que se supone nos va a fundir y obligar a dormir en la bañera. Lo de la bañera aún no lo sé, pero que me he derretido durante el trayecto en tren os lo puedo asegurar.   

Por si no fuera suficiente con la visión de esa valkiria, se ajustaba el pelo cada 2x3=6, y creo que debía haberle picado algún bicho, porque a ratos se rascaba el muslo, subiendo para ello su corto vestido y dejándome a mi ojiplático, infartado, alterado, y evidentemente excitado, porque parecía que le picaba hasta las caderas.   

No la he mirado a la cara demasiadas veces, porque si por un casual llega a morderse el labio inferior, ahora no estaría escribiendo esto, eso lo tengo claro, porque nos habrían detenido por escándalo público (porque una rubia que se toca el pelo y se muerde el labio inferior "quiere tema", ¿no?, yo es que esto de las "señales" no lo domino nada de nada).  

Estaba deseando que se bajase en la misma parada que yo, porque deseaba disfrutar de su visión un rato más, pero no, se ha levantado muy pronto, demasiado.  

Al fijarme donde estaba sentada, he visto que en su asiento había algo de tierra, me he preguntado si era eso lo que le causaba la picazón del muslo, aunque era bastante extraño.  

Sea por lo de la tierra, por la ola de calor, o porque estaba como un quesito, no he podido resistir la tentación. Me he levantado rápidamente y me he bajado tras ella.  

El tren seguía la línea de la costa, y ella, al salir de la estación, se ha dirigido a la playa. Yo, detrás, mirando y admirando su belleza moverse por la arena.  

Al llegar cerca de la orilla del mar, la rubia se ha descalzado, se ha soltado el pelo (¡ay!, ¡que rica!), y luego, quitándoselo de los hombros, ha deslizado el vestido por su cuerpo. Bajo el vestido solo llevaba un brevísimo culotte, que ha seguido el mismo camino.

Si estando vestida era todo piernas sobre unas caderas de impresión, estando desnuda su cuerpo era de pecado mortal. Mis latidos han cambiado de ubicación y mi corazón no daba abasto a las peticiones venosas.  

Después se ha acercado al agua, poco a poco, contoneando sus caderas con gracia. Estoy seguro que sabía que la estaba mirando, y que jugaba a excitarme. Lo conseguía. Para ella era un juego, para mi algo muy serio, estaba como hipnotizado, casi aguantando la respiración, acalorado por la ola sahariana y acalorado por el espectáculo.  

Entonces es cuando, ante mis atónitos ojos, que recorrían cada centímetro de su cuerpo con deseo, la rubia ha empezado a deshacerse como tierra al viento, primero los pies, luego sus pantorrillas, sus muslos, su prieto trasero, sus caderas, su espalda y sus brazos, su cuello y su cabeza. Ha sido casi visto y no visto, no ha tardado ni un minuto, primero estaba allí, y luego, como en un golpe de viento, ya no estaba.  

Al acercarme a la orilla, quedaba un montoncito de tierra, que el agua del mar iba lamiendo en pequeñas olas hasta que ha desaparecido.  

Al cabo de un rato recordé que tenía una reunión, me giré, subí hasta la estación, y subí al siguiente tren.  

No sé porque, pero tengo la impresión de que ella y yo nos volveremos a ver. Si es así, me acercaré antes de que se deshaga en un montoncito de tierra, y la llamaré por su nombre de diosa. Si me responde, creo que lo que suceda después será mágico.

Retales (but no re-tales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora