Leon Scott Kennedy, por fin, estaba de permiso. No sabía hasta cuándo, nunca lo sabía. Pero por lo menos, podría dejarse caer en una cama conocida, como un peso muerto, hasta que el puñetero móvil del Pentágono volviera a sonar. No sabía de qué se quejaba; estaba viviendo la vida que él mismo había decidido vivir, que habría elegido si hubiera tenido la oportunidad de elegir. Tener un maldito don para neutralizar amenazas biológicas, o estar lo suficientemente loco como para ser capaz de hacerlo con éxito, una vez tras otra, conllevaba una gran responsabilidad que no daba pie a numerosas elecciones. Recorrió con su moto de gran cilindrada los escasos kilómetros que separaban la Casa Blanca de la modesta casita situada en un barrio humilde de las afueras de Washington al que casi nunca regresaba. Al menos allí, nadie haría preguntas.
Nada más aparcar la enorme moto en el patio delantero de la casa miró su reloj. Las seis de la tarde; pronto anochecería. Pensó que pediría una pizza para cenar; o quizá comida japonesa. Y se dedicaría a fingir que aún disfrutaba viendo un partido de béisbol, como cualquier ciudadano 'normal'. Hacía lo que a él le parecían verdaderos siglos que, en realidad, no era normal. Aún así, necesitaba aparentar normalidad, si no quería volverse loco.
Era una deformación profesional, observar la puerta de su propia casa como si, tras esta, fuesen a aparecer un puñado de esos malditos engendros tan dados a amargarle los permisos. Inmediatamente, todos sus sentidos entraron en alerta máxima. Algo andaba mal. El finísimo, casi invisible, hilo de pescar que él siempre dejaba trabado entre la puerta y el marco había desaparecido. No había sido el viento. Y lo sabía.
«Demasiado bonito para ser verdad», se dijo para sus adentros con una irónica sonrisa en el rostro. Dispuesto a dar buena cuenta de quien fuera, o lo que fuera, que lo estuviese emboscando dentro, pasó al plan B. Inmediatamente, se agachó y se acercó, sigiloso, a una de las ventanas laterales de la pequeña y acogedora casita. Palpó a ciegas el marco de la ventana hasta que escuchó un clic casi imperceptible. Al empujarla hacia arriba, la ventana de guillotina, ahora desbloqueada, subió con total facilidad, sin hacer el más mínimo ruido. Como una sombra, se deslizó por esta.
Avanzó despacio, de un modo concienzudo, pistola en mano. Recorrió, paso por paso, todos los cuartos de la planta baja, sin aparente resultado. Todas sus escasas pertenencias, sus muebles funcionales, permanecían en el más estricto orden; como siempre. Aun así, él sabía que no se encontraba solo, lo presentía con aquel sexto sentido que tantas veces le había salvado la vida.
Fuera, había anochecido, lo que había sumido la casa en semipenumbra. Fusionado con la oscuridad, subió las escaleras cual si flotase sobre estas, inexistente para la mayoría de sentidos de cualquier humano... o engendro. Un leve sonido lo alertó, proveniente de su propia habitación. Podría haberlo soñado, pero sabía que no había sido así. Jamás era así. La puerta del cuarto estaba abierta; suerte para él, pensó. Se introdujo en aquella familiar oscuridad como la sombra de la muerte, con sumo cuidado de que el reflejo de la luna que se colaba por la ventana no lo delatase. Por un segundo, quedó en silencio, expectante. Quien fuera que se había colado en su casa no era un mutante; al menos, no todavía, pues se estaba dedicando a revolver los cajones de una cómoda, entre sus pertenencias, con un orden metódico.
—Seré piadoso y dispararé directamente a tu cabeza —declaró, de un modo frío y desapasionado.
La persona a quien se enfrentaba dio un respingo e, inmediatamente, detuvo su búsqueda metódica. Leon notó un temblor ligero en aquel cuerpo que tenía enfrente, quizá de miedo. Pero no le importó en lo más mínimo.
—Date la vuelta, despacio —le ordenó, sin contemplaciones—. Las manos en alto. Y sin jueguecitos. Me importa muy poco si he de dejarte tieso de un solo balazo.
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☆꧁RESIDENT EVIL - SACRIFICIO꧂☆
RomanceSituada inmediatamente después de los sucesos de "Infinite Darkness". Hace tiempo que Leon Scott Kennedy, muy a pesar de sí mismo, ya no ve a Claire Redfield como una niña, sino como a una mujer fuerte y resuelta a la que está demasiado acostumbrado...