Capítulo 15 - No los mimes tanto

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Claire no era capaz de dormir. Leon todavía no había despertado de la inconsciencia, tras la grave operación que había sido necesario practicar a su hombro destrozado, para que los tendones no sufrieran daños irreversibles. Rebecca había dispuesto una habitación privada, donde él y Chris podrían descansar y reponerse de sus graves heridas durante el tiempo que fuera necesario, con un monitor conectado a una alarma situada en su propia habitación, para tener sus constantes vitales controladas en todo momento. Chris tampoco mostraba un panorama mejor que Leon; la herida de su pecho se había agravado y, aunque su vida no corría peligro, su cuerpo sí mostraba una gran debilidad. La médico se desvivía por atender a ambos; sobre todo a Chris, Claire se recordó, con una sonrisa. No podía imaginar cómo su hermano jamás se había dado cuenta de lo que, en el fondo, ella sentía por él; por mucho que mantuviese una 'supuesta' relación con aquel exmarine que a Chris tanto molestaba.

Se levantó de la cama y, vestida con el chándal cómodo que hacía servir de pijama, salió al pasillo. Sabía que Rebecca le había asegurado que, si había cambios significativos en alguno de sus dos pacientes, se lo haría saber inmediatamente. Pero ella necesitaba verlos; necesitaba sentir que, realmente, seguía teniéndolos a ambos, después de haber estado segura de que los había perdido para siempre.

Mientras caminaba hacia la habitación donde ellos descansaban, aquellos aciagos momentos regresaron a su mente, una vez más.

Claire escrutó los alrededores de la fábrica desaparecida, con una mirada angustiada e insistente. Excepto los restos de polvo que todavía había en suspensión, absolutamente nada se movía. Por todos lados no quedaba nada, tan sólo cascotes. Sintiendo un vacío en su interior que lo asfixiaba, D.C. la abrazó por los hombros en un acto reflejo; su comandante había sido todo un referente para él, su amigo. Jill no pudo evitar comenzar a llorar, en silencio. Y Damian y Nadia se abrazaron, incapaces de hacer nada más.

De pronto, un ruido los alertó. Alguien, o algo, se estaba dedicando a remover escombros no muy lejos del lugar del desastre. Localizando el origen de aquel ruido, D.C. corrió hacia este, con el arma preparada para dar buena cuenta de cualquier engendro que hubiese podido librarse de perecer presa del ácido letal. Sin embargo, lo que vio fue a un hombre tambaleante, con el rostro y el cuerpo llenos de sangre y las ropas casi deshechas. «Uno de esos malditos zombis», fue lo primero que pensó. Iba a acabar con su sufrimiento de un tiro certero en la cabeza, cuando Claire pasó corriendo ante él, hacia aquel cuerpo que parecía mantenerse en pie de puro milagro. Para su infinita sorpresa, ella lo abrazó con todas sus fuerzas. Y el hombre se desplomó en sus brazos.

—Dios mío, Leon —escuchó la voz de Nadia, quien también pasó ante él, a todo correr.

—Leon... —D.C. repitió, alucinado—. ¡Buscad a Chris! —gritó, como un poseso, corriendo en dirección de Leon y de Claire, también—. ¡Rebecca, ¿me escuchas?! —hizo funcionar su comunicador, mientras corría.

—¿Qué ha pasado? —la voz angustiada de Rebecca se hizo escuchar, inmediatamente después.

—Envía un helicóptero medicalizado a la vieja fábrica de ácido de Piedra Negras. ¡Ahora! —tan sólo le ordenó.

—Estaremos ahí en diez minutos —la mujer le aseguró, con voz urgente.

Nervioso, D.C. miró a izquierda y derecha, por todos lados, mientras se daba cuenta de que Damian y Jill hacían lo mismo, junto a él. Apenas tardaron unos segundos en descubrir el cuerpo de Chris, inconsciente, a escasos pasos de donde habían hallado a Leon. Damian buscó el pulso en su cuello y, al encontrarlo inmediatamente, débil pero constante, alzó la cabeza y les sonrió.

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