Chris llegó al helipuerto conduciendo a toda velocidad. Cuando alcanzó el helicóptero que lo llevaría de vuelta a la base de la B.S.A.A., vio cómo Jill, cruzada de brazos y con la espalda apoyada en el aparato, observó su llegada con cara de pocos amigos. Aparcó el Hummer justo a su lado y se apeó de este sonriéndole, apaciguador.
—Ya era hora, Redfield. Ya ha sido difícil conseguir que me asignen un helicóptero sin que un piloto dé la cara por mí. Pero encima, cuando me han visto esperando junto a este como una imbécil, me han tomado por loca —le reprochó, con cabreo.
—Eres maravillosa, ¿lo sabías?
Sacó las gafas de sol de uno de los bolsillos de su chaleco militar con la excusa de que estaba comenzando a amanecer. Pero la simple y pura realidad era que aquella mujer, la compañera a quien confiaría su propia vida sin dudar, su cómplice, su amiga, desde hace un tiempo y cada vez que la veía, ponía sus motores a pleno rendimiento; todos y cada uno de ellos. Intentó ponérselas, nervioso, con tan mala fortuna, que se le cayeron justo debajo de las ruedas delanteras del coche. Se agachó, gritando un juramento por lo bajo. Y lo que vio le heló la sangre en las venas. Ni siquiera se molestó en arrancar el rastreador que había pegado al chasis entre las ruedas delanteras del Hummer. Cogió las gafas rápidamente y se las puso, mientras corría hacia la puerta del piloto, gritando a pleno pulmón:
—¡Arriba, rápido! —urgió a su compañera, como un desesperado.
Acatando sus órdenes, Jill lo imitó, subiendo rápidamente al helicóptero por la puerta del copiloto.
—¿Qué es lo que pasa? —quiso saber, mirando a Chris, alarmada.
Él ya se había colocado los cascos de comunicación y, concentrado, estaba encendiendo el rotor. Las aspas comenzaron a girar con un ruido grave y estridente. Jill no pudo ver sus ojos tras las gafas de sol, pero estaba claro que algo de extrema gravedad lo había perturbado, logrando que el comandante de la B.S.A.A. se impusiera al amigo, al compañero.
—¡Joder! —él se lamentó, sintiéndose un completo inútil por haber caído en una trampa tan burda—. Mi hermana y Leon están en grave peligro —logró decir, finalmente, sin dejar de mirar al frente, concentrado en su cometido—. Hay un rastreador en el coche —añadió sin más, a sabiendas de que ella interpretaría perfectamente las implicaciones que esto conllevaba.
—Pero eso es imposible —ella negó, rotunda, en un principio. Luego le devolvió una mirada culpable—. Chris, es culpa mía. Antes de recoger el coche no comprobé sus bajos, por el simple hecho de que procede de una de nuestras bases —confesó, avergonzada.
—Tampoco yo lo comprobé por el simple hecho de que procede de ti —él declaró, con voz grave—. Lo siento, Jill, joder —se disculpó un segundo después—. Si hubiese estado en tu lugar, probablemente yo tampoco lo habría comprobado.
El helicóptero surcaba el horizonte a toda velocidad, camino de la casa donde Claire y Leon se estaban ocultando. Sin embargo, para la urgencia que Chris sentía en lo más hondo de su pecho, aquel trasto no era más que una tortuga debatiéndose con dificultad contra arenas movedizas.
—Sé que tú los habrías comprobado —Jill intentó animarlo. Pero sentía que aquello era completamente cierto. Por eso, y por mucho más, él se había convertido en comandante de la B.S.A.A. y ella, quizá, no lo sería nunca.
—Confío plenamente en ti —su superior le hizo saber, con voz firme.
—Quizá, ese ha sido tu único error.
—No me jodas, Jill. Ahora, más que nunca, te necesito a mi lado.
Mientras él pilotaba a la desesperada, ella se concentró en otear el horizonte, tras dedicarle una mirada de infinita preocupación que él no pudo percibir. Se juró a sí misma que lo daría todo por enmendar su error; lo daría todo por él.
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☆꧁RESIDENT EVIL - SACRIFICIO꧂☆
RomanceSituada inmediatamente después de los sucesos de "Infinite Darkness". Hace tiempo que Leon Scott Kennedy, muy a pesar de sí mismo, ya no ve a Claire Redfield como una niña, sino como a una mujer fuerte y resuelta a la que está demasiado acostumbrado...