Dónde Aria Kettleburn conoce a los merodeadores y se ve obligada a desarrollar el arte de guardar secretos.
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Muchos asumían que la fascinación de Aria por lucir una apariencia impecable era heredado de su madre.
—Vamos, Edward. A nadie le interesa con que zapatos vayas.
Pero era su padre el que retrasaba a los Kettleburn en el último primer día de clases de Aria.
—¿La señorita terminó de arreglarse?— Escucharon como el abuelo de Aria se burlaba de su hijo desde la sala.
—Está bien, hoy podemos demorarnos un poco más porque está vez Aria si puede hacer apariciones.— Le sonrió a su hija que esperaba en el marco de la puerta de la alcoba principal.— Además, Bianca, ya sé que siempre me das diez minutos de ventaja para que termine de alistarme.
—Esos diez minutos se acabaron hace cinco. ¡Vamos rápido o Aria perderá el tren!
—Pero solo tengo mis zapatos marrones, ¿dónde demonios están los azules?
Bianca quiso ahorcar a su marido en ese preciso momento, pero lo reconsideró porque eso los retrasaría aún más.
—Ok, suficiente. Ponte los zapatos marrones y la chaqueta que te compraste en Queens.— Aria invocó la prenda del armario y se lo dio a su padre.— Perfecto, ahí combina bien.
—¿Pero no me veo muy muggle?
—Estás perfecto, papá.— Aria le aseguró arreglando el cabello de Edward.— Así se visten los actores famosos de este siglo, confía en mi.
Él le sonrió.— Es maravilloso que hayas aprendido a invocar en silencio más joven de lo que yo pude.
—Si, si. Sabemos que Aria es maravillosa y lo heredó de mi, ¿ya podemos irnos?
Por fin, toda la familia Kettleburn se reunió en la sala para aparecerse en la estación King's Cross, para su sorpresa, no eran ellos los atrasados. El caos era usual, pero al parecer nadie había abordado el tren.
Todos esperaban en filas largas para registrarse en unos puestos con carteles de Hogwarts.
Confundida, Aria hizo fila con su familia, ya que habían personas que utilizaban sus varitas como megáfonos y gritaban "Todos los estudiantes, deben registrarse con sus representantes. Respeten las filas."
—¡Aria, aquí! ¡Aquí, despistada! ¡Trae a tu familia!— La recién nombrada alzó su cabeza para encontrar a Marlene gritándole desde un puesto más avanzado de la fila.
Aria casi corrió a abrazar a su amiga mientras a su familia la seguía.
—Mira, que linda sonrisa te sale después de que te dan como cajón que no cierra.— Marlene le susurró sabiendo que eso le pondría a su amiga americana como un tomate.
—¡Marlene, cállate! Mis padres pueden oírte.— Para su suerte, la familia de Aria iba unos pasos más atrás y apenas alcanzaron a Aria.
—Tranquila, nadie nos escuchó.— La rubia se burló.
