Dónde Aria Kettleburn conoce a los merodeadores y se ve obligada a desarrollar el arte de guardar secretos.
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[ 1975 -? ]
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El sonido la voz de Marlene como despertador hizo que Aria, en lugar de abrir los ojos, abrazara más la almohada que tenía bajo su cuello.
–¡Despierten, asquerosos vagos!– murmuró empujando el costado de Aria repetidas veces– Me están haciendo pasar una gran vergüenza.
Fue cuando Aria se dio cuenta que Marlene hablaba en plural por lo que había pasado la anterior noche.
Con el permiso del egocéntrico chico "Premio Anal" (como lo había llamado Sirius, por ser un dolor en el trasero), James y Aria se habían quedado repasando con pequeñas quaffles improvisadas, todo con tal de practicar para la gran final. Sirius las había hechizado para hacerlas más difícil de atrapar. Luego, cansados se quedaron conversando de el desempeño del equipo de Siria en el campeonato mundial de Quidditch del año pasado. Y sin esperarlo los tres se quedaron dormidos en los sillones.
Eso también significaba que la almohada dura que se encontraba debajo de su cabeza no era una almohada, era el abdomen de James, quien desgraciadamente estaba en forma y tenía un abdomen muy duro y plano. Por suerte su suéter grueso era lo suficientemente suave.
–¡El partido!– gritaron James y Aria casi sincronizadamente mientras se levantaban y corrían a arreglarse, sin importarles las miradas indiscretas de un grupo de séptimo año.
Oh demonios, lo que Aria menos pensaba en ese momento era en las miradas que los demás hacían relucir.
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Los gritos de la multitud martillaban la cabeza de Aria, como si no le doliera lo suficiente haberse desvelado las dos noches anteriores al partido anterior.
–Marlene– murmuró Aria cuando se apartaron del resto del grupo, de Kelvin en especial, quién revisaba el campo de juego cada ocho segundos como si este cambiaría si no lo veía constantemente– Necesito decirte, algo– la verdad necesitaba decirle muchas cosas, que estaba ahí para ella, que no estaba sola, que se veía perfecta tal y cómo era, que la comida era deliciosa, que dejar de comer no era la solución, y que la estaba haciendo daño, pero al mismo tiempo le parecía imposible decirle todo aquello justo antes del partido. No podía, necesitaba a Lily para respaldarla. Ya habría un momento más oportuno. Suspiró y se acercó al oído de su ceñuda amiga rubia– El viernes lo hice con Q.
