Capítulo 6 (Sebastián)

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Bendita sea la música que tiene ese poder inigualable de evadirnos de la realidad. Cada vez que tengo la guitarra en las manos, solo existo yo en el mundo, todo lo que vive dentro de mí encuentra la manera de salir: mi voz se convierte en poema, denuncia y catarsis, todo al mismo tiempo.

−¡Ey, ey, ey! –Gero, mi mejor amigo, chasquea los dedos en mi cara para obligarme a callar y mirarlo: −Te estás yendo a la estratósfera con el volumen, Rulo. ¿Nos querés tapar o romperte las cuerdas vocales?

Caigo con un ruido sordo en la realidad. Pablo y Cristian también me están mirando muy fijo, sus instrumentos están en suspenso. Me paso una mano por la cara, tratando de bajar mis revoluciones.

−Perdoná, loco. Tuve una noche de perros.

−¿Otra cenita como la del miércoles? –interviene Cristian, siempre tan oportuno.

−¡Por favor, no! –gruño, yendo por un trago de agua. Pensar en ese hombre me cierra la garganta.

−Sigo pensando que tu vieja lo tenía escondido y ese fue un intento de presentación oficial.

−¿Vos querés que te parta la cara?

−Ey, calmate, va en serio –tercia Gero con esa voz de locutor que heredó de su papá. Luego habla para todos. −¿Nos tomamos cinco? Ustedes, vayan a refrescarse las ideas.

−¿Y yo por qué? –se indigna Pablo.

−Para controlarlo a aquel boca floja –responde el dueño de casa, señalando con la cabeza a Cristian. Éste se desprende de su batería con gesto molesto y sale al patio mientras saca un cigarrillo y el encendedor del bolsillo de su jean, y Pablo lo sigue con cara de resignación.

Me desplomo en una silla y sigo rasgueando mi guitarra con acordes al azar. El pelo me cae sobre la cara, me oculta del mundo que no quiero ver. Pero Gero, que se sienta en el suelo justo enfrente, encuentra igual una forma de mirarme.

«−Sebas, hablando en serio. ¿Pensás que Adrián y tu mamá podrían llegar a tener algo con el tiempo?

Una exhalación ronca me brota del pecho.

−No sé, loco. Es... Ella no volvió a hablar de él, hace de cuenta como que no pasó nada, pero es todo muy raro. Y Milena no hace más que preguntar: "¿Cuándo vuelve Adrián?" "¿Podemos ir a visitarlo?" "¿Va a venir a cenar de nuevo?" No le digo nada porque sé que no me voy a medir, pero me dan ganas de gritarle que él no va a volver, que él no importa nada.

−¿Y qué dice tu mamá?

Me tomo un minuto para responder. Evoco el rostro de mi mamá, la tristeza que nubla sus sonrisas, la misma que desaparece por un microsegundo cada vez que escucha el dichoso nombre del héroe de los caninos.

−Ella solo sonríe y dice "Algún día". Pero no sé si va en serio o es una de esas promesas vacías para conformarla.

Gero se abraza las rodillas apoya el mentón en sus manos: −Tenés que entenderla, Rulo. Estuvo sola mucho tiempo. ¿Vos no querés que, de darse la oportunidad, vuelva a ser feliz con otro hombre? ¿No te gustaría volver a tener un padre?

−Yo ya tengo un padre.

−Sí, pero es una... −Aprieta los labios y cambia de idea: −No tenés que olvidarte de todo el daño que le hizo a tu mamá.

Suspiro. Tiene razón. Pero no deja de ser difícil imaginarme a mi mamá en brazos de alguien más, otra persona que espere que Mile y yo nos convirtamos de la noche a la mañana en sus hijos... o peor, que nos destierre de la vida de mamá para siempre. No. No lo voy a permitir.

−¿Y en nosotros quién piensa?

−Tu vieja no se va a olvidar de ustedes, olvidate de eso. Mirame a mí. ¿Hace cuánto que mis viejos se separaron? Yo a mi padrastro lo quiero mucho, él me apoya siempre, y a mi hermana ni hablar, doy mi vida por ella. Son mi papá y mi hermana, no importa que no sean mi sangre. ¿Por qué no podría ser lo mismo con ustedes? –Me golpea amistosamente la rodilla, pero mi sonrisa no tiene mucho humor. −¿Quién te dice? Capaz que este Adrián, o quizá alguien que todavía no llegó, es lo que ella y ustedes necesitan para cambiar un poco el ambiente. Miralo por ese lado mejor. –Me guiña el ojo. –Y acordate que, si las cosas se complican, acá siempre tenés un lugar.

Me inclino para chocar mi puño con el suyo. Siempre se siente bien hablar con Gero. No sé qué haría de mi vida sin él bajándome a la tierra cuando se me sube la temperatura.

−¡Ey! ¿Podemos volver? Cristian ya lleva dos puchos y me está matando –grita Pablo.

−¡Dale, vuelvan! –respondo.

Cristian entra detrás de su mejor amigo, con el semblante un poco más relajado. Yo le sonrío levemente, pero elegimos no hablar por miedo a provocarnos. No nos llevamos mal, pero los dos tenemos cierta incontinencia verbal que a veces genera conflictos innecesarios.

−¿Vamos de vuelta con "No es lo mismo"? –propone Gero.

Asiento y pruebo el primer acorde: −Prometo no pasarme de rosca.

−¡Mas te vale, o nos vamos a quedar sin vocalista!

Todos reímos,Cristian marca el compás con su batería y nos lanzamos al vacío donde la músicanos recibe con los brazos abiertos.

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora