Capítulo 25 (Sebastián)

22 5 0
                                    

−¿Que hizo qué? ¿Que hiciste qué? –chilla Gero, haciendo que tenga que alejarme el celular de la oreja.

−No grites, demente.

−Si tu mamá puede escucharme desde un teléfono en tu cuarto con la puerta cerrada, ya la postulo para los Guinness o como nuevo personaje de Marvel.

Por instinto, mi mirada viaja por el ojo de la cerradura, a la espera de encontrar su sombra merodeando por el pasillo. Parece no haber moros en la costa, por lo que vuelvo a recostar la cabeza en la almohada. Suspiro por millonésima vez y Gero se ríe por lo bajo.

«−Ay, esa cabeza enamorada... −canturrea.

−No me hagas acordar, ¿querés?

−¿Entonces para qué me llamaste?

−Para que me digas que soy un idiota.

−Te la jugaste, eso es lo que cuenta.

−Sí, pero quedé como un estúpido. El nene bien que nunca se acostó con nadie y salió huyendo con la entrepierna todavía dura.

−¡Epa! ¿Con quién estoy hablando y qué le pasó a Rulo?

A pesar de la extraña situación, me saca una risa. Cualquier cosa me viene bien para intentar no pensar, al menos por unos minutos, en Camila. Sus ardientes curvas aún me persiguen en sueños, dormido siento sus manos en mi pecho, y a medida que las sensaciones regresan, el calor asciende por mi cuerpo y mis pantalones comienzan a sentirse tirantes. Y todavía no decido si me agrada o no.

−Todo esto es... demasiado nuevo. Qué se yo... Quisiera tener a alguien con quien hablar.

−¿Y yo qué soy? ¿Un contestador automático?

−¿Vos hablás de estas cosas? Digo... ¿con tus padres?

Piensa un largo segundo. Me lo imagino rascándose la cabeza.

−Emm, sí. Con mi papá sobre todo.

Su voz se fue diluyendo, como si no hubiera querido decir esa palabra que sabe me torna amarga mi saliva.

«−Pero entiendo que todavía no tengas la confianza con Adrián para hacer lo mismo.

−¡Ni loco!

−Está bien, no te esponjes. ¿Y si lo comentás con tu mamá? Digo, no creo que tenga que darte vergüenza si fue quien te cambió los pañales.

−Cerdo –digo entre dientes, aunque sabe que bromeo. En parte, al menos.

De pronto, alguien toca a mi puerta.

−¿Sebas? –llama mamá. −¿Estás ocupado?

−¿Por?

−¿Podrías bajar un minuto?

Digo al teléfono: −Después te escribo, ¿dale?

−A la hora que quieras, amigo.

Guardo el celular en mi bolsillo, aliso un poco mi camiseta al levantarme de la cama y salgo del cuarto, pero mamá no está ahí. Espío la habitación de Mile, que sigue vacía ya que ella está jugando afuera con Sissi. Bajo las escaleras y encuentro a mamá junto a la ventana regando su bandeja de cactus miniatura con un gotero.

−¿Todo bien, ma? ¿Qué necesitás?

Suspira profundamente, tiene una expresión rara en el rostro, preocupada pero seria a la vez.

−Vení, sentate. –Hago lo que me pide y ella me pasa una mano por el pelo. −¿Seguro que estás bien? ¿Te pasa algo?

−¿Por qué?

−Te veo distinto estos días. Como... pensativo, silencioso.

−Nunca fui demasiado comunicativo, ma.

−No quiero que sientas que te presiono. Pero si hay algo quieras contarme, sabés que siempre te voy a escuchar. –Mi sonrisa al parecer no la convence. −¿Hay algo que te preocupe? ¿Pasó algo con los chicos la otra noche?

−¿La otra noche?

Para cuando me doy cuenta del pánico en mi voz, ya es tarde. Los ojos de mamá están fijos en mí, casi ni parpadea, y me obliga a apartar la mirada hacia el verde paisaje de nuestro jardín.

«−No es por eso.

−¿O sea que sí pasó algo?

−No, nada, es que... −Resoplo, mi flequillo vuela.

−¿Es por lo de tu cumpleaños?

−Mamá, ya hablamos de eso. No quiero.

−Solo vamos a ser nosotros, amor. Bueno, y tus amigos, y los padres de Adrián.

−¿Te parece que ya es momento para una fiesta familiar de ese tipo?

−Bueno, ya estuvimos en una, así que... −Se encoge de hombros. –Todavía estamos a tiempo de cancelar igual.

−¿No te importa? Digo, tal vez nos haría quedar mal...

Fue idea de Adrián que celebráramos mi cumpleaños en su casa, y mamá está entusiasmadísima de que hagamos más cosas "en familia". Pero eso no lo hace más fácil para mí.

−Sé por qué te cuestan los cumpleaños, hijo. Pero tal vez... tal vez sea el momento para que eso cambie, una segunda oportunidad para todos.

−Lo sé, ma. Mientras no me hagan soplar la vela enfrente de todos, supongo que me conformo.

−¿Qué es un cumpleaños sin velita?

−Ma...

En eso, suena su celular. No piensa contestar, pero la vibración me está inquietando.

«−Deberías atender, capaz que es Adrián por lo del sábado.

El día anterior a mi cumpleaños, uno de sus profesores de la universidad organizó una presentación para su sello editorial y Adrián le pidió a mamá que lo acompañara. Cuando ella mira la pantalla, la sonrisa le sale sola, aunque se desvanece cuando vuelve los ojos hacia mí. Asiento con la cabeza y me levanto para regresar a mi cuarto y darle espacio.

Me siento en la cama, rebotando con dureza en el colchón de resortes. Miro hacia el cajón de mi mesa de luz, dudando. Al final lo abro y busco el álbum de fotos que hace tiempo que no hojeo. Lo salvé de las cosas que se fueron cuando mamá despachó a papá, y resume algunos de los que suponían los momentos más felices de mi primera infancia.

Me muerdo el labio hasta hacerme sangrar. Misdos años. Mis cinco. Mis nueve. Frente a la torta solo estamos mamá y yo. Lapersona a quien yo más esperaba siempre tenía excusas para no venir o paradesaparecer en ese momento exacto. Y ni el mejor editor de imágenes puede hacerdesaparecer las lágrimas que abundan en mis ojos en todas las fotos.

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora