Capítulo 39 (Sebastián)

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Soy un pésimo bailarín, pero aún así no me salvo del vals con mamá, y con Mile, y con Raquel, hasta con Vanesa y su bebé. Antes de que Beatriz pueda atraparme, me escapo y busco a Camila, pero no llego a verla. El salón es pequeño, no pudo haber ido muy lejos. Miro hacia la mesa donde están mis amigos, y Gero señala la puerta que da al jardín.

La música se atenúa cuando salgo al fresco aire de la noche. Un fantasma de humo asalta mi nariz y me hace toser, dándome la señal de que ella se encuentra justo a mi lado. Me sonríe y le sonrío, y aprovecho que la pared nos oculta para perderme en sus labios. El gusto a cigarrillo me incomoda un poco, pero de alguna forma no me la imagino sin él. Cada vez que estoy entre sus brazos, mi corazón palpita de otra manera, late con la esperanza de poder liberarla de sus cadenas de oscuridad.

−Algún día vos y yo vamos a tener algo así –susurro, pegando mi frente a la suya.

−¡Guau! ¿Diecisiete años y ya querés casarte?

−No hablo del casamiento, tontita. Algún día... vamos a poder mostrarnos al mundo. No más escondites ni secretos. –Con mi mano abierta recorro su pelo, perfectamente ondulado y brillante. –Quisiera que las cosas fueran diferentes.

Ella se encoge de hombros, con esa resignación que tanto me duele.

−Supongo que todo pasa por una razón.

Da una última pitada y aplasta la colilla, y entonces reparo en lo que lleva puesto.

−¿Son zapatos de Flamenco?

−Parecidos. Mi mamá los tenía guardados. Era lo único elegante que había en casa.

La hago girar y admiro su vestido: el torso es negro y ajustado, la falda amplia está hecha de lo que parecen retazos de telas de colores, como lo que mamá llama patchwork. Es tan sencillo, pero a mis ojos es más linda que cualquier princesa.

«−Un diseño de última moda –bromea.

−El más hermoso de toda la fiesta.

En eso, escucho una fuerte carcajada que parece ser de Adrián y el resto de los invitados emite una aguda exclamación. Curiosa como siempre, Cami tira de mi mano para volver adentro. Suena la canción "Do you love me" de The Contours, un grupo viejísimo, y los recién casados parecen imitar la escena del sótano de Dirty Dancing. Mamá tiene los brazos enganchados en la nuca de Adrián, las manos de él sostienen su cintura, bailan bien pegados, sus caderas se mecen juntas incluso cuando él la pone de espaldas, la apoya contra su pecho y empieza a acariciar lentamente sus brazos cubiertos de encaje.

Si yo fuera un dibujo animado, mi cabeza ya se hubiera convertido en una pava humeante. Entierro tan profundo las uñas en las manos que casi me hago sangrar. Doy media vuelta para salir de nuevo, pero la mano de Camila me detiene en mi lugar.

−¿Ya se va, señor? –pregunta, con las cejas bien levantadas. −¿No me invita un baile?

Resoplo, indignado, y hago que mire conmigo al centro de la pista, donde mi mamá y mi padrastros (creo que no me voy a acostumbrar nunca a esa palabra) siguen muy envueltos en su abrazo.

−¡Miralos! ¿A vos te parece? Ni se acuerdan que mi hermanita y yo estamos acá.

−Sebas, es su momento. Necesitás relajarte. Yo puedo ayudar... −Camina con los dedos sobre mi pecho hasta que la tomo con fuerza por la muñeca. Su mirada se vuelve fiera: −Cuidado con esas manitos.

El aire escapa de mi pecho en un segundo. Me excedí. Me comporté como los imbéciles a los que se ve obligada a servir todas las noches.

«−¿Estás haciendo todo esto porque no sabés bailar a este ritmo? Vení. Igual que en el fogón.

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