Capítulo 45 (Sebastián)

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Mis manos y pies cuelgan fuera de mi cama. El corazón me late en los oídos. Respiro pero no consigo retener suficiente aire. La cabeza me da tantas vueltas que siento que colapsaré en cualquier momento. Pongo una playlist de Pescado Rabioso que ensordece mis pensamientos y me anestesia por algo más de una hora, alejándome del laberinto de emociones que me rodea.

Cuando la música termina, me sorprender un silencio total en mi casa. Miro el reloj: son casi las tres. La maldita curiosidad que me metió en todo este embrollo vuelve a controlar mi cuerpo y me empuja fuera de la cama. Al salir al pasillo, el eco de la música para meditar de mamá llega a mis oídos. Me asomo por la escalera: Mile no está abajo, tampoco Adrián. ¿Dónde se habrán metido? ¿Se habrán ido? ¿Estarán los dos con mamá?

Me siento algo incómodo, no lo voy a negar, pero acabo acercando la oreja a la puerta de su cuerpo.

−¿Sabés? Todo esto me hizo pensar... −reflexiona mamá. –No deberíamos irnos a París.

−Pero, Nicole –responde Adrián −, te lo ganaste.

−Ya lo sé. Es que todo esto es muy nuevo para los chicos, y por qué no decirlo, para nosotros también. Todavía nos estamos acostumbrando, ensamblándonos. No quisiera que volviéramos a dejarlos solos.

−Nicole, no van a estar solos. Están mis viejos, mis hermanos... Es más –hace una pequeña pausa −, podría quedarme yo. Podrías irte con Karina y yo quedarme acá con ellos. Podés confiar en mí, Nicole, te lo prometo.

−No es que no confíe en vos, lo sabés. –Ella suspira. –Tengo miedo de que Sebas pueda aprovecharse de mi (o nuestra) ausencia para hacer una locura.

¿En qué clase de monstruo me he convertido? ¿Quién o qué me ha cambiado? ¿Acaso tienen razón y fue Camila? ¿O yo cambié para ella? ¿Fue la influencia de la llegada de Adrián? Me cuesta creer que todo ha sucedido en cuestión de meses.

Con el peso de la conversación que acabo de escuchar alojado en el pecho, vuelvo a mi cuarto por el celular. Busco el contacto de Gero golpeando con ira la pantalla con el pulgar.

−Sebas, perdóname, por favor. No creas que te quise buchonear, pero me asusté con lo que dijiste. Vos no solés hacer esas cosas y yo tampoco, y si se enteraban tus viejos o los míos, ¡me despluman!

−Bueno, bueno, basta, Gero. Tengo la cabeza que me explota. –Respiro profundo y exhalo sonoramente en su silencio. –No voy a negar que en ese momento quise matarte por abrir la bocota, pero para variar necesito tu ayuda. –Dejo pasar dos segundo para que las últimas dudas desaparezcan. –Necesito que contactes a Camila, tengo que verla lo antes posible.

−No te lo tomes a mal, pero... ¡¿Estás loco?! ¡Después de lo que pasó hoy! Tendrías que haber visto la cara de Adrián, parecía a punto de matar a alguien.

−Ya me tuve que aguantar sus gritos y reproches, así que no necesito imaginarlo.

−¡Tu mamá nos va a matar! A vos por terco, y a mí por obsecuente.

−Si estoy con vos no va a decir nada.

−¿Ah, sí? ¿Y si le dice a mi viejo? ¡Me encierra en el taller un año!

−¿Te recuerdo que fuiste vos el que tanto me insistió para que me la jugara con Camila? ¿El que me acompañó al fogón las veces que fui a verla? –Calla, lo imagino rascándose la cabeza. –Además, solo te iba a pedir que me prestaras tu patio.

−¿Mancharán el suelo sagrado de mi patio con sus actos pecaminosos? –se burla. –Mi mamá te va a arrastrar de la oreja hasta Luján si se entera.

−No seas idiota. Solo necesito hablar con ella. Aclarar las cosas, poner todas las cartas sobre la mesa. ¿Me vas a ayudar?

−Sé que me voy a arrepentir... Contá conmigo. ¿El viernes te viene bien? ¿Después del ensayo?

Justo en ese momento, escucho pasos en la escalera.

−Perfecto. Gracias, Gero. Y si sale bien, estás perdonado.

Corto y cierro los ojos un micro segundo antes de bajar. Mile está en piyama y pantuflas; Adrián, a su lado, parece ayudarla con la tarea, mientras mamá trabaja en su computadora con una taza en la mano libre. En cuanto pongo el pie en el último escalón, automáticamente los tres me miran como a una granada a punto de explotar. El rostro de mi padrastro se torna serio, pero ya no desprende tanto enojo como hace rato.

−Perdón –susurra. –Fui demasiado duro.

−No estuvo bien lo que hice. Lo sé y me disculpo. –Miro a Milena, que se encoge en la silla. –Con todos. En especial con vos, peque.

Siento la mano de Adrián en mi hombro al acercarme a ella, y el abrazo de mi hermana, algo dudoso pero esperanzado a la vez, repara al menos la mitad de mi corazón. La otra mitad deberá esperar en terapia intensiva cuatro días.

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora