Veo a Sebastián desempolvando CDs y vinilos con Adrián, hablando con una relajada expresión pintada en el rostro. Al otro lado, Milena juega con Álvaro y Sofía, los hijos de Beatriz, y sus compañeros caninos. Mi corazón estalla, incapaz de albergar tantos sentimientos y emociones a la vez. Una familia... Podríamos ser una familia, todos nosotros.
−Nena −me llama amablemente Raquel, la mamá de Adrián, con sus rizos rubios idénticos a los de su hija enmarcando sus anteojos. Siento como si me hubieran arrancado de un tirón de un sueño profundo, pero sonrío de manera educada y ella hace lo mismo. –Contame, ahora que no está la chismosa de Bea. ¿Hace cuánto que vos y Adrián se conocen?
−Solo un mes. Él encontró a la perrita de mi hija, que se había perdido.
Mantengo la vista fija en el bowl de ensalada que estoy condimentando, dándole vueltas tan lentas como si fuera un merengue francés. Sin embargo, por el rabillo del ojo veo que un destello de picardía cubre la mirada de la señora.
−Pero se han viso más que solo esa vez, supongo. Digo, de lo contrario él no te llamaría su amiga. Creeme. No es fácil que él le otorgue su confianza a alguien.
−En eso nos parecemos –admito con seguridad.
−¿De qué signo sos?
−De Acuario.
−Él es de Libra.
−Me di cuenta por la fecha.
−¿Quién diría? Son signos que se entienden muy bien.
−¿De qué hablan?
El homenajeado aparece y se apoya en la mesada. Intenta robar un tomate cherry de la ensalada y le doy un golpecito juguetón en la mano como a mis hijos. Me mira sorprendido, siguiéndome la corriente, mas luego sus ojos se entrecierran y una media sonrisa juega en sus labios cuando se concentra en mi rostro. Yo tampoco puedo alejar mi mirada del suyo: sus facciones son tan perfectas, hasta las tenues arruguitas que aparecen donde acaban sus pestañas le sientan tan bien... y cuando me quiero acordar, mis dedos se apoyan sobre ellas, delinean su ceja gruesa, acaban en su pómulo marcado. Su sonrisa se acrecienta y su respiración se entrecorta, delatándolos.
−Emm... Tenías algo... −Quito una pelusa inexistente de su mejilla. –Ya está.
−Debía ser carbón –murmura, clavando sus pequeños irises claros en los míos.
−Hacía tanto que no te veía sonreír así, hijo –suspira Raquel. –No desde...
−Mamá, no es momento.
La repentina dureza de sus palabras me deja helada. Noto el ligero cambio en su expresión, el cual rápidamente vuelve a cubrir con una sonrisa. También lo hace Raquel al agarrar una fuente de verduras salteadas.
−Voy a llevar esto a la mesa. ¿Traés ese, Nicole? –Le acaricia la mejilla a su hijo menor. –Decile a papá que estamos listos.
El almuerzo transcurre entre decenas de anécdotas tan graciosas que acaba doliéndome la panza a pesar de haber comido solo algo de apoyo y mucha ensalada. Incluso Sebastián participa de la conversación, charlando de artistas y canciones con Hernán.
−¿En serio fueron a ver a McCartney?
−¡Sí! ¿Qué año fue, Adri? –pregunta el mayor con la boca llena con un trozo de costilla.
−2010, creo, fue cuando fui yo. Vos fuiste con Bea en el '92 también.
−Wow, mi amigo Gerónimo se volvería loco, es súper fanático.
−¡Avisen cuando tocan! Me gustaría ir a verlos.
−Seguro –añade Adrián, mirándome y guiñando un ojo. –Bueno, si a tu mamá no le molesta.
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Segunda Oportunidad
RomansaNicole es madre divorciada. Como tal, ha aprendido siempre a hacer las cosas por su cuenta, y a decir verdad no le ha ido nada mal: su emprendimiento de diseño sigue creciendo y la rutina de su casa funciona al pie de la letra, bajo la creencia de q...