Capítulo 21 (Nicole)

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Un aroma especial me hace detener mi caminata por las pobladas calles de la ciudad. Olfateo cual cachorrito y una sonrisa se dibuja en mi rostro. Sigo el olor hasta la panadería de Doña Rosa Felice, y una bandeja de hombrecitos de jengibre me guiña el ojo desde la vidriera. Sin duda, esas galletas son de mis cosas favoritas de la época navideña, además del ambiente veraniego que me libera de pesados abrigos y gruesos pantalones y me permite vestir mangas cortas y amplias faldas todos los días.

Cuando entro a la panadería, mientras espero en la fila a ser atendida, mis oídos son sorprendidos por una canción de Michael Bublé, la misma que acompaña el final de la película "La Gran Boda". Mi cabeza empieza a moverse al compás, mis labios se curvan hacia arriba al recordar esa noche en la casa de Adrián, robándonos dulces besos en su largo sillón mientras sonaba esa canción, luego de abrazarnos de mil maneras y reír como locos durante la película.

No hemos vuelto a compartir una velada así, pues Adrián se ha esforzado porque pudiéramos pasar tiempo con los chicos, y además ambos hemos estado bastante atareados con el trabajo. Pero no puedo negar que parte de mí ansía que volviéramos a encontrarnos los dos solos... Ya no le tengo miedo a eso. Punto para mí. Punto que él me ayudó a ganar.

−¡Nicole! ¡Qué linda estás! –me saluda alegre Doña Rosa, con el leve acento italiano que aún conserva. −¿Medio de pan de salvado y semillas, como siempre?

−Sí, y también... Dos cajitas de galletas de jengibre. Las más grandes.

−¡Ajá! Ya sabía que ibas a querer de esas. Te las armo enseguida. No es porque las haya hecho yo, ¡pero están riquísimas!

Cuando Doña Rosa regresa a la cocina, mis ojos se pierden en el vibrante danzar de las llamas del horno de barro, donde su hijo está cocinando pizzas y empanadas. Un cálido anaranjado se entrecruza con un azul brillante en su base, con retazos de un negro profundo y chispas amarillas y rojas que se disparan como fuegos artificiales.

¡Zas! La imagen se presenta clarísima en mi cabeza. El living, la última escena de "La Gran Boda", la canción de Bublé, y al igual que los personajes en la pantalla, Adrián y yo bailando. Mi vestido, largo hasta los pies, con un muy sensual tajo en la pierna izquierda y el hombro contrario descubierto, combina todos los colores que he visto en el fuego. Mi cabello se mueve libre cuando giro envuelta en delicadas llamas de gasa.

Más rápida que la luz, rebusco en mi cartera como si estuviera cavando en la tierra. Necesito papel y lápiz urgente. Mis manos desesperan hasta que dan con los materiales, que pronto apoyo en el mostrador para empezar a dibujar. Trazo la línea del escote, las capas de tela que se entrecruzan en el busto, suelto los gajos de la falda, pongo letras en cada sector para recordar los colores y poder pintarlo en casa. Anoto en una esquina detalles de peinado y maquillaje, intentando plasmar todo lo que ese repentino juego de mi imaginación me mostró.

−¡Epa! ¿Vino la inspiración?

Levanto la mirada y veo que todos tienen los ojos puestos en mí, abiertos tan grandes como los de los títeres de Plaza Sésamo. Eso incluye a Doña Rosa, con las cajas de galletas y la bolsita de pan en las manos. Mis mejillas se encienden, y no es por el calor. Despacio, guardo mi libreta y busco la billetera.

«−Va, va. Avanti que esto no es un espectáculo –reprende la mujer a sus clientes y empleados, quienes lentamente vuelven a sus propias mentes. Se inclina hacia mí y añade: −Siempre fuiste tan talentosa, nena. Vas a llegar lejos con esas manos benditas.

Nadie me puede borrar la sonrisa de la cara mientras conduzco de regreso al taller. Ya me estoy imaginando a Karina cuando le muestre mi nueva idea.

−¡Volviste! Creí que te había tragado la tierra. Tuve que bancarme a la pesada de Hilda con las dos hijas yo solita –me suelta, poniendo las manos en las caderas.

−Te traje una recompensa.

Cuando abro una de las cajas de galletas, da saltitos como una nena.

−¡Ay, te amo! Estás perdonada.

Mientras ella acomoda los dulces en la mesita ratona, voy a la computadora y tipeo "Save the last dance for me" en el motor de búsqueda. Doy click al botón verde y la canción empieza a derramar su ritmo caribeño por todo el salón. Voy bailando mientras me acerco a mi mesa de trabajo, recupero mi libreta, busco mi cuaderno de diseños y me lápices de colores para sumergirme en el trabajo de pasar en limpio la idea del vestido.

Karina regresa con dos tazas de té en las manos, que se le hubieran caído de ser una persona con menor dominio de sí misma. El asombro cubre todo su rostro al ver mi dibujo.

−¿Qué te parece?

El silencio continúa. Karina busca su cartera, saca su celular y se pone a buscar algo, casi sin parpadear, moviendo solo su índice hacia arriba lentamente. Tras unos minutos, chasquea los dedos y regresa a sentarse junto a mí, extendiéndome el teléfono para mostrarme una imagen.

−"Lleva tu diseño a París" –leo.

Asiente con energía: −Lo juzgan los mejores diseñadores del país. El ganador obtiene dos pasajes para la Semana de la Moda de París en julio del año que viene. Y antes de que digas que es un invento y me mires con ese escepticismo tan tuyo, te dijo que ya leí todas las bases y condiciones, hasta el último punto y coma, y está todo certificado por ley y decreto.

Se me sale una carcajada ante su repentina verborragia. Karina es tan apasionada por nuestro trabajo; me alegra tenerla como compañera.

−¿Y a qué viene esto?

Señala mi dibujo a medio terminar con una expresión entusiasmada.

−Este vestido... Es maravilloso, Nick. Es único. Reúne todo lo que sos, ese estilo clásico que te distingue con un toque atrevido y sensual perfecto. Tiene todos tus colores favoritos, la combinación es alucinante, y el diseño... Además, lo creaste inspirándote en Michael Bublé, que lo amo con el alma. ¡Ayyy! Tenés que mandarlo.

−¿Sabés cuántas son las posibilidades de ganar, Karina?

−¡Infinitas!

−No le tengo confianza a los concursos. No está bien dejarse llevar por el azar, uno tiene que tomar las riendas de todo en la vida.

−Tampoco les tenías confianza a los hombres después del troglodita de tu ex, y ahora no hay quien te despegue de Adrián.

−No seas exagerada –murmuro, poniendo los ojos en blanco.

−¿Entonces por qué esa sonrisita cuando lo nombramos, eh? –Me codea suavemente. –Es una oportunidad de oro, Nick. ¿Te lo imaginás? ¡París! ¡La capital mundial de la moda! ¡Y tu vestido en esa pasarela! Es lo que soñaste desde que tenías dieciséis.

−Soñamos –la corrijo. –Y es nuestro vestido. Todo lo que diseñamos acá adentro es de las dos.

−En tu defensa, lo diseñaste en la panadería, no acá.

−Da igual.

−Entonces, ¿qué decís? ¿Lo intentamos?

Dos galletas de jengibre más tarde, ya estamosllamando a los proveedores preguntando por gasas del color del fuego.

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora