Capítulo 35 (Camila)

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Apoyo mi frente en la puerta al cerrarla, dejo escapar lentamente el aire de mi pecho. Solo me resta confiar en que el hombre que acaba de irse no me delate con mi jefe, o me aguardará una noche todavía más difícil que estas últimas.

Me siento tan diferente que me odio a mí misma. No me reconozco, pero un rincón de mi ser quiere a ese nuevo espíritu que solo nace en mí cuando estoy con él... Pero él no está. Hace un mes que ya no viene por acá. Se olvidó de mí como yo debería haberlo olvidado.

De lejos escucho el eco del cante alrededor del fogón. Hoy no me han permitido ir. De todos modos, salgo del cuarto, bajo las escaleras y me recuesto contra la pared de ladrillos, deseando al menos consolarme escuchando. Reviso mis bolsillos, maldigo entre dientes por tener puesto este inútil vestido de retazos.

−¿Te quedaste sin puchos?

La larga y extremadamente delgada sombra de Sergio, uno de mis más viejos amigos, aparece de pronto, jugando con la tapa del atado de cigarrillos que siempre lleva encima. Rápidamente agarro uno y lo acerco a su encendedor. La primera pitada me relaja al instante.

−¿Qué hacés acá?

−Te estaba buscando. ¿Castigada otra vez? –Levanta una ceja mientras prende su propio cigarrillo y se apoya en la pared junto a mí.

−Por desgracia.

−Viejo ogro.

−Callate, Sergio, que tiene oídos por todos lados.

−¿A cuántos has cazado en el fogón? Debería verle el lado rentable.

−No arruines lo único que no tiene que ver con el trabajo.

De pronto, veo que Sergio cambia de posición, me mira atentamente, suelta una nube de humo y sonríe medio de costado.

−¿Te acordás la primera vez que me trajiste acá? –dice con voz melosa.

Sé a lo que está jugando, y decido tomar parte.

−Claro que me acuerdo –deslizo. Mis dedos caen por su cinturón, tocando el evidente bulto en sus pantalones. –Y parece que vos también.

Tira al piso el cigarrillo, presiona las palmas contra la pared a ambos lados de mi cabeza y me besa con ganas. Le regreso el gesto, acariciándole la espalda húmeda de sudor.

−Prometo pagar.

−Más te vale.

Su cabello rubio oscuro me hace cosquillas en mis ojos cerrados. Empujo hacia él con mis caderas y, en respuesta, me empotra contra la pared. Jadea sobre mi piel mientras mis manos hacen su trabajo, mis piernas encadenadas en su cadera se tensan poco a poco mientras traza un sendero de besos entre mis pechos y sus dedos se aventuran bajo mi falda.

−Ay, Camila... −La voz finita de Sergio se ha vuelto ronca.

Se me escapa un gemido. Tiro de su pelo, ondulado, sedoso, oscuro como la noche...

−¿Camila?

Es su voz. Inconfundible, única. Está junto a mí, no estoy soñando.

−Seguí, Sebastián.

Me suelta de repente. Abro los ojos. Sergio me mira como un perro mojado, el deseo aún evidente entre sus piernas combinado con la vergüenza en su cara. Miro hacia mi izquierda, y una sola mirada suya me arranca el alma.

Parte fantasía, parte realidad, ahí está Sebastián, con su amigo detrás como cómplice y guardaespaldas, y hay lágrimas en sus preciosos ojos. Esos labios que soñaba besar se abren sin poder articular una palabra. Me acaba de descubrir.

−Sebas... −Alargo la mano hacia él, pero retrocede como un animal herido.

−¿Cómo pudiste?

−Dejame explicarte.

−¡Ahorrátelo! No quiero escucharte.

−¡Sebastián!

Se me quiebran las costillas al gritar su nombre. Me da la espalda y se aleja por donde llegó, ciego, sordo y mudo mientras le ruego que vuelva. Me falta el aire, mis manos tratan de sostener los pedazos de mi corazón.

Paso corriendo junto a Sergio, ignoro el abrazo que me ofrece, y me interno en el callejón oscuro. Me dejo caer sobre las calles empedradas, el dolor que golpea mis rodillas no es nada. Grito, lloro, me desarmo, me golpeo el pecho como castigo por mi estupidez.

Esta era la razón por la que no podía dejar que se acercara. Creí poder protegerlo, pero es imposible. Y los pasos lentos y pesados que se arrastran amenazantes hasta donde estoy me lo recuerdan.

−Mocosa inservible, ¿qué hacés acá?

Mi jefe me levanta por el brazo y me pone sobre mis pies. Enfrento sus ojos negros y sin fondo y su labio retorcido de furia.

−No me sentía bien –susurro.

−Volvé allá, tenés trabajo. Ya hay otro clienteen tu puerta.

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora