La casa de Adrián se parece bastante a la nuestra, pero algo más pequeña, e idéntica a sus vecinas del barrio. El jardín delantero está descuidado, evidencia del correteo constante de su gigantesco pastor alemán desde un extremo al otro del portón. Sissi empieza a ladrar al mismo tiempo que él, una conjunción de graves y agudos bastante peculiar que me hace agradecer haber traído auriculares. Sin embargo, me distrae de la idea de ponérmelos el eco de la música que viene desde el interior. Suena parecido a Depeche Mode, reconozco la canción, pero no es la misma banda, es como más rockero...
Ni me entero cuando mamá toca el timbre. Adrián sale a recibirnos con una gran sonrisa que hace que se le achinen los ojos. Saluda a mamá con un beso en la mejilla y las manos de ambos se rozan bajo la bandeja de carrot cake que ella trae, y el segundo en que sus miradas se entrelazan amenaza con extenderse más de lo necesario, hasta que me aclaro la garganta y Sissi ladra a la vez.
−¡Ey! Miren quién vino también –Adrián le rasca las orejas a la perrita y nos hace pasar.
−¿Ya la puedo dejar acá? –pregunta mi hermana.
−¡Claro! –el dueño de casa silba. −¡Vení, Campeón!
El ovejero alemán deja de dar vueltas alrededor de la parrilla encendida, se acerca y Sissi por poco salta de las manos de Mile para irse corriendo con él. Es cuando ella abre su mochila y saca el dichoso dibujo que había hecho para el viernes.
−Esto es para vos.
Adrián la mira largamente, parece emocionado, y luego le besa la cabeza.
−Gracias, preciosa. Lo voy a tener conmigo todos los días. ¡Por favor, entren! Siéntanse en su casa. ¡Bea!
Una mujer de rulos con un vestido negro y blanco demasiado elegante para un almuerzo casero sale de la casa y pone una cara entre alegre y asustada, tipo emoji de WhatsApp.
−¡Ay! Vos debés ser Nicole, ¿cierto? Vení, pasá, vamos a ver dónde le encontramos un lugar a eso. ¿Salado o dulce?
−Dulce –responde con simpleza mi mamá, diplomática como siempre. −¿Vos sos Beatriz?
−Sí, la hermana de Adrián. Un gusto. ¿Ellos son tus chicos?
−Milena y Sebastián.
−¡Ay, qué lindos!
Su abrazo demasiado fuerte nos toma por sorpresa. Ni siquiera saco las manos de los bolsillos, aunque todo mi cuerpo se tensa. Acabadas las presentaciones, por fin entramos a la casa. De inmediato diviso un largo sillón al que me lanzo antes de que mamá me obligue a saludar uno por uno a todos los presentes como acostumbra.
Sin embargo, algo me llama la atención: el equipo de música, que parece una radio de principios del 2000, con pasacassettes y todo. Investigo el mueble, los estantes a los costados, donde hay pilas y pilas de CDs y... ¿esos son vinilos originales?
−¿Te gusta la colección? –dice una voz grave y fuerte a mis espaldas.
Intento ocultar mi sobresalto asintiendo con la cabeza. Cuando me giro, encuentro a un hombre que se parece a Adrián, pero no es él, empezando porque tiene ojos oscuros.
−Yo no quería... ser indiscreto.
−Nah, Adrián no tiene problema. Se puede decir que yo soy más cuida de esas cosas. Si te hubieras acercado a su biblioteca, tal vez sería otro cantar. –Con una breve risa. extiende su mano con intención de estrechar la mía. –Soy Hernán, su hermano.
−Sebastián.
−Sos hijo de Nicole, ¿cierto?
Me congelo. ¿Cuánto sabe ya su familia de nosotros?
−¡Hermanito! –lo llama Adrián, entrando desde el jardín. −¡Se quema!
−¿Y por qué no lo das vuelta? ¿El "Señor Editor" todavía no aprendió a vigilar un par de costillas?
Adrián se pone las manos en los bolsillos y se encoge de hombros: −Cada cual tiene su talento.
−Bue, mejor los dejo.
El mayor palmea la espalda de su hermano y se va afuera, con quien asumo es su padre. Adrián alterna la mirada entre los discos y yo, lanzando un suspiro melancólico.
−¿Te gusta la música?
−Mmm-hmm.
−Tu mamá me dijo que tocás la guitarra en una banda.
−No es nada serio. Somos tres amigos y yo, de la escuela.
−¿Quién te dice? Capaz que en unos años los vemos tocando en Vélez. –Chasqueo la lengua, Sí, claro, como si fuéramos la próxima Queen. −¿Qué te gusta escuchar?
−Soda, Cerati, Spinetta, algo de Fito, Divididos.
−Rock nacional del viejo, buena elección. Yo siempre fui más del anglo, igual.
Señalo el equipo: −Depeche Mode, ¿no?
−En versión del grupo Anberlin, pero sí. –Alza una ceja. –Me sorprende que conozcas, no suele ser usual en chicos de tu edad.
−Investigo mucho.
Hace silencio. Lo miro de reojo, y veo que su mirada está perdida en el suelo, su cabeza se agacha en señal de cierta vergüenza e indecisión.
−Sebas, ¿puedo decirte algo?
−Supongo...
Me tienta agarrar el celular, pero me resisto y me giro para verlo de frente. Sus ojos son transparentes, no solo en el sentido literal que le otorga su color tan claro.
−Yo no quiero lastimar a tu mamá ni a ustedes. Sé que suena a frase hecha, pero lo digo de verdad. Aún así... Si mi presencia molesta u ofende de alguna manera, decímelo. Yo lo acepto, y estoy dispuesto a dar un paso al costado si eso les ahorra disgustos.
Sé que lo dice por mí. Se me hace un nudo en la garganta que me apuro a tragar. Lleno mis pulmones de aire y lo suelto lentamente, buscando ganar algo de tiempo para encontrar las palabras correctas. Por más que supiera que esta conversación llegaría tarde o temprano, no sé qué decir. Y que empiece a sonar una balada de Nirvana, con su aire depresivo, no ayuda mucho al ambiente.
−No necesitás consultarme nada a mí. –Me maldigo para mis adentros. Mi voz sigue sonando dura y helada, y eso impacta en Adrián como un piedrazo en el hombro; puedo verlo en su cara.
−Es una cuestión de respeto, Sebastián, hacia vos y hacia tu mamá. Y Mile, claro, pero bueno, me entendiste.
−Sí, te entendí. –Un segundo de silencio se estira como chicle.
−No está en mi intención hacerla sufrir, a ninguno de ustedes. Además solo somos...
−¿Amigos? –suelto con ironía. –Eso no es cierto, no soy tonto y puedo verlo.
Ahora es él el sorprendido. Abre la boca para responder, pero no logra emitir palabra. Respiro profundo para serenarme y agrego:
«−No soy quien para ponerme en el medio. Solo te pido que no la decepciones. Mamá puede hacerse la superada, con su perfecta rutina y su aspecto impecable, pero por dentro es completamente diferente.
Mi voz se va convirtiendo en un susurro, dejando entrever su verdadera fragilidad. Lo que digo de mamá tiene parte de verdad también en mí mismo.
Para mi sorpresa, Adrián me pone una mano en el hombro y sonríe ligeramente.
−Podés confiar en mí.
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Segunda Oportunidad
RomanceNicole es madre divorciada. Como tal, ha aprendido siempre a hacer las cosas por su cuenta, y a decir verdad no le ha ido nada mal: su emprendimiento de diseño sigue creciendo y la rutina de su casa funciona al pie de la letra, bajo la creencia de q...