Capítulo 52 (Adrián)

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−¿Mamá está bien? –pregunta Mile, ahogando un bostezo mientras la arropo con la frazada de flores.

−Sí, ya está dormida. Y ahora le toca a usted, señorita.

−¿No le va a pasar nada a mi hermanito?

−No, mi cielo.

−¿Y a Sebas? ¿Todavía no volvió?

−Sebas está con Gero. Seguro vuelve pronto. –Dios, me siento horrible mintiéndole, pero no quiero preocuparla. ¿Esto también viene aparejado con ser padre?

−¿Por qué no se puso contento? ¿Por qué se enojó con vos y con mamá?

Suspiro largamente. Sé la respuesta, pero es demasiado difícil de explicar ahora, aún a una niña que es muy madura para su edad.

−Todos nos enojamos sin razón algunas veces. Lo bueno es que después podemos pedir perdón. Pero vos no te preocupes, ¿sí? Vas a ver que todo se va a arreglar.

Se acomoda en la almohada, su carita confundida resulta casi tierna. Beso su cabeza y le acaricio el cabello antes de irme.

−¿Me leés un cuento, papá?

No importa cuántas veces escuche en su voz esa palabra, siempre hace que mi corazón se acelere. Sonrío y me giro: −No muy largo, que ya es tarde.

No obstante, y como de costumbre, antes de que la Sirenita rescate al príncipe del barco, ya está dormida. Dejo el libro en la mesa de luz, le doy otro beso y regreso abajo, donde Karina da vueltas a una taza de té, que ya debe estar fría, mientras revisa su celular con un desgano extremo.

Justo entonces, el mío suena en la mesada de la cocina y nos sobresalta a ambos.

−Ay, Dios, que sea Sebas –susurra Karina. –O no, porque sino... ¡Ay, Dios!

−Tranquila –Le pongo brevemente una mano en el hombro antes de ir por mi teléfono. El nombre que veo en la pantalla me extraña, y también me asusta un poco. −¿Hernán, qué pasa?

−Estoy con Sebas. Trajimos a Camila al hospital.

−¿Qué? ¿Cómo que con Sebas? ¿Cómo llegaron a...?

−Él me mandó un mensaje que lo encontrara en el barrio donde vive Camila. Estaba con Gerónimo. Encontramos a la chica casi inconsciente, ahora están tratando sus heridas. No sé, parece que el jefe abusó de ella.

−¿Qué jefe? Camila trabaja en la pizzería que hay cerca de ahí.

−Hay más atrás de eso. Es un negocio pantalla. Flor de culebrón. Después te cuento cuando mis compañeros traigan los detalles. En cuanto pueda llevo a Sebas para tu casa.

−No. Quédense ahí. Yo voy a buscarlo.

−Entendido.

−¿Podés pasarme con él? O poné el altavoz, mejor.

Un segundo después, mi hermano indica: −Listo, hablá que te escucha.

Mi respiración está temblando, mi mente se quedó en blanco. ¿Qué es lo que tengo que decir? Cierro los ojos, exhalo profundo, y dejo que sea mi corazón el que elija mis palabras.

−¿Sebas? Por favor, quedate con Hernán ahí en el hospital, ¿de acuerdo? Yo voy por vos enseguida. –No me contesta. –Tranquilo, ¿sí? Todo va a estar bien. Esperame que ya estoy yendo. Te quiero, hijo.

Rápidamente le explico a Karina, que me apremia a irme. Cómo estaré de apurado que ni siquiera prendo la radio al arrancar el auto. Miro en dirección a nuestro cuarto por un segundo: la cálida luz del velador alumbra el sueño de mi esposa. Me siento culpable por dejarla sola, irme así sin avisarle; no quiero que piense lo peor. Pero Sebas me necesita, entenderá. Ella haría lo mismo. Ella querría que yo fuera, y es mi deber hacerlo.

Llego al hospital al cabo de media hora. Leo el mensaje que me llegó hace un rato, donde mi hermano me avisa que Camila está fuera de peligro pero pasará la noche aquí. Lo encuentro en la puerta hablando por radio, y en silencio modula: "214. Escalera a la derecha".

En cuanto me asomo a la puerta entreabierta, mi mente retrocede enseguida al ineludible último recuerdo de Mariana. Al igual que ella, Camila yace pálida, dormida y sin fuerzas en una fría cama. Sebastián me imita a mí, rehusándose a soltar su pequeña mano, mirándola con ojos vidriosos y respirando pesadamente para evitar llorar. Entro a la habitación sin hacer ruido, y con cuidado pongo una mano en su espalda. Se sobresalta, pero luego me contempla largamente, un montón de emociones rondan su mirada.

−Sí viniste –susurra.

Estoy a punto de responder cuando se abraza a mi cintura, apoya la cabeza en mi cuerpo y se quiebra. Su tristeza me traspasa. Le acaricio el cabello con una mano y la espalda con la otra.

−Tranquilo, Sebas. Shhh, ya pasó.

−La voy a perder.

−No, Sebas, nada de eso.

−Vos no la viste. Se desmayó en mis brazos, no se despertaba.

−Ya lo sé. –Me mira con los ojos muy abiertos. –Vos la salvaste, Sebas. Si hubiera estado sola, y con este frío... Pero por suerte llegaste y pudiste ayudarla.

−Solo llegué porque me escapé de casa. –Me muerdo el labio y él se limpia la nariz con la manga del buzo. –No debí decir lo que dije ni hacer eso. Perdónenme, por favor.

Niega con la cabeza y derrama unas lágrimas que limpio con mis dedos, como he hecho tantas veces con su madre.

«−No quise reaccionar así, pero todo es...

−Complicado. Ya lo sé. Y sé que cuando me enojo, bueno –me encojo de hombros −, se me salta un poco la térmica. Pero todo lo que tu mamá y yo hacemos es por ustedes, para cuidarlos y ayudarlos a crecer. –Lo tomo suavemente por el mentón. –Sé que no soy tu papá, pero espero que al menos pueda ser algo parecido.

Despacio, se pone de pie. Parece más alto, como si hubiera crecido desde el interior.

−El hombre que me dio la vida y el apellido no está. Nunca estuvo conmigo, y vos sí. –Aprieta los labios antes de decir: −Vos sos mi papá.

Mi cuerpo se estremece de emoción cuando nos unimos en un abrazo que ambos esperábamos hace tiempo. Esa palabra que creí jamás nadie me diría resuena en lo más hondo de mí, y me hace sonreír y llorar a la vez.

−Sebastián...

La voz de Camila apenas es audible, pero mi hijo la oye y regresa de inmediato a su lado.

−Acá estoy, mi amor. Tranquila, vas a estar bien.

−¿Dónde estamos?

−En el hospital. Te encontré en la calle y te desmayaste.

Un escalofrío la recorre de pies a cabeza. Sebas acaricia su rostro, cubriéndolo por completo con su mano larga.

−Mi mamá, Sebas, mi mamá. Quiero verla.

−Voy a hablar adelante, tal vez puedan llamarla –sugiero, intentando sonar seguro.

Palmeo el hombro de Sebastián y salgo, justo para chocarme con mi hermano.

−¡Ay, me asustaste! –exclama. Lo chisto rápido. –Bueno, bueno, no te esponjes. ¿Cómo está Camila?

−Recién se despertó y preguntó por su mamá. ¿Sabés algo de ellos?

−Les están tomando declaración. Va a ser un proceso largo, pero creo que el tío va a zafar de los cargos por encubrimiento. Aunque por los de violencia, no sé.

−Es demasiado para una jovencita.

−Lo sé. Pero también sé que Sebas es todo para ella. Y ella para él también.

Asiento. Estoy seguro de eso, tanto como de mipropio nombre, y de que merecen estar juntos. Solo me queda rezar para que laoscuridad nunca vuelva a amenazarlos de esta manera.

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora