Capítulo 37 (Nicole)

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La Colección Zodíaco es todo un éxito. Si bien recibimos un par de críticas de supuestos entendidos en la materia diciendo que, por ejemplo, el opuesto complementario de Acuario no es Libra sino Leo, defendí mis creaciones argumentando que, además de que cada quien puede armar el conjunto de vestido y gargantilla que desee, relacioné cada signo con aquel que mejor lo entiende. Si eso no es lo que Adrián y yo somos, la Astrología puede irse al infierno.

Las pequeñas piedras azules de mi anillo de compromiso destellan en la luz de la ventana mientras termino de envolver un paquete. No puedo evitar admirarlo, acariciarlo, sentir el espíritu de Adrián fluyendo a través de él y uniéndose al mío.

Karina suspira exageradamente al pasar junto a mí y bate las pestañas como las protagonistas de las publicidades de maquillaje.

−¿Ya eligió el libro que va a recitar cuando digan los votos?

Revoleo los ojos: −No exageres. Optamos por el texto tradicional.

−¡Qué aburrido! Después de cómo se te declaró...

−Justamente por eso. Es algo que reservamos para nosotros dos.

−Pero a mí me lo contaste –me codea.

−¡Era la única forma de hacerte callar!

Nos agarra tal tentación de risa que me empieza a doler la panza. Siendo honesta, apenas recuerdo haberme reído así alguna vez. Y Karina se da cuenta.

−Esa es la Nicole que me gusta ver. –Junta las manos bajo su mentón. −¡Todavía no puedo creer que vayas a casarte! Vos, la que decías que no necesitabas a ningún hombre.

Suspiro: −A veces no te das cuenta de lo que realmente necesitás hasta que creés que lo perdés.

−Bueno, pero eso ya pasó. A partir de ahora, siempre para adelante, amiga.

−El lema de mi vida.

Mi celular interrumpe nuestra conversación. Encuentro varios mensajes que después leeré, aunque pasar de largo el nombre de Adrián me produce una incómoda sensación en el corazón. Cielos, estoy tan hormonal que una adolescente. Presiono el botón verde y atiendo la llamada de Sol Estévez, la cantante que contratamos para la ceremonia. Mas a medida que hablamos, o al menos que ella lo intenta, mis uñas se van enterrando más profundo en la palma de mi mano.

Faltan solo unas pocas semanas. Ya está todo armado.

El mediodía marca nuestra tarjeta de salida. En el auto, pongo algo de jazz tranquilo en un intento de sosegar los nervios que corren alocadamente en mi cabeza, quemando papeles y gritando como si viniera el fin del mundo. Inhalo, exhalo, una y otra vez, me dejo llevar por el compás de la música, que la dulce cadencia de las palabras se encarguen de realinear mi centro.

Sissi y Campeón brincan a mi alrededor apenas cruzo el portón. Le acaricio la cabeza a cada uno y sigo el brillante sonido de la risa de Milena hasta la cocina. Adrián guía su brazo para mezclar una cantidad respetable de queso fresco y leche en una olla de puré. En la hornalla, la plancha está llena de hamburguesas de lentejas, ligeramente tostadas de un lado. Parece que mi futuro esposo está entrenando y mi hija... nuestra hija se divierte ayudándolo.

−Huele riquísimo –sonrío, asomándome por detrás de ellos.

−¡Mami! –Mile me abraza fuerte y yo me estiro para alcanzar a Adrián, que me da un rápido beso en los labios.

−¿Qué tal te fue?

Suspiro y me apoyo en la mesada: −Sol tiene una afección en la garganta. No va a llegar a recuperarse para el día del casamiento.

Adrián arruga la nariz y hace una mueca antes de llevarse la cuchara de madera a la boca y probar el puré.

−Ya lo vamos a solucionar, no te preocupes –dice con la boca llena.

−¿Faltando dos semanas? No creo que haya nadie disponible.

−Nada que un CD y un parlante no arreglen. ¡Ay!

Corre a sacar las hamburguesas del fuego, casi quemándose en el proceso. Sostengo la bandeja mientras él manipula la espátula, y no me resisto a apoyar la cabeza en su hombro tan solo un segundo.

−No hagas eso o se me va a caer todo.

−¿Por qué? ¿No te tenés confianza?

Su boca roza mi oído y susurra: −Porque no voy a resistirme a tenerte entre mis brazos y besarte de pies a cabeza sin ninguna vergüenza.

El ruido de pasos en la escalera salva el momento y me distrae del sofocante calor que se aloja entre mis piernas. Gerónimo pasa a mi lado y me saluda. Detrás de él viene Sebas con una chica morocha, menuda, con pronunciadas curvas, ojos intensamente delineados y un atuendo bastante revelador. Por una razón que desconozco, mi hijo palidece al verme. Cree que voy a retarlo por haber dormido hasta más de las ocho.

−Buenas noches –bromeo.

−Emm... Hola, ma.

Mile y yo ponemos la mesa mientras Sebas despide a las visitas y Adrián presenta la comida. Aprieto los labios para no reír ante su expresión ante las hamburguesas vegetarianas, a las que mira como bichos raros. Los cuatro nos sentamos a comer en un tranquilo silencio mientras escuchamos algo de música variada.

−Ya está, me acordé –Adrián chasquea los dedos súbitamente, alejándose un momento de la segunda porción que se ha servido.

−¿De qué?

−Es la chica de la pizzería.

−¿Quién? –pregunto, confundida.

−¿Te acordás del sábado del festival, que fuimos a comer a esa pizzería donde habían ido los chicos?

−Sí, claro.

−Había una chica, una de las mozas, que se lastimó con un vaso que se rompió. Vos la ayudaste, Sebas.

Sebastián esquiva su mirada y se esconde tras su vaso de jugo, lo cual me deja más pensativa. De pronto, las imágenes de hace unos meses van volviendo a mí.

−Ah, sí, creo que me acuerdo. –Mi espalda se tensa de pronto. −¿Vos y ella...?

−No, no, no, no. Solo somos amigos.

−¿Te gusta? –incita Milena.

−No, Mile, no... Bah, es muy linda y agradable, pero...

−Si sabe cantar, ya la podríamos ir invitando –acota Adrián.

−¿Qué?

Explico lo de la solista y las ideas que teníamos, sin poder evitar que el desgano tiña mis palabras.

«−¿Vos decís... que ella podría cantar con nosotros?

−No te quiero poner esa presión, hijo, ni a tus amigos. No hace falta.

−Pero Camila canta hermoso. También Carmen, su prima. Son dos ángeles.

−Si vos lo decís, debe ser. ¡Qué mejor criterio que el de un músico! –dice Adrián, y me mira de nuevo. −¿Qué te parece, amor?

−No lo sé.

−No te va a decepcionar, mamá, lo prometo. Además... −Duda un momento antes de seguir: −Si les pagamos al menos algo... Su familia la está pasando mal. La podemos ayudar.

La sinceridad y la empatía en su mirada me traspasan. Solo pocas personas conocen a ese ser dulce y amable que habita dentro del adolescente callado y testarudo. Asiento con una sonrisa, y Adrián hace lo mismo antes de besar nuestros dedos entrelazados.

Por fin el universo nos sonríe otra vez.

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora