Capítulo 40 (Nicole)

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Mi pie derecho no se queda quieto, juega con un pedal invisible en el sitio del acompañante. Tengo un nudo en el estómago que me hace retorcer en el asiento. Solo la mano de Adrián entrelazada con la mía en medio de ambos me ancla a la realidad. Estoy a un paso de unirme al hombre de mi vida. ¿Acaso eso es pecado, por todos los cielos?

−Van a estar bien –murmura Adrián, como si me leyera la mente.

Suelto un suspiro: −No deja de sentirse raro. Debería estar con ellos. Deberíamos estar con ellos, mejor dicho.

−Nick, sé que es diferente a lo "usual" –entrecomilla la palabra con los dedos −, pero no es la primera vez que nos encontramos sin ellos.

A diferencia de la mayoría de los librianos, Adrián tiene una memoria prodigiosa, y mis preocupaciones se han desvanecido frente a ella. Bueno, frente a todo lo que él es, como desde el día que lo conocí.

−Tenés razón. Solo estoy nerviosa.

−¿Creés que yo no?

−Solo una cosa.

−Lo que usted diga, mi señora esposa –sonríe de costado, llenando mi panza de mariposas.

−Llamame Nicole. Me gusta cómo lo decís.

−¿No te gusta tu apodo? Escucho que Karina te lo dice siempre.

−Lo hace en broma, pero en realidad me suena a nombre de varón.

Me rio con él de mi propia ridiculez y me derrito con la caricia que dejan las yemas de sus dedos en mi mejilla. Mi nombre se desliza por sus labios en una promesa de amor eterno a consumarse en solo unos momentos.

La casa está en silencio, el cielo se tiñe lentamente de amanecer. Tan embobada estoy mirando esos mágicos colores, que lanzo un gritito cuando Adrián me levanta en brazos y me carga hasta la puerta.

−¿En serio vamos a hacer esto? –exclamo entre risas.

Él no responde, solo sonríe de oreja a oreja, y me desarma al mirarme con adoración, como nadie nunca me ha mirado. Camina con seguridad por las escaleras hacia su cuarto, empuja la puerta con la rodilla y se sienta en la cama, acomodándose en su regazo. El brillo en sus ojos claros me hace sonreír.

−¿Quisieras ayudarme a soltarme el pelo?

−Claro.

Me siento de espaldas sobre el borde de la cama y él se arrodilla detrás tras quitarse los zapatos. Nuestros dedos se conectan entre los clips que sostienen mi diadema; pronto sus manos grandes me abandonan con ella, caen por mi trenza medio deshecha y, tras soltarla, acarician cada rizo hasta llegar a mi pecho. Mi pulso estalla bajo su tacto.

−Mi amor –susurra en mi oído. –Mi amor.

Mis ojos se cierran al instante. Termino de quitarme los adornos al compás de su respiración acelerada, sigo el camino de su índice descendiendo por mi torso y nuestras manos se encuentran bajo mi vientre. Mas de pronto, un fuerte calambre mi inmoviliza. Siento un río rojo fluir desde lo profundo de mi ser.

«−Nicole, ¿qué pasa? –Sus ojos me buscan con genuina preocupación, su pulgar acaricia una lágrima que se escapa por mi mejilla. Su mente ata cabos velozmente. –Por eso te ibas durante la fiesta.

−Por suerte el vestido no se manchó. –Suspiro, derrotada. –No me siento bien.

−Amor, no importa. No es de vida o muerte que esta noche no... Me importa que vos estés bien. ¿Pero por qué no me dijiste?

−Perdoname, en serio. Sé que querías... Y yo también lo quiero y sé que podríamos hacerlo igual pero... no me siento cómoda.

Mis ojos se anegan de lágrimas. Le fallé. Hemos esperado meses por llegar a esto, hemos estado a punto más de una vez y decidimos reservarlo para este momento, cuando fuéramos oficialmente marido y mujer. Y ahora las malditas leyes de la naturaleza me hacen doblarme de dolor por dentro y por fuera. Pero cuando mis recuerdos más negros intentan acecharme, el calor del abrazo de Adrián me envuelve y los aleja.

−Vení –me pide con ternura, acariciando mi espalda antes de besar mi frente.

Con total gentileza, desabrocha uno a uno los botones de mi vestido, descubriendo mi espalda. Traza un sendero de suaves caricias que eriza mi piel de punta a punta. Se abre camino por mis brazos, los recorre con lentitud, haciendo vibrar mi sangre. Nuestros labios vuelven a encontrarse, tiernos, deseosos, devotos uno del otro. Comienzo a despojarlo de su camisa, ansiando sentir de nuevo la textura única de su piel.

Me ayuda a liberarme del vestido, mas no intenta quitarme el más corto que llevo debajo. Sus manos siguen cálidas sobre mi piel, pero no avanzan. Lo miro con algo de desconcierto. Él solo me regala una pequeña sonrisa, me abraza de nuevo y me tiende suavemente sobre la cama. Se recuesta a mi lado, apoyado sobre un brazo igual que aquella mañana en la playa.

−¿Qué estás haciendo? –pregunto, curiosa.

Me aparta un mechón de pelo del rostro y una nuestras manos sobre su corazón.

−Intimidad no es solo sinónimo de sexo, Nicole. Puede que te hayan hecho creer lo contrario, pero no es así. –Vuelve a besarme brevemente y siento que me enciendo. Sus ojos ríen como los de un niño travieso: −¿Ves? No es necesario quitarse la ropa para hacer el amor.

Mi pecho se agita de emoción. Parpadeo para alejar las lágrimas. ¿Cómo puede haber un hombre tan perfecto caminando sobre la tierra? Sus dulces palabras reflejan la pureza de su alma, su mirada me traspasa y me hace caer rendida ante su sencillez.

−¿Puedo? –ofrezco. –No es justo que solo yo la pase bien.

Mis dedos recorren cada línea de su rostro, el tacto de una ciega que está aprendiendo a ver a la luz del verdadero amor. Dibujan la forma de sus labios, reciben su aliento cálido y entrecortado. Se deslizan por la curva pronunciada de su cuello, por su pecho y hacia su espalda, donde lo asalta un escalofrío de placer. He descubierto su punto débil. Mis besos lo distraen mientras le quito el cinturón. Nuestras piernas se enredan y nos acercan aún más.

Un fuerte calambre me recuerda detenerme.Levanto la mirada hacia mi hombre, él me besa una vez más y me abraza con todala ternura de su corazón. Morfeo nos abriga con sus alas y nos sumergimos en elsueño más feliz de nuestras vidas.

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora