Capítulo 14 (Adrián)

23 4 0
                                    

Los segundos pasan inertes, ninguno de los dos dice nada. Mi sonrisa se desvanece al notar sus ojos vidriosos. ¿Estuvo llorando? No puedo concebir la idea de haberla lastimado.

−Emm... Ah... Hola –susurra.

−¿Llego en mal momento?

−No, no. –Su voz suena ahogada, y se abanica el rostro con la mano mientras pasea la mirada por la atestada ciudad a mis espaldas.

−¿Segura? ¿Te pasa algo?

−Dije que no –sentencia. Mi ceño se frunce antes de que pueda contenerlo y, como acto reflejo, el de ella se amplía. –Ay, no... Perdoname, no quise sonar así.

−No hay problema.

Suspiro. Mis ojos caen al suelo, donde yace la rosa blanca que le había traído. Nicole me sigue, se agacha a levantar la flor, acaricia sus pétalos con su delicadeza de siempre y esboza una pequeña sonrisa.

−Gracias.

Inflo el pecho una vez más. Las manos entran y salen de mis bolsillos.

−No puedo dejar de pensar en lo de ayer.

−Yo tampoco.

−Me encantó que vinieran, de verdad.

Cuando se ruboriza, el deseo se acrecienta en mi interior. La memoria de sus tiernos labios entre los míos me acelera el pulso.

−Emm... Esta mañana comimos lo que quedaba de los postres.

Me sorprende el cambio de tema, pero me gusta de todos modos, y me da curiosidad...

−¿Estaba en tu grilla de comidas?

−No.

−Claro, qué estúpida pregunta.

−Estás logrando cambiarme, Adrián. Y para alguien que le tiene pánico a los cambios eso es terrible y hermosísimo a la vez. –Cierra la puerta detrás de ella, obligándome a dar un paso atrás. Su mirada está fija en la mía, es tan intensa que creo que voy a desmayarme. –Y lo más aterrador y maravilloso de todo esto es que esos cambios me salieron tan naturales... El desayuno, poner música en el auto. ¡Sí, hoy, con los chicos!

−Te dije que está bueno.

−Sé que parece una estupidez, pero para mí no lo es. Siempre tuve... no sé si llamarlo obsesión, o compulsión, no sé y no quiero que le pongan nombre tampoco. La cuestión es... −Sacude la cabeza, como si se fuera por las ramas. −Seguir una rutina, que las cosas se sucedan en un orden inalterable, significa para mí que nada está alterando la paz que tanto nos costó conseguir. Descubrí que el desorden solo lleva al caos, que el corazón puede caer preso de engaños de los que la mente se puede dar cuenta antes. Y cuando llegaste... Pusiste mi mundo de cabeza.

−Nicole, no quiero que creas que quiero presionarte. Ambos tenemos todavía demonios por exorcizar, monstruos bajo la cama que no nos dejan dormir. No quiero apresurar las cosas.

−No estoy hablando de eso. Es solo que... cuando estoy con vos, mi lado racional se apaga por completo. Nada tiene un orden preestablecido. Nuestras charlas, nuestros movimientos hacia el otro, todo surge desde... ¡no sé de dónde! Y eso me encanta, y me da miedo, porque la única vez que me permití sentir así no solo salí lastimada yo, sino también mis hijos.

Acuno sus mejillas entre mis manos, mis pulgares trazan la línea de sus pómulos y las esquinas de sus ojos.

−¿Me creerías si te digo que yo también tengo miedo de repetir mi pasado? ¿Y que ese mismo temor irracional es una de las cosas que más me hace querer estar con vos?

−¿Cómo es eso?

−Porque verte me hace vencer ese miedo. Al menos un poquito cada día, podemos espantarlo juntos.

Aprieta los labios, deseando no soltar una lágrima. Yo también siento mis ojos húmedos, pero mi corazón palpita de emoción por tenerla tan cerca, por estar descubriendo otra parte de su alma. De pronto, su mano cubre la mía, su tímida sonrisa reaparece e ilumina todo a su alrededor.

La beso sin exigir nada, solo para sentir su suavidad una vez más. Para mi sorpresa, es ella quien avanza hacia mí, me llena con su esencia y me ofrece todo de sí. Nuestras bocas danzan ansiosas. Saboreo su temor, su pena, su alegría, su entusiasmo; la dejo acariciar mi soledad, mi oscuridad. Mis brazos rodean su figura y percibo cómo sus tensiones la van abandonando para hacer que se deje caer contra mi pecho. Su nariz se hunde en mi cuello y sus dedos me acarician la nuca mientras beso su cabeza.

Nos perdemos en nuestra burbuja, lejos del mundo exterior, hasta que Nicole vuelve a hablar, sin separarse ni un milímetro de mí.

−¿Venís el viernes a cenar a casa? Estoy sola a la noche.

La miro y beso la punta de su nariz: −¿Y si mejor venís vos a casa? Quiero mostrarte algo.

Su sonrisa se amplía y mi pulso se dispara a la estratósfera.

−Me encantaría. 

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora