Capítulo 16 (Nicole)

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Suelto el celular cuando, al girar la cabeza, noto que Adrián me está mirando con una ceja un poco levantada y una expresión divertida en la cara.

−Perdón –murmuro, y regreso la vista al plato.

−No te disculpes, Nicole. Sé de quién estás esperando un mensaje. No soy celoso.

Lo miro seria, pero me obligo a gritos a relajarme cuando veo que se ríe.

−Es que ya pasó una hora desde que me escribió que habían llegado.

−Con suerte les están sirviendo la primera pizza. Los viernes a la noche esos lugares explotan de gente. Una vez Hernán me invitó a salir con los amigos de él, y estuvimos una hora haciendo cola, sin exagerar.

−¿Tus amigos no fueron ese día? –pregunto con natural curiosidad. Nunca habla mucho de sus amistades.

Mastica lentamente un bocado, pensativo, perdido en sus paseos por la memoria. Cuando contesta, su voz se torna grave.

−Nunca tuve gran cantidad de amigos.

−Calidad por sobre cantidad. Yo solo tengo a Karina, y vale por mil por haberme acompañado siempre, en las buenas y sobre todo en las malas.

Su sonrisa aparece fugaz y se desvanece mientras pincha otro trozo de cerdo agridulce.

−Mi mejor amiga era una chica. Eso no me sumaba muchos puntos a los ojos de la gente. Ni eso ni mis libros.

−¿Por qué?

Me mira fijo: −Los varones juegan al fútbol, arreglan motores o miran los partidos de Los Pumas. No leen novelas, sobre todo si son románticas. –Su mentón cae. –La secundaria puede ser muy cruel.

La música que suena bajita es lo único que se escucha por unos cuantos segundos, que caen entre nosotros como granitos de arena en un reloj. Suspiro y le acaricio la mano que reposa sobre la mesa. Su piel está fría a pesar de que la noche está templada. Lentamente nuestros dedos empiezan a entrelazarse y nuestros ojos vuelven a encontrarse.

−¿Y qué fue de esa amiga?

Sus irises claros se humedecen y se alejan de mí, su pecho desciende en una honda exhalación.

−Falleció.

Es como si un puñal me atravesara el corazón.

−¿Es...? ¿Es a quien fuiste a ver el otro día al cementerio? –Asiente tristemente. –Perdoname, no tendría que haber preguntado.

−No lo sabías. Es justo que te lo cuente.

El silencio se estira. Respiro profundo antes de hablar de nuevo.

−¿Qué era lo que querías mostrarme?

Cuando sonríe, luce repuesto: −Vení.

Apuramos los últimos vestigios de la cena, y tomada de su mano, me dirijo escaleras arriba. Una foto de Adrián con una chica vestida de celeste, sosteniendo entre los dos un libro y sonriendo ampliamente, me hace detenerme un segundo, pero sigo adelante. Acallo la parte de mi mente que me recuerda que los platos sucios siguen en la mesa. Sin embargo, otra voz más fuerte empieza a sonar en mi cabeza cuando Adrián abre la puerta de su habitación.

Entra. Yo me quedo estática del lado de afuera. Mis ojos están clavados en la cama de dos plazas, perfectamente armada, con una manta liviana color ocre sobre sábanas rayadas y pequeños almohadones del mismo tono claro sobre las almohadas enfundadas en azul noche. Las delgadas líneas estampadas en la tela me hipnotizan, despiertan decenas de imágenes en mi mente, que destierro de un sacudón que hace que el pelo me golpee la cara.

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora