El aire fresco de la noche se lleva mi primera pitada y pone una sonrisa en mi cara. De lejos puedo distinguir la voz de mi prima Carmen, aguda y angelical, cantando letras al azar para llamar a nuestros vecinos del barrio al fogón. La brisa se filtra por mis piernas y refresca el calor que se aloja en mis entrañas al escuchar el compás de Tangos en su cante. Mis caderas se mueven sin que se las ordene, mis ojos se cierran de deleite y mi cabeza se apoya contra la pared. El Flamenco produce esas sensaciones en mí desde que escuché los primeros cantes en voz de mi madre, nieta de inmigrantes andaluces.
−Qué linda música –dice una voz a mi lado, rompiendo el hechizo. La reconozco, se me ha grabado obstinadamente en la cabeza, repitiendo su "Señorita" cada vez que sentía sus ojos marrones sobre mí.
Libero un fantasma de humo y lo miro. Tiene las manos en los bolsillos y sube y baja la cabeza constantemente, avergonzado de establecer contacto visual.
−Son los chicos del fogón de la plaza.
−Podríamos ir, somos músicos también.
Todo mi cuerpo entra en alerta: −¿Y quién te dijo que vas a ir?
Frunce el ceño: −¿Quién sos para prohibirnos ir a un lugar público?
Aparto la mirada y me llevo el cigarrillo a los labios. Aprieto la colilla en mi boca, inhalo fuerte, necesito calmarme.
−Hace mucho que no recibimos gente nueva. Al fogón solo entran los valientes –agrego, arrastrando las palabras de forma sugerente.
−Sí, bueno... −Se frota la nuca y tose cuando yo suelto el humo.
−Ya sabía yo. Hasta luego.
−¡Esperá!
Tiro la colilla lejos y echo a caminar, hasta que siento que tira de mi brazo. Me giro enfurecida, pero mi corazón salta de sorpresa cuando nuestras miradas chocan.
«−Quería pedirte disculpas por cómo te hablaron mis amigos. No estuvo bien.
−Ya te dije. Me resbala.
−No es así.
−No me conocés –digo, casi gruñendo. Es mucho más alto que yo, pero no me intimida para nada, no con esos ojos demasiado dulces y compasivos.
−Conozco lo suficiente para saber que a una mujer no se la debe tratar así.
−Lo que no nos mata nos fortalece. Y las mujeres somos más fuertes de lo que todos piensan.
Se queda mirándome unos segundos, mi respiración empieza a acelerarse. Estira la mano lentamente, roza mi mejilla con sus nudillos y me obligo a no saltar hacia atrás para alejarme.
−Quisiera conocer la razón por la que sos tan dura, Camila.
Mi nombre se desliza como seda en su lengua. Mis ojos caen peligrosamente hacia sus labios. Decido sacar ventaja de la situación: agito las pestañas y hundo mi dedo en el centro de su torso.
−¿Quisieras conocerme?
Lo siento temblar, pero sé que no es de frío. El lamento flamenco de Carmen se alza en la distancia y entra en mí cuando me arrimo, tentándolo, respirando su aliento entrecortado al acercarme a sus labios.
«−¿Cuál es tu nombre?
−Sss... Sebastián.
Lo miro de nuevo a los ojos: −¿Sos un hombre, Sebastián, o un niño?
Al instante, su boca está sobre la mía, sus manos en mi rostro, demandantes, impetuosas. Su cuerpo está rígido, sus músculos tan tensos que casi los escucho romperse bajo mi tacto. Le muerdo suavemente el labio inferior, bebo su sabor dulce e inocente, me abro camino en su interior y lo invito a explorar. Y al momento en que entra en mí, mi alma explota como una lluvia de estrellas.
Nuestras bocas danzan por Tangos un poco más hasta que él se aleja, falto de aire. Bajo mis dedos, percibo su pulso tan acelerado que me da miedo, y no quiero admitir que el mío también lo está. No puedo permitírmelo. En mi vida no hay lugar para los sentimientos.
Me preparo para correr, pero vuelve a agarrarme la mano.
−Esperá, ¿adónde vas?
−No podemos volver a vernos.
−¿Qué? ¿De qué hablás?
Suspiro al ver su expresión confundida, dolida: −No vuelvas por acá. Va a ser lo mejor.
−¿Por qué?
−No podemos volver a vernos.
−¡Camila, esperá!
Le doy la espalda y apuro el paso hacia laplaza. Me van a descontar por irme antes, pero me importa muy poco en estemomento. Solo bailar unas cuantas patadas por Bulerías descalza sobre elpavimento me puede quitar el mal humor.
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Segunda Oportunidad
RomansaNicole es madre divorciada. Como tal, ha aprendido siempre a hacer las cosas por su cuenta, y a decir verdad no le ha ido nada mal: su emprendimiento de diseño sigue creciendo y la rutina de su casa funciona al pie de la letra, bajo la creencia de q...