Capítulo 31 (Adrián)

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−No es justo que me hagas cosquillas cuando no puedo usar mi otra pierna para defenderme.

−Si te doy un beso, ¿me perdonás?

Pone los ojos en blanco, pero sonríe de todos modos. Gateo sobre la cama, invirtiendo mi posición, y dejo un sendero de besos por su cuello y su mentón hasta detenerme en sus labios.

−Te amo, mi vida. Te amo.

−Yo también a vos.

Me besa, me acaricia, me hace un espacio para que me acueste a su lado. La ayudo a moverse con cuidado por su pierna rota. Ya es la tercera fractura que sufre en estos meses; los médicos aún investigan la razón, pero ella está bastante a gusto con el hecho de quedarse escribiendo y leyendo en la cama todo el día.

Cuando busco acomodarme, sin querer aplasto el libro que he soltado. Mi esposa se ríe de mi expresión cuando libero "El Cuarto Arcano" del peso de mi espalda.

−¿Otra vez con ese libro? Mirá cómo se está despintando el lomo ya...

−Es mi favorito. Después del tuyo, obvio.

−¿No tenés más libros para leer? ¿Incluyendo una larguísima lista de pendientes en varios formatos?

−Sí, pero me gusta este.

Cierra su cuaderno, lo apoya en la mesa de luz y acerca su cabeza hacia mi pecho. La dejo apoyarse allí y la siento estremecerse con mi caricia sobre sus hombros.

−¿Me leés un rato?

−Claro, preciosa.

Su rostro somnoliento me enternece. Acomodo el libro en mi regazo y mantengo a mi esposa bien cerca de mí. Sigo mis marcapáginas hasta dar con el pasaje que me lleva a una de mis frases favoritas:

"Contigo acabó mi búsqueda. Ahora sé cuál es el sentido de mi existencia: amarte y ser amado por ti".


Me siento en la cama, respirando de prisa. Me paso una mano por mi desordenado cabello antes de apoyar los codos en mis rodillas y dejo caer la cabeza con un triste y hondo suspiro. No fue una pesadilla, pero justamente por eso duele tanto.

Aprieto los párpados, aún así las lágrimas tocan mis mejillas. Alzo de nuevo la vista hacia la ventana. Apoyo la mano sobre mi pecho y muevo los dedos, deseando poder traspasar mi piel y llegar a mi corazón, acariciarlo hasta por fin calmarlo.

¿Por qué es tan difícil vivir de este modo? ¿Por qué es tan difícil sentir como siento?

Inhalo y exhalo. Noto que mi saliva se torna amarga. Vuelvo a tenderme en la cama. No quiero cerrar los ojos otra vez, pero el cansancio está por ganar la batalla... De inmediato los vuelvo a abrir, asustado por la mirada color miel que encuentro en mi mente: sonriente, brillante, inocente, fresca, amable, dulce... pero no es la de Nicole.

Me endurezco y no lloro. Estoy harto de llorar por las noches, de dar vueltas en la cama, encerrado tras la puerta abierta de una habitación que me queda grande.

Sin pensarlo más, apoyo los pies firmemente en el suelo: el frío me recorre la columna en una sensación no del todo desagradable. Inflo el pecho y me levanto, recorriendo con lentitud el piso de parquet que cruje en el silencio de la noche. Voy a la cocina, pero me detengo en el comedor al ver los objetos que, por ironía del destino, dejé juntos sobre la mesa: mi vieja alianza y el libro de Mariana. Mi corazón palpita demasiado fuerte, resonando dolorosamente contra mis costillas.

Me dejo caer rendido en la silla y tomo el anillo, un grueso listón dorado y plateado. Está caliente. No sé por qué, pero pronto estoy pasando las yemas de los dedos por las iniciales grabadas en el interior, y una lágrima cae sobre mi mano.

¿Por qué insisto en autoflagelarme? ¿Y por qué encuentro una extraña calma al estar entre sus cosas cuando lo que debo hacer es dejarla ir?

Antes de razonarlo, ya tengo el celular pegado a la oreja.

−¿Hola? –responde Nicole, adormilada. −¿Adrián?

Se me han borrado las palabras. Estoy tentado de cortar o tartamudear alguna excusa, pero acabo deshaciéndome en un suspiro, frustrado y aliviado a la vez.

−Sí, soy yo. Perdón, no quería molestarte.

−¿Te pasa algo? Te escucho triste.

Arde en mis ojos el llanto sin derramar. Mi puño se aprieta sobre la mesa hasta que las uñas se entierran en mi carne. No reconozco mi propia voz, que miente descaradamente al decir:

−Nada grave.

−¿Seguro? No tengas miedo en contarme.

−Es que... No sé si debería.

Ella no contesta. Los segundos pasan y me lastiman.

−¿Tiene que ver... con Mariana?

Aunque no puede verme, automáticamente bajo la cabeza, ocultándome. Ese es mi problema después de todo: cuando nadie me ve es cuando mis mayores miedos cobran vida.

−Soñé con ella. Pero no fue... Fue un sueño hermoso. Me recordó el mejor momento de nuestra relación. Pero no me siento bien por ello. Es más, me siento pésimo diciéndote esto porque sé que te lastima, aunque digas que no es así. –Trago el nudo en mi garganta. –En vez de facilitar las cosas, confesarte todo solo lo hizo más difícil.

−Tranquilo. No seas tan duro con vos mismo. Es lógico lo que te pasa. A ver: yo decidí dejar a mi marido, y aún así me cuesta convivir con el recuerdo. Vos y Mariana no eligieron separarse; es obvio que duela el doble.

−Pero no es justo, Nicole. No es justo para vos. No quiero darte las cosas a medias.

−Ambos tenemos un pasado, Adrián, y una parte de nosotros siempre va a habitar ahí. Es parte de quienes somos. –Mi respiración empieza a temblar mientras me froto el rostro con una mano, y Nicole se da cuenta: −Tranquilo. Desahogate.

Quiero ser fuerte por ella, por los dos, por los cuatro, pero me traiciono al hablar.

−Siento como... como si... te traicionara cada vez que pienso en ella.

−O a ella cuando estás conmigo.

−Soy un monstruo, lo sé.

−No, Adrián. Sos humano. Solo necesitás tiempo.

−¿Qué querés decir? –Mi voz suena aterrorizada. Mis latidos se detienen.

−Tal vez sea mejor...

−No... Nicole, no digas lo que sé que vas a decir. Cuanto más tardo en estar cerca de vos, más me consume todo esto. Pero cada vez que me decido a pasar página de una vez, hay algo que me hace dar tres pasos para atrás.

−Porque necesitás tiempo. Creéme. Sé lo que te digo. –Su tenue sollozo me parte el alma. –No es fácil pensarlo para mí tampoco.

−Nicole...

−Tranquilo, Adrián. No nos apuremos, ¿ok? Cuando estés listo para mí, yo lo voy a estar para vos, te lo prometo. Sea cuando sea.

Respiro profundo, intentando calmar el dolor en mi pecho.

−Yo te prometo esto; voy a ir a buscarte. Y en cuanto toque de nuevo a tu puerta, nada nos va a separar jamás. Te lo juro por mi vida.

Nicole hace una pausa. La imagino sonriendo con alguna lágrima empañando sus bellos ojos.

−Ahora descansá, ¿sí?

Exhalo sonoramente, sonrío a mi pesar ante la dulzura de su voz.

−Sos un ángel.

−Cuidate mucho.

−Te quiero.


Florencia Bonelli, "El Cuarto Arcano".

Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora