18. Cosas de niños

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Dánae

Uno de mis lugares favoritos en el mundo entero era la playa, y si podía ser con olas, se convertía en el favorito. No había ido a muchas playas, pero nunca encontré tanta paz como en el sonido de las olas, ni en la sensación de enterrar los pies en la arena caliente. Era curioso, pocas veces había estado cerca del mar, pero me encantaba todo lo relacionado con ello, quería estudiar para ser bióloga marina, era algo que me llamaba la atención desde hacía años.

Por alguna extraña razón, recordé lo que Jay me había dicho en Florencia. Mentí, alguien me había besado, pero no estaba segura de contarlo como un beso. Vacaciones en España de 2010, estaba en la piscina de un hotel, mientras jugaba con dos niñas de las que me había hecho amiga algunas horas antes, ninguna pasaríamos de los once años. Recuerdo que llegó un niño, para avisar a una de mis amigas de que ya era la hora de comer, era rubio, moreno de piel, la verdad parecía un surfista en toda regla.

Suponía que eran cosas de niños, pero si lo pensaba bien, era un poco perturbador que los niños a esa edad pensaran en eso, él se acercó hasta mí directo al grano y me preguntó si quería quedar más tarde en la piscina pequeña para ser su novia. Ridículo. Patético. Vergüenza. ¡Éramos niños! ¿Quién nos metería esas cosas en la cabeza intentando normalizarlo?. El drama vino más tarde, cuando esa misma tarde en la piscina, el niño surfista me besó, aunque nuestros labios apenas se rozaron, su prima comenzó a gritar y sus padres fueron corriendo para ver que había pasado.

Fue desastroso, aunque no había sido peor que la primera vez que vi la cosa colgante que llevan los hombres y que se supone que me debería atraer pero nada que ver. No había sido a mi padre, tampoco a mi hermano. Tenía ocho años, y habíamos ido a cenar con unos amigos de mi padre, los cuales llevaron a su hijo, de quien gracias a Dios, no recordaba el nombre. Le pregunté a mi padre si podía ir al baño a lo que él asintió con la cabeza, pero no me di cuenta de que el niño repelente había repetido mi acto.

Al salir del servicio, me pidió que si le podía enseñar mis partes, excusándose de que era una muestra de confianza para ser amigos, a lo que yo le respondí que no me interesaba ser su amiga entonces. Aún así él se bajó los pantalones justo en el momento en el que su padre se dirigía hacia al baño para buscarlo. La bronca que más disfruté en mi vida sin duda, y pensándolo bien, eso no contaba como cosa que cuelga entre las piernas de un hombre, porque con ocho años, ahí ni cuelga ni se asoma nada.

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