19. Enterada

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Dánae

—¡Tira ya Matteo!—exclamó Alessandra, sin que nadie la entendiese bien.

Llevábamos media hora jugando al uno en casa de Matteo, por el momento sólo había ganado Geovani, y eso a Ale no le gustaba nada. Eran las once de la noche y todos estaban un poco pasados por el alcohol que habían ingerido. Yo sólo me había tomado dos vasos que apenas pude terminar, puesto que el alcohol me subía muy rápido.

Para ser honesta, no estaba muy atenta al juego, a pesar de que me encantaba. Entre el subidón que tenía por haber bebido y que mi mente se encontraba en otro planeta, no muy lejano, porque se trataba de Jay, que probablemente estaría en su cuarto dibujando, no podía concentrarme. La última vez que nos vimos había sido en Florencia, tenía ganas de verlo. Estaba tan metida en mis pensamientos que no me di cuenta de que era mi turno.

—¡TIERRA LLAMANDO A DÁNAE!—dijo Matteo pasando su mano por delante de mis ojos.

—Perdón, qué torpe, es que no me encuentro muy bien, ¿Te importa si me acuesto un rato en tu cuarto o en la sala de estar?—Matteo asintió y me acompañó hasta el cuarto de invitados que se ubicaba justo al lado del cuarto de Jay.

Por alguna extraña razón pensé en tocar la puerta de su cuarto y darle una sorpresa, pero no era consciente de la borrachera que llevaba encima y pensé que sería mejor idea abrir de repente. Esperé unos segundos a que Matteo se fuera y luego dudé en si tocar la puerta o abrir de golpe. Con ambas opciones se enfadaría, la primera por pesada y la segunda por enterada y tal vez, un poco maleducada. Me daba igual, necesitaba verlo, así que sin pensarlo abrí la puerta.

—¡FELIZ AÑO NUEVO!—grité borracha sin ver lo que tenía frente a mí.— ¡Ay, me cago en la madre que me pari...!—cerré la puerta de un golpe y por un momento sentí que la borrachera también se me quitó de golpe.

No podía haber entrado en peor momento, ¡Justo acababa de salir de la ducha!, sólo le rodeaba una toalla en su delgada cintura. Me quería morir, era experta en cagarla, era muy experta en los tierra trágame, ¿Por qué siempre tenía que ser tan desastre?. De pronto, la puerta se abrió.

—¿Y bien?—dijo con una sonrisa juguetona. Apenas podía mirarlo, me daba vergüenza verlo así.

—Perdón, enserio, yo...sólo quería...joder.—hice una pausa.—Quería pasar a saludarte, lo siento siempre la estoy liando.

Jay soltó una gran carcajada.

—¿Estás borracha?—comenzó a reírse sin parar.

—Puede que un poquito.

—Pasa anda.—cogió mi mano y me invitó a sentarme en su cama.

Me gustaba mucho su cuarto, desde la primera vez que lo vi. Nos quedamos callados, en silencio absoluto, como cuando estuvimos en aquella montaña en la cual veíamos la bella ciudad de Roma, también recordé la noche en Florencia, ya no podía sacarla de mi cabeza. Fue Jay quien rompió el silencio.

—Hoy revisé la basura, y créeme, me acordé de tanta gente.

—Lo siento pero si no te vistes no voy a poder hablar contigo.—dije ignorando su tonta confesión.

—Entonces dame calor...o quítame el frío.—probablemente lo diría con esa sonrisa juguetona que automáticamente hacía que me mordiese el labio.

—¿Qué?, no entiendo.

—Eres tan inocente, enterada.

—Espera, ¿Qué?, te referías a...vaya.—a veces sonaba tan estúpida, pero él seguía ahí sin ponerse mínimo un pantalón.

—No perdía nada con intentarlo.—levantó sus manos de la mesa dónde se encontraba apoyado y se acercó lentamente hasta mí.

Y ahí estaba, mi taquicardia era exagerada, cada paso que daba aceleraba más a mi corazón. Qué dramática era, esas cosas sólo pasaban en las películas o en los libros que tanto había leído, reflexioné un momento, ¿Podría pasarme a mí en ese preciso momento?. No, no tenía tanta suerte. Sólo había pasado a mi lado para dirigirse al armario y coger algo de ropa.

—Eres tan rara.

—Normalmente me dicen que parezco normal, hasta que entro en confianza o hasta que bebo alcohol.—dije dedicándole una sonrisa.

—Es imposible que tú seas normal.

—Me encantaría parecerme a una de esas cantantes famosas tan guapas, o las modelos, o alguna actriz, como Emma Watson, son tan hermosas.—me acosté en su cama sin permiso, me había entrado mucho sueño de repente.

—Es grave forzarse a ser igual Dánae.—esta vez, si noté cómo se acercaba hasta mí. Se sentó a mi lado y acarició mi pelo hasta llegar a mi barbilla, giró lentamente mi cara hasta que nuestras miradas se cruzaron.—Eres única, y te lo voy a demostrar hasta qu...—comencé a reírme por la borrachera que llevaba encima.

—¿Qué?, no termines la frase, porque ya no sabes cómo seguir mintiendo.

—No sabes nada.—dijo en un tono frío.

—¿Así me vas hacer sentir especial?—intenté picarlo. Pero él no respondió, salió de la habitación y no volvió hasta que pasaron unos diez minutos. Comencé a hurgar por su escritorio, también en su armario, su ropa olía tan bien, pensándolo bien aquella escena era un poco acosadora por mi parte. Sentí cómo sus pasos se dirigían a la habitación y me acosté rápidamente en la cama.

—Toma, te he traído algo de comer para que se te pase la tontería que llevas encima.—colocó la bandeja justo en la mesa de noche, aún me encontraba un poco mareada pero pude incorporarme hasta quedarme sentada.

—Muchas gracias.—dije un poco somnolienta.

—Tendrás que quedarte en el salón a dormir, Matteo y Geovani están tumbados ya en su cuarto, parece que nunca han bebido. Por otro lado, tu hermano y su novia están en el cuarto de invitados y me pareció escuchar sonidos un poco extravagantes, qué atrevidos.—sonrió pícaro.

—Oh vaya, pues desde que termine de comer esto bajar...—no pude terminar la frase, comencé a vomitar sin parar. Jay me levantó de la cama sin pensarlo y me llevó hasta su baño.

—¿Te encuentras bien?, ¿Sólo tienes ganas de vomitar o estás mareada?—no podía responder, sentía que no tenía fuerzas, noté como que iba a desmayarme y Jay empezaba a preocuparse.

Veía todo borroso y apenas escuchaba bien lo que me decía, sólo sentí sus cálidas manos quitándome primero la camisa y seguidamente el pantalón. Luego, me metió en la ducha y comenzó a echarme agua fría por todo el cuerpo y fue cuando empecé a recuperar lentamente la vista aunque no por mucho tiempo, tenía demasiado sueño.

—Déjame así, tengo mucho calor.—estaba delirando un poco y me arrepentiría de ello la mañana siguiente. Jay comenzó a recoger todo el desastre había hecho sobre su cama.

—Llévame a tu cama, por favor.—le pedí casi dormida.

—¿Estás segura?—preguntó dubitativo. A lo que yo asentí sin decir nada más. Me cogió entre sus brazos hasta la cama y luego se acostó a mi lado. Aún estaba un poco mareada, la cabeza me daba vueltas y no era muy consciente de lo que estaba pasando.

—Quiero que me beses.

—Dánae, no estás bien, intenta descansar.—no escuché bien lo que me había dicho, ni sabía qué había dicho yo, estaba claro que llevaba delirando toda la noche, y poco a poco me fui quedando dormida, dejé de sentir dolor en la barriga y esas horribles ganas de vomitar.

HeavenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora