37. Atardecer

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Jay

Había sido la persona que cumplió su sueño, por lo menos uno de los que más deseaba. Dánae estaba nerviosa, aún sin poder creerlo, pero debía acostumbrarse, en algún futuro no muy lejano, estaría haciendo eso todos los días. Cuando se enteró empezó a llorar, es normal, no todos los días te dan la noticia de que vas a nadar con tortugas marinas, justo sus favoritas, las de "Buscando a Nemo". Salió del agua gritando "Joder Jay esto es una locura" y añadió otros tres gracias. Yo me quedé con ese momento, debajo del agua la veía feliz, era su hogar, la sirena tortuga le apodé, aunque a ella no le agradó mucho. Buceamos durante una hora y media, y jamás podríamos olvidar esa experiencia.

Al final Dánae no era tan diferente a las olas como ella creía, ambas crecían lentamente, cogían fuerza como nunca antes para terminar rompiendo sobre cualquier cosa que se les pusiera por delante, y terminan en la orilla del mar, olvidada, hasta que vuelve otra vez a su lugar de origen. ¿Y quién le teme a la orilla?, Nadie. Todos se acercan valientes para comprobar la temperatura del agua, pero pocos son los que se quedan a traspasar las fuertes capas de olas. Así era la gente, si veían que algo no era fácil, no lo intentan, y así era la gente conmigo, se acercaban, pero no aguantaban la presión de conocerme.

Dánae sí, había buceado la primera ola con fuerza, la segunda siguió nadando más rápido, dudando de si lo conseguiría o no, en la tercera casi no pasa, y ahora su cuerpo sigue en mi mar como si fuese suyo, y no lo negaba, ella ya no le temía al mar, no por lo menos en el que se había adentrado, que en este caso, era el mío, sin saber que tiempo más tarde traería una gran tormenta de la que no podría salir. Debería remar con fuerza, más que nunca, para poder llegar hasta la orilla. El mar era su oasis, y para mí, lo más natural que conocía.

Hasta que escuché la sinfonía de su risa, que calmaba todo mi océano interno el cual se encontraba en un enorme aguajero negro. Nunca pensé que ella fuese humana, era demasiada bondad en un ser, para mí, ella siempre fue mágica. Cómo el atardecer que estábamos divisando. Dánae me pidió que nos quedásemos un rato para ver cómo atardecía ya que le parecía bonito, yo no iba a ser quien le quitase la ilusión de tener su atardecer romántico conmigo. Hay cosas que se desean desde el alma, y no se pueden rechazar.

La tenue luz desapareció y la luna se apoderó de toda la noche, acompañada de las estrellas. Ambos nos acostamos sobre la manta, la noche era cálida, el cielo seguía siendo el mismo que observamos juntos en Florencia, pero las cosas habían cambiado desde entonces. Miré su cara, completamente inocente, sorprendida aún de ver el cielo, aunque siempre pensé que no se debía al cielo, si no a lo que imaginaba detrás de él, el universo.

                                                                   
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Jay no quitó sus ojos de los míos, seguía intimidándome como al principio, o incluso más, pero eso no iba hacer que quitase los míos de los suyos. Me acerqué más a su cuerpo, buscando el abrazo perfecto, la mirada intensa, el beso decisivo. Su nariz rozó con la mía para provocar dos sonrisas que sólo estaban ocurriendo en una parte del mundo, en esa playa de la isla de Elba.

Ahí me di cuenta, cuando sientes que eres de esa persona, que nuestras almas han estado conectadas desde antes, mucho antes de conocerse, estábamos destinados a conocernos y tenía claro que no me arrepentiría de nada que pasara esa noche. Besé sus labios sutilmente, moría por conectar con él de otra manera. Su mano acarició mi rodilla, subió hasta mis muslos y un escalofrío hizo que me estremeciera.

Desabrochó la tira de mi biquini, pero esta vez no lo paré, por primera vez, sentí que era el momento y no lo pararía a no ser que él me lo pidiese.

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Su cuerpo no se encontraba en ningún museo de arte, tampoco lo había estudiado en ninguna clase de griego, mucho menos en latín, y por más que le daba a la cabeza no llegaba a comprender cómo nadie se había dado cuenta de que Dánae era la obra perfecta, el lienzo cargado de pasión, el mito que nadie conoce, la pincelada continua, la armonía perfecta en un acorde; era la canción que nunca había escrito. Pasaban muchas cosas por mi mente, pero seguía perdido en ella, nunca antes sentí eso, ¿Qué me estaba pasando?. No quería seguir pensando.

Era tarde y nuestros cuerpos seguían desnudos en aquella cálida playa. Me levanté lentamente y le pedí que agarrase mi mano con fuerza, ella no preguntó nada, noté que algo había cambiado en su mirada, y estaba claro que ambos estábamos sintiendo lo mismo, mente y alma conectadas. Sería más fácil de cualquier manera que ella me salvase, porque yo estaba cayendo lentamente, sin que nadie se diese cuenta. No lo pensé más y la llevé corriendo hasta el mar. El agua estaba fría, demasiado, pero no tendría otra oportunidad así a su lado.

—Jay te mato, ¡ESTÁ MUY FRÍA!—dijo metiendo mi cabeza bajo el agua.

—Dánae no te asustes.

—¿Qué pasa?—su cara parecía el cuadro más famoso de Edvard Munch.

—¡Corre!, ¡Viene la policía, esto no es una playa nudista!—ella soltó una palabrota y salió del agua mientras ambos no podíamos parar de reír.

Hoy no dejo un meme, hoy les traigo nuestro estado emocional después de leer este capítulo.

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