Mi Regreso

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– No, mamá – Le respondo – una de las condiciones que le puse a Mati para darle techo en casa era que no podía decirle a León sobre Luz Mamá asiente con la cabeza ¿Qué pasa? Le pregunto cuando noto su aire de desaprobación.

– Nada, solo me preguntaba. – Mamá es una pésima mentirosa

– ¿Qué te preguntabas? – Decido insistir.

– No me malinterpretes hija, me encanta que hayas vuelto. Te extrañamos mucho, pero ¿por qué volviste? ¿y por qué ahora? – Pregunta con curiosidad. Sus ojos en la carretera, pero sus oídos en mí.

– Por Luz. Por ella volví. – Frunce el entrecejo – No me malinterpretes mamá, yo también los eche en falta. Pero sabes mejor que nadie que no me gusta Chile, nunca me gustó, nunca me sentí parte de este lugar como ustedes. Pero, Luz merece conocer a su padre. – Y León a su hija...

– ¿Le vas a decir a León? – No logra ocultar su tono de sorpresa. Suspiro.

– Todo a su tiempo. Necesito estar lista para verlo, para enfrentarlo, para contarle todo. – Me crece un nudo en la garganta de pronto. – No sé cómo hacer, mamá, si te soy sincera no ha pasado un día de estos siete años que no haya pensado en él, nunca he dejado de amarlo y siento que eso va a arruinarlo todo. Yo no lo dejé por dejar de amarlo y después de Luz no hubo forma de olvidarlo. Tengo miedo mamá – Las primeras lágrimas que aguantaba se escapan y se abre el grifo. Apoyo la cabeza en mis manos y lloro como hace mucho no lloraba. – Estoy segura que me odiará cuando le cuente de Luz. Ha pasado demasiado tiempo. – Suelto entre sollozos.

– Vénganse un par de días con nosotros antes de instalarse en la casa nueva, hija. El campo te va a ayudar a calmar. – Ofrece y yo acepto con gusto. No quiero enfrentar las consecuencias aún.

Cuando llegamos a casa de mi hermana, toda la familia estaba ahí para recibirnos. Sebastián mi hermano es el primero en acercarse a saludarme con un abrazo fuerte.

– Bienvenida de vuelta, cabra chica – Al escucharlo decir ese apodo me invade un sentimiento de nostalgia. Sonrío en respuesta.

Diana y Adela me saludan después de saludar y llenar de amor a Luz. Mis sobrinos están tan grandes que ni me lo creo. Sabrina tenía cinco años cuando me fui y era tan chiquita que daba miedo hacerle daño de un abrazo nada más. Hoy tiene doce años y casi me alcanza en altura. Diego ya tiene casi quince y es más alto que yo, su voz es mucho más ronca y es igual a mi cuñado. Samuel tiene trece años y es un poco más bajo que Diego, pero los cambios en su voz son igual de notorios.

– ¿Dónde está Belén? – Pregunto mirando a Sebastián después de saludar a mis sobrinos. Ella es la que falta.

– Con su mamá, pero la traen en un rato. – Me explica antes de sonreír con los labios fruncidos.

– ¿Mami puedo jugar con los primos a la play? – Me pregunta Luz cuando Sabrina le dice de jugar arriba.

– Obvio hija. No te olvides que después vamos a comer y te toca tu medicina ¿sí? – Le beso la mejilla y la veo correr con sus primos al piso de arriba.

Los adultos nos quedamos conversando abajo, poniéndonos al día. Todos evitan hablar de León, pero yo no puedo hacerlo más. Estoy aquí y hasta aquí llegó el acuerdo.

– Sé que quieren preguntar. – Digo cuando se callan un segundo. – Vine por Luz, porque es tiempo de decirle a León de ella. – Trago saliva. – Quiero estar lista primero así que agradecería que nadie le mencionara siquiera que estoy aquí. No quiero que me busque. Todavía me queda saber cómo se lo diré, pero la decisión está tomada. – Se miran entre sí como si tuvieran algo que decir. Como si telepáticamente se estuvieran pasando una pelota para ver quién dará las noticias primero. No sé qué será y aunque la curiosidad empieza a matarme aclaro mi garganta y digo: – Lo que sea que quieran contarme, cualquiera sea la información que tengan, no me la digan si eso puede afectar mi decisión.

Nunca es tardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora