Su Regreso

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2 de diciembre de 2014

Llegué – Dije al entrar por la puerta. El sonido de las llaves de casa hizo eco, algo andaba mal. Antes de seguir hablando me paré en seco. Las valijas en frente de mí me desconcertaron. – ¿Sol? – La llamé. De pronto caminó hacia mí y logré verla por fin. Su pelo castaño rizado brillaba porque acababa de arreglárselo. – Amor, ¿qué es esto? – Pregunté con pánico e incredulidad. Sol evitaba mirarme a la cara – Miráme, amor. – Cuando levantó la vista para mirarme pude notar que había estado llorando. Tenía los ojos rojos e hinchados y me miraba con expresión cansada. Aun así, se veía preciosa. – ¿Qué pasa?

– Me voy, León. – Lo dijo apartando la mirada. El corazón me dio un vuelco.

– No, pero, si dijimos que lo íbamos a hablar. – Estaba empezando a desesperarme. Tenía planeado todo lo que diría, tenía buenos argumentos para evitar que se fuera.

– No hay más que hablar, León. Ya tomé mi decisión, me voy. – Su voz sonaba más fuerte de lo que esperaría, o yo la escuchaba fuerte porque no podía creer lo que me estaba pasando y todo lo demás estaba en silencio.

– Vos no pudiste comprar boletos para hoy mismo. Es imposible. – Dije en completa negación.

– Tienes razón. – Suspiré, demasiado pronto, con alivio. – No compré boletos para hoy, pero sí los compré y me voy hoy porque no puedo vivir más aquí. – Sus palabras fueron como una daga en el pecho.

– Sol, escucháme, quedáte. – Le tomé las manos y le rogué. Su rostro se contrajo y dejó caer un par de lágrimas. – No te vayas. – Su mentón tembló.

– No voy a volver a la distancia, León. Si me quedo, despedirme después va a ser peor. Es lo mejor para los dos. – Soltó mi mano y sollozó por lo bajo. – Se acabó. – Esas dos palabras me pegaron tan fuerte que me quedé pegado al piso y no pude hacer nada cuando tomó sus valijas y caminó a la puerta. – Me gustaría que las cosas fueran diferentes, porque te amo. – Sollozó – Pero tengo que hacer esto. – Dijo antes de salir por la puerta y se fue. Pasaron horas antes de que me diera cuenta de que estaba llorando.

Me quedé solo, sin ella. La primera noche fue horrible. No podía dormir, el silencio era ensordecedor y, encima de todo, la casa todavía olía a ella, mierda, si todavía estaba ahí hacía menos de veinticuatro horas. Me culpé, si hubiera sido valiente y hubiera confiado en ella la historia sería otra. Tuve tanto miedo que aún en ese momento no pude tomar la decisión, aún con mi dolor, no pude tomarla. Me levanté a las cinco de la mañana y fui a la casa de su mamá.

– Hijo, ella no quiere hablar – Me dijo con compasión en la mirada.

– Suegra... – Le rogué. Noté que sentía lástima por la situación, después de todo éramos familia gracias a mi relación con su hija.

– Yo no me meto. Los dos tomaron sus decisiones y los dos deben enfrentarlo como adultos. – Sentí un poco de reprimenda en su tono y bajé la mirada.

– ¿Qué hago? Suegra, yo a su hija la amo con todo lo que soy, pero no puedo irme. No así como así cuando no se si nos irá bien. – Era un cagón[1], lo sabía. Metía excusas para justificar lo que decidí, pero en el fondo todo era porque tenía miedo.

– Hijo, si no eres capaz de tomar ese riesgo por ella, entonces no le insistas. Se harán mal el uno al otro. Si quieres mi consejo – Me dijo con seriedad – No puedes forzarte a hacer algo si no estás seguro porque terminarás resentido y eso los va a arruinar para siempre.

– Pero yo la amo. – Trataba con todas mis fuerzas de aguantar la urgencia de llorar.

– Y ella a ti, pero a veces el amor no es suficiente. – Lo sabía, sabía que ella tenía razón, pero no quería aceptarlo. Siempre quise creer que nuestro amor bastaba para lo que fuera, pero la verdad es que ella tenía razón. A pesar de que tenía ganas de entrometerme en su casa de igual manera, ir hasta Sol y convencerla de que se quedara a mi lado, me fui. Ese día no dormí, me quedé mirando al techo.

Nunca es tardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora