Noviembre 1999| Parte 2

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Sin vacilar ni un segundo, Alexander lo agarró por el cuello, pero Danijel se liberó con un rápido giro, le inmovilizó ambas manos en la espalda y manteniéndolo sujeto lo condujo en dirección al jeep.

Cuando estuvieron frente a la puerta del conductor, le soltó uno de los brazos, abrió la puerta, lo empujó hacia el interior y la volvió a cerrar. Golpeó el techo del vehículo con la palma de la mano y dijo:

—Buen viaje.

Mi ex estaba rabioso, pero no se atrevió a bajarse. Puso la música a todo volumen e hizo rugir el motor. Por un momento pensé que iba a atropellarnos, pero se limitó a abandonar el aparcamiento a la velocidad del rayo.

La escena me resultaba tan familiar que no pude evitar echarme a reír otra vez.

Danny se quedó mirando el jeep.

—Qué tipo tan simpático ese Alexander.

—Por lo menos no juega a esa apuesta de los números de teléfono— Me dejé caer al suelo y él se tambaleó, lo que volvió a provocarme la risa.

Me observó con gesto crítico.

—Debes irte a la cama— decidió, mientras me agarraba por las axilas y me ayudaba a incorporarme —Vamos a entrar un momento a por mis cosas, avisaré a los demás y luego te llevaré a casa. Mi automóvil está allí.

—¡Estoy estupendamente! —protesté.

Regresamos juntos a la abarrotada discoteca y me acompañó a la barra.

—¡No te muevas de aquí, vuelvo en dos minutos!

Hasta ese momento no me había dado cuenta de que había ratones de trapo colgando del techo.
Me pareció tan gracioso que me entró un ataque de risa.

Danny había regresado y me miraba con cara de preocupación.

—Simon volverá con Ricky. Les he dicho que te llevo a casa. ¿Puedes caminar?

—Por supuesto —balbuceé. Me levanté del taburete y me caí cuan larga soy. Con un suspiro,me ayudó a levantarme, colocó uno de mis brazos alrededor de sus hombros y me llevó hacia el aparcamiento. Desbloqueó el vehículo desde lejos y luego me abrió la puerta trasera.

«Tienes que ir en el asiento de atrás como un perro»,
dijo mi voz interior.

Me dejé caer sobre el cuero claro. Me llamó la atención que tanto las alfombrillas como la iluminación del equipo de música y todas las luces interiores fueran azules. ¡Azules! Había equipado el automóvil a juego con su color de ojos. Me entró otro ataque de risa.

—¿Qué es lo que te resulta tan gracioso?— preguntó, mientras subía al vehículo.

—¡Tú! —respondí, sin parar de reírme.

—Me alegra divertirte tanto— Encendió el GPS — Dame tu dirección.

De repente me sentí más despejada.

—¿Qué?— dije con voz quejumbrosa — ¡No puedo ir a casa en este estado, mis padres me matarían!

—Bueno, esto lo tendrías que haber pensado antes. ¿Tu dirección?

—Llévame directamente al cementerio— le indiqué con teatralidad —Seguro que hay alguna tumba vacía. ¡Puedes dejarme ahí!

Antes de desplomarme, tuve el tiempo justo de oírle suspirar con resignación.

Lo siguiente que recuerdo es cómo Danny me sacaba a rastras del automóvil. El frío viento de la noche me dio en plena cara.

—¿Dónde estamos? —le pregunté, mientras él apoyaba mi cuerpo contra el suyo.

Tan cerca del horizonte © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora