Diciembre 1999

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Jörg Pfisterer había vuelto a leer el expediente entero antes de cerrarlo definitivamente. Lo hizo no porque no conociera hasta el más mínimo detalle de su contenido, sino porque así, tal vez, le resultaría más fácil despedirse. Lo único que hacía la situación un poco más soportable era el hecho de saber que no tenía por qué ser una despedida. Se trataba más bien de una formalidad.

Había acompañado al muchacho durante cinco años. El primer año en el hogar infantil, después en la vivienda asistida y, finalmente, en el verano de 1996, le ayudó a mudarse a su propio apartamento. Esto fue poco después de la sentencia. El juicio había durado casi un año. Para Danny fue muy difícil tener que revivir toda la historia delante del tribunal, pero demostró una gran valentía. Juntos habían demandado a su padre ante todas las instancias y, finalmente, habían ganado el caso, lo que, por supuesto, era justo y previsible. Sin embargo, todo debería haber ido mucho más rápido, puesto que el delito era flagrante, pero la madre de Danny resultó ser un obstáculo, defendiendo a su marido y contradiciéndose continuamente.

Acababan de salir de todo aquello cuando llegó el siguiente golpe, aún más duro que el anterior. Jörg sabía que Danny todavía no había asimilado esa locura, y que no sería capaz de asumirla nunca, por muchos años que pasaran. Nadie podría hacerlo, era demasiado cruel, insoportable y definitivo.
A pesar de todo, Danny había sacado buenas notas en los exámenes finales del bachillerato. Sin
embargo, había desechado su sueño de matricularse en la universidad para estudiar algo relacionado con el deporte. Estaba convencido de que no podría escapar a su destino, por lo que, a su modo de ver, empezar una carrera universitaria no tenía ningún sentido. A Jörg todo esto le dolía en el alma. El muchacho se había convertido en un hijo para él. Lo quería y, si hubiese sidonecesario, lo habría adoptado inmediatamente y sin dudarlo un momento.

Danny fue optimista y pensó que podría cumplir su sueño de convertirse en entrenador personal sin necesidad de estudiar una carrera. Cuando vio todos los logros que alcanzaba en el deporte y que empezaba trabajar de entrenador, su tutor tuvo que admitir que realmente los estudios no habían sido imprescindibles. Sujetó el expediente con una goma y lo archivó. En el piso de abajo, los preparativos de la fiesta de cumpleaños estaban en plena marcha. Este año, Danny lo celebraría en el hogar infantil.

Allí tenía a sus amigos y se sentía en casa. Christina, Ricky y Simon iban a llegar dentro de un rato. Habían insistido en contratar a un puñado de strippers, pero las damas no llegarían hasta la noche, cuando los niños del hogar estuvieran ya en la cama. El regalo que Jörg tenía para él estaba abajo, cuidadosamente envuelto, junto a los demás. También había invitado a la madre del muchacho, pero no creía que acudiera. En todos estos años no había ido nunca.

Llamaron suavemente a la puerta y Danny entró en la habitación.

—Eh— saludó —¿Te vienes abajo con los demás?

Jörg se levantó y lo abrazó.

—Feliz cumpleaños, pequeño— Le dio unas palmaditas amistosas en el hombro y se quedó observándolo.

Lo conocía a la perfección y enseguida se dio cuenta de que algo le preocupaba.

—¿Qué pasa? —preguntó. El chico se encogió de hombros y no dijo nada.

—Siéntate —le ordenó Jörg, dejándose caer de nuevo en su silla detrás del escritorio. Danny obedeció.

—Cuéntamelo —le pidió.

Danny no paraba de mordisquearse la uña del dedo índice, nervioso.

—He conocido a una chica.

—Pero ¡eso es maravilloso!

Tan cerca del horizonte © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora