Agosto 2000| Parte 5

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—Sobre la colina que hay a la izquierda del cementerio está ese lugar en el que parece que se unan el cielo y la tierra, the gateway to heaven- Se deslizó hacia mí y colocó mi barbilla en la dirección correcta —Justo ahí.

—Es verdad— Tuve que admitir que tenía razón. La línea del horizonte era cada vez más fina, hasta que parecía desvanecerse.

—«Y mi alma extendió las alas por completo y echó a volar por tierras silenciosas como de vuelta a casa»— entonó Danny en un susurro.

Un escalofrío me recorrió la espalda y se me erizó el vello de los brazos.

—Triste, pero bonito— respondí en voz baja.

—Es mi estrofa preferida de Noche de Luna, un poema de Eichendorff. Trata de la reunificación de lo que está separado. La frontera entre el cielo y la tierra se diluye y esto hace posible que se pueda saltar de un mundo al otro. Los vivos pueden ir al mundo de los muertos y al
revés. Pero solo funciona cuando el horizonte está tan cerca de la tierra como ahora mismo allí detrás.

—No puede ser.

Danny me lanzó una mirada interrogativa.

—Solo se trata de una leyenda.

—No me refiero a eso— Confundida, intenté ordenar mis pensamientos —¡El día que nos conocimos estaba en la noria y pensé en la primera estrofa de este mismo poema! Media hora más tarde viniste a hablar conmigo. Y ahora estamos hablando de esos versos. Qué locura... ¿no crees?

Danny se encogió de hombros, impasible.

—No es tan raro. A menudo tenemos presentimientos, lo que pasa es que no nos damos cuenta porque estamos ocupados con cualquier tontería.

—¿Un presentimiento?— La conversación empezaba a ser demasiado espiritual para mí —¿De qué? ¿De esta conversación? ¿O de que iba a conocerte?

—¿Quién sabe? Aunque tal vez también...

En ese momento se abrió uno de los tragaluces que teníamos un poco más abajo y apareció la cabeza de una mujer con el pelo rizado.

—Hombre, Danny...— lo reprendió —¿Por qué no puedes sentarte debajo del tejado, como la gente normal?

—Aquí las vistas son más bonitas— contestó él —¿Quieres subir tú también, Britta?

Ella chasqueó la lengua.

—¿Y qué más? ¿Os traigo también un té y unas pastas?

—¡Si!— bromeó Danny —Es una idea fantástica.

Antes de que cerrara la ventana, todavía la oí murmurar algo como «¡bajad de ahí ahora mismo!».

—¿Lo dice en serio?

—Espero que no— Danny se rio por lo bajo —No me gusta nada el té.

—Qué tontería, a todo el mundo le gusta el té.

—A mí no— repuso, mirándome con una expresión de disculpa —Tuve una mala experiencia.

—¿Con el té?— pregunté incrédula.

—Es una larga historia— Hizo un gesto negativo con la mano antes de volverse hacia mí —Deberías acordarte de lo que pensaste ese día y, en el futuro, mantener los ojos bien abiertos. Entonces te ocurrirán este tipo de cosas más a menudo. Quién sabe, tal vez en el futuro te sirva de ayuda.

—No lo entiendo, ¿cómo podría servirme de ayuda?

Danny se quedó callado un rato. La luz alrededor empezó a cambiar, adquiriendo un tono rojizo e irreal.

—Un día, cuando yo ya no esté, te acercarás al horizonte, entonces tal vez también estarás cerca de mí...

—Para ya— lo interrumpí, un poco malhumorada —¡Se me pone la carne de gallina!

—Tú solo acuérdate, Ducky, por si acaso.

—No deberíamos ni pensar en eso.

—Lo sé.

De nuevo se abrió la ventana y Britta se asomó. No traía ni té ni pastas.

—¡Haced el favor de bajar ahora mismo!— gritó, gesticulando con las manos —Si os ve la propietaria, tendrás problemas de verdad.

—¡Ya nos vamos!— dije en tono conciliador. Miré una última vez hacia el horizonte, hacia el sol de color rojo sangre. A continuación, me puse de rodillas y avancé a gatas hacia el garaje.

Danny se tumbó de espaldas sobre las tejas calientes.

—Ahora voy, dame cinco minutos.

Tan cerca del horizonte © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora