Septiembre 2000| Parte 4

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Lo reconoció inmediatamente.

—Buenos días— saludó Tara, con amabilidad, cuando los dos entraron en la consulta.

Estuvo a punto de echarse a reír al ver a la muchacha que iba agarrada de la mano de Danny.
Era casi una cabeza más baja que él, y seguro que otras muchas cosas no le llegaba ni a la suela del zapato.

«¿Y por algo así me mandó a paseo? ¡Parece una broma de pésimo gusto!».

Se sentía indignada, herida en su ego, pero estaba en el trabajo y no dejó que se notara.
Si a Danijel le había sorprendido encontrarla en la consulta, lo disimulaba muy bien. Hizo como si no la hubiese visto nunca y le tendió su tarjeta sanitaria.

Tara introdujo los datos en el ordenador y les dio a cada uno el cuestionario que los nuevos pacientes debían cumplimentar.

—Allí detrás está la sala de espera— indicó amablemente —Por favor, rellenen el cuestionario y en unos minutos les llamaré a uno después del otro.

Los dos se retiraron agarrados de la mano. Tara sacudió la cabeza con fastidio. Detestaba estas cursilerías. Con mucha calma, preparó la documentación y el instrumental para los análisis de sangre, atendió todavía una llamada telefónica y se dirigió a la sala de espera. Empezaría con él.

—Señor Taylor, por favor— pronunció en voz alta. Él se levantó, le dio un beso a su novia y siguió a Tara a la sala de curas.

—Por favor, tome asiento. Empezaremos enseguida— Él obedeció y ella lo miró disimuladamente. Llevaba un jersey de marca muy caro y el pelo despeinado a propósito; parecía que, al salir de allí, tuviese que ir a una sesión de fotos. Le enfurecía pensar que pudiera ser así y que se llevaría con él a aquella muchacha del montón. Mientras preparaba las cánulas y se ponía los guantes, se preguntó si debía seguir fingiendo que no lo conocía, pero decidió que no.

—¿Qué brazo prefiere?— preguntó amablemente, sentándose frente a él. Le llegó un agradable olor a gel de ducha y loción de afeitar. Cruzó provocativamente sus largas piernas y se inclinó hacia delante de tal manera que él pudiera ver su amplio escote. Consideró un éxito que Danny dejara vagar unos instantes la vista por él, antes de mirarla a la cara con indiferencia. Pudo ver tal frialdad en sus extraordinarios ojos azules que casi se le congeló la sangre de las venas.

—Da lo mismo— respondió con aire de desconfianza.

Le levantó la manga izquierda y le clavó la aguja en la vena.

—¿Cómo estás, Danny?

—Muy bien— No dejó de mirarla ni un segundo —¿Cómo estás, Tara?

—Muy bien, también— gorjeó ella. «Vuelvo a tener novio, es italiano y guapísimo. Es mucho más apasionado que tú. Se llama Angelo Lamonica».

Por supuesto, no se lo dijo: habría sonado infantil.

—Pensaba que no me habías reconocido— añadió.

—Pues sí, lo he hecho— aclaró él, alargando las palabras y sin dejar de mirarla. Siempre se sentía intimidada por aquella mirada acusadora.

—Es solo que no sabía si tú querías que te reconociera
— continuó él.

Llenó la primera jeringuilla de sangre, la sacó de la cánula, le puso con cuidado el tapón, y llenó la segunda.

—¿Por qué no iba a querer?— susurró ella, con demasiada suavidad —¡A fin de cuentas no soy rencorosa!

«Mierda, ¿por qué lo he dicho?».

Tan cerca del horizonte © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora