Julio 2000

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Era viernes por la tarde. Yo estaba junto a mi maleta en el salón de Danny cuando, por la ventana, los vi por fin llegar. Ya empezaba a creer que no soportaría su ausencia por mucho más tiempo. El hecho de no verlo se había convertido en algo casi insoportable. Fue tan bonito volver a tenerlo cerca... Estaba decidida a quedarme hasta el domingo por la noche.

Me hizo sitio en su armario para que colocara mis cosas y me cedieron uno de los estantes del cuarto de baño.

Había traído una camita de mimbre para Leika y la deje en la habitación de Danny. Me dieron total libertad para que me acomodara como quisiera. Estoy segura de que si además hubiese traído tres cebras, cinco emúes y dos niños hambrientos de Namibia, a los dos les
habría parecido la mar de bien.
Christina estaba radiante, no tuve más remedio que admitirlo, muerta de envidia. Ya no estaba tan flaca, sino que había adquirido una delgadez estilizada. Le brillaban el pelo y los ojos. Era realmente bonita; habría formado una pareja espectacular con Danny.

—¡Lo he conseguido!— me contó, rebosante de felicidad—Tengo un trabajo temporal en el gimnasio. Trabajaré en el bar tres días por semana.

—¡Es fantástico, Tina, de verdad!— Me alegraba por ella.

—Danny tendrá que llevarme e ir a buscarme, no hay ningún autobús que llegue hasta allí. Pero será provisional, hasta que consiga una plaza para cursar una formación. Durante las últimas semanas he mandado muchas solicitudes, alguna tiene que llegar a buen puerto.

¡Vaya, cuántas buenas noticias!

—Tina— empezó Danny —Si quieres sacarte el permiso de conducir, me lo dices; te lo pagaré. Luego podemos compartir mi vehículo o te compro uno para ti.

—Eso nunca— respondió ella con obstinación —No quiero ni una cosa ni la otra. Ahorraré y me lo pagaré yo misma.

Danny suspiró.

—Vaya tontería, a mí no me importa.

O sea que era así como funcionaban las cosas. No era que Christina pidiera, sino que era él quien se lo imponía. Decidí no darle más vueltas al asunto y meditarlo en otro momento.

Pasamos toda la tarde tumbados en el sofá y pedimos unas pizzas. Puesto que ni Christina ni Danny comían carne, elegimos una variante vegetariana; yo me propuse mantener este hábito alimentario en el futuro.

Formábamos una estampa bastante curiosa. Danny estaba despatarrado en el sofá; yo, a su lado, tumbada sobre su brazo, y la cabeza de Christina reposaba sobre su vientre. Engullimos pizza hasta que no pudimos más y bebimos litros de refresco. Normalmente, Danny tenía mucho cuidado a la hora de alimentarse bien, pero de vez en cuando también se pasaba de rosca. Vimos dos comedias en DVD y casi nos caemos del sofá de la risa.

Alrededor de la medianoche nos obligamos a levantarnos para ir a la cama. Nos encontramos
los tres en el baño. Ya no me sorprendía que Christina se cambiara de ropa delante de Danny. Se lavó los dientes en ropa interior. El movimiento circular que hacía con el brazo provocaba que su pecho se bamboleara alegremente. Danny se cepillaba los dientes frente al otro lavamanos en calzoncillos y con una camiseta Armani de color blanco y gris. Nuestras miradas se encontraron en el espejo. Azul, verde y marrón. Mientras agarraba yo también mi cepillo de dientes, me quedé observando a Danny. Si en algún momento había mirado el pecho de Christina, lo había hecho de una manera tan discreta que no pude sorprenderlo. A continuación, fui al dormitorio a cambiarme de ropa. Todo tiene sus límites.
La ropa de cama era de raso reversible: por un lado era azul; por el otro, gris. La tela dejaba una agradable sensación de frescor en la piel y olía a recién lavada.

Danny entró en el dormitorio y cerró la puerta detrás de él. Leika ya estaba tranquilamente acurrucada en su camita. Se había alegrado tanto de volver a ver a Danny y a Christina que incluso se había tumbado sobre la espalda para que le acariciaran la barriga.

Tan cerca del horizonte © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora