Mayo 2000

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Ya sabía la fecha del examen práctico para sacarme el permiso de conducir. Danny había terminado su formación con una nota media de sobresaliente.

Jörg, Christina, Ricky, Simon, él y yo fuimos a celebrarlo. Vanessa no vino. Había roto con Ricky y, aunque había sido de un modo amistoso, prefería no verlo de momento.
Primero fuimos de copas y después estuvimos sentados hasta altas horas de la noche en la terraza de Danny.

Mientras Christina se encargaba de limpiar los restos de la fiesta, él nos acompañó a casa.

—Pronto se acabará esto de llevarme de un lado otro —Entrábamos en el aparcamiento frente a mi casa y él apagó el motor —¡Solo cuatro semanas más y luego podré conducir yo misma!.

—No me molesta acompañarte, Ducky. Lo hago con mucho gusto.

—Pero a mí me molesta. Quiero poder ir a tu casa sin mi hermano.

Asintió con la cabeza.

—Claro, lo entiendo, pero entonces necesitarás un vehículo. Compraremos uno. ¿Cómo te lo imaginas?

—Todavía no te lo había dicho, pero ya tengo uno desde hace un año —respondí.

Se quedó desconcertado.

—Ajá. ¿Y por qué tienes un vehículo antes de sacarte el permiso de conducir?

—Cuando salía con Alexander... ya sabes que trabaja para Mercedes. Le gustaba comprar viejos Mercedes, modelos raros, para repararlos. Y yo le compré uno. Es un 190E, AMG, versión DTM. —Estaba muy orgullosa. Era un ejemplar único, restaurado con mucho cariño.

No habría querido ningún otro.

Danny adoptó una expresión de desprecio. No le sentó bien que el vehículo procediera de Alexander ni el hecho de que él no pudiera comprarme uno. Sospeché que era exactamente lo que tenía pensado regalarme para mi decimoctavo cumpleaños.

—¿Vale la pena, por lo menos? ¿Es seguro?

—¡Por supuesto!— respondí indignada —Es un Mercedes. No hay vehículos más seguros.

Volvió a asentir con la cabeza e intentó que no se le notara el enfado.

—Tal vez también deberíamos contemplar la posibilidad de que duermas en mi casa los fines de semana.

Se me aceleró el corazón. Hacía tiempo que lo deseaba, pero no me atrevía a decírselo.

—Si quieres...— contesté con marcada indiferencia.

—¿Por qué no? De todos modos, ya dormiste una vez allí.

Me pareció que hacía una eternidad.

—Pronto cumplirás los dieciocho, entonces nadie podrá decirte nada— añadió.

—Tampoco ahora se interpondría nadie. A mis padres les gustas mucho— le recordé. Era verdad, realmente les gustaba. Hacía algunas semanas fuimos todos juntos a comer para que pudieran conocerlo y enseguida les resultó simpático.

¿Cómo podía no gustar Danny a alguien?

—En cuanto regrese, puedes pasar todos los fines de semana en mi casa— sugirió, interrumpiendo mis pensamientos —También puedes quedarte entre semana, si no te resulta demasiado molesto ir cada día al trabajo desde allí.

«¿Regresar? ¿Por qué regresar?».

—¿En cuanto regreses de dónde? —pregunté con desconfianza.

Danny inspiró profundamente.

—Por favor, no montes una escena, deja que te lo explique.

Se me había acelerado considerablemente el pulso y empecé a tener calor. Lo miré atentamente.

Tan cerca del horizonte © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora