Agosto 2000

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Empezamos aquel caluroso sábado con tranquilidad. Por la mañana, temprano, yo me fui con Leika a la hípica. Danny salió a correr y después se fue a entrenar a su club deportivo.

A mediodía llevé a la perra a casa de mis padres y regresé sola. Leika estaba tan agotada por culpa del calor, que no quería que se cansara más. Después, Danny y yo fuimos a ver a Maya.
Dimos un paseo corto, porque las temperaturas ya eran demasiado altas. El resto de la tarde lo pasamos tumbados bajo el enorme tilo que había frente a las cuadras de los ponis, sopesando la posibilidad de ir a la piscina. Pero al final nos dio pereza, así que nos conformamos con comer un helado que fuimos a comprar a la gasolinera, remojarnos los pies en el arroyo y escuchar música.

Los gustos musicales de Danny requerían un período de adaptación: o bien se embriagaba con una música épica bastante tenebrosa, que nunca estaba lo suficientemente alta, o bien escuchaba baladas inglesas con letras profundas. Puesto que yo a menudo no comprendía su significado —a veces debido a la barrera lingüística o simplemente porque soy demasiado superficial—, él me lo explicaba o intentaba reflexionar conmigo sobre el asunto.

Comimos algo en un pequeño pub y pasamos el resto de la tarde en el sofá, a pesar del calor, o precisamente por eso. Christina se había ido a casa de una amiga el viernes por la tarde y no pensaba regresar hasta el domingo. Utilizaba la excusa de que necesitaba pasar más tiempo con Natascha, pero yo creo que simplemente quería dejarnos solos.
Vimos Matrix. Danny estaba tumbado de espaldas. Me sorprendí varias veces mirándolo disimuladamente en vez de prestar atención a la enmarañada película. Él se reía por lo bajo. A pesar de no verle la gracia al argumento, yo tampoco pude evitar reírme. Su risa me hechizó completamente, como siempre.

En un momento dado me puse de rodillas, me incliné hacia él y le toqué con cuidado el vello rubio del brazo tostado por el sol. Levantó los ojos lentamente y me atravesó con la mirada. Noté que el corazón me daba un vuelco y se me formaba un nudo en el estómago. Con aire seductor,
Danny extendió su brazo izquierdo y se golpeó el pecho para indicarme que podía recostarme sobre él, cosa que hice. Coloqué la cabeza sobre su hombro y me rodeó con el brazo. Me rozó suavemente la frente con los labios mientras me apartaba con cariño algunos mechones de la cara.

En el acto se me puso la piel de gallina y sentí cómo un agradable escalofrío me recorría la espalda. Expectante, giré la cabeza hacia él, mis labios buscando los suyos, y él me respondió con un beso apasionado.

«Esta noche sería perfecto», pensé. «Tina no está, estamos completamente solos».

Lentamente me puse encima de él mientras seguíamos besándonos apasionadamente. Me agarré a su camiseta e intenté quitársela. Se separó de mí con una sonrisa.

—Deberíamos parar.

«¿Por qué?».

Insistí con la mano debajo de su camiseta, dispuesta a levantársela, pero él me agarró y me presionó la mano contra mi muslo.

—No —dijo amablemente, pero con decisión.

Se me estaba empezando a agotar la paciencia.

—¿Por qué no puedo tocarte?

—Porque no quiero.

—Estupendo— gruñí — ¿Qué dirías tú si no pudieras tocarme?

Levantó las dos manos.

—Ningún problema, no volveré a hacerlo.

Solté un suspiro y le puse la mano en el hombro.

—Danny... No quería decir eso, tan solo pienso que deberíamos hablar del asunto en algún momento.

Tan cerca del horizonte © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora