Marzo 2000

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Llegó la primavera, y Danny y yo pasábamos mucho tiempo al aire libre, siempre que él no estuviera encerrado en el gimnasio entrenando. Entrenaba al menos cuatro noches por semana durante varias horas.

El fin de semana iba a menudo en bici hasta las cuadras en las que yo recibía mis clases de equitación. El hecho de que tuviera que recorrer casi veinte kilómetros para llegar no parecía importarle.

—El trayecto no me cansa, al contrario, me relaja— Según él, se trataba de deporte recreativo.

Una vez en las cuadras, tiraba su bicicleta al suelo, se sentaba sobre la valla del picadero, se comía una manzana y era feliz contemplándome. Tras la clase, yo solía cabalgar un rato por el campo y él me acompañaba en bicicleta. Después me ayudaba a limpiar el caballo y a llevarlo de vuelta al establo.

Mi grado de popularidad entre las otras chicas de la cuadra descendió en picado a causa de su presencia. De repente me había convertido en la del novio guapo, que por lo visto nadie pensaba que mereciera. En ningún otro sitio del mundo la veleidad de las mujeres se siente tan claramente como en un establo. Las muchachas se arremolinaban una y otra vez a nuestro alrededor -mejor dicho, alrededor de Danny- para observarlo. Él nunca se quejaba, pero me daba cuenta de cuánto le molestaba. Al principio era amable y servicial con ellas, como es natural en él, pero después no paraban de reclamar su ayuda. A veces para alcanzarles una silla de montar que estaba colgada en una de las perchas superiores; en otros casos, para lanzar una paca de heno por encima de la pared del establo, o sujetar a un caballo para que ellas pudieran subirse o bajarse más
fácilmente. Llegó un momento en que decidimos evitarlas y, claro, esto no me hizo gozar de mucha
simpatía.

Thorsten me acompañaba a menudo en automóvil a casa de Danny. Me llevaba los patines en línea e iba con él en las rutas que hacía en bicicleta. Por supuesto siempre tenía dificultades para seguirle el ritmo. Yo lo achacaba a que mis patines eran viejos y de mala calidad. Un amigo del gimnasio donde entrenaba le soldó un asa en el portapaquetes y le atamos una cuerda con un asidero. De esta manera, cuando el recorrido era muy largo, me podía agarrar de la parte trasera de la bici, cosa que hacía a menudo. Cuesta arriba me sujetaba para ahorrar fuerzas; cuando
descendíamos, para poder frenar mejor, y en llano, porque me divertía muchísimo dejarme llevar por él.

•••

En abril se acercaban los exámenes finales de Danny para obtener el diploma de Comercial en Deporte y Fitness, e hizo algo nada típico de él: se puso a estudiar.

Estaba empeñado en sacar buenas notas, a pesar de haber decidido dejar de trabajar en el gimnasio para dedicarse completamente a ejercer como entrenador. Quería establecerse por su cuenta para enseñar kick
boxing y kárate. A mí no me hacía ninguna gracia que dejara un empleo fijo. Ganaba suficiente dinero con las sesiones de fotos, mucho más de lo que ganaría nunca en el gimnasio, pero pensaba que un trabajo de modelo no tenía mucho futuro. Sin embargo, él no dejaba que me inmiscuyera en sus decisiones. Su objetivo era seguir ese camino y, en algún momento, dar el salto a entrenador personal, lo que, a mi modo de ver, tampoco era una ocupación que pudiera realizar hasta la jubilación. Pero por lo menos le iba bien: pronto consiguió un buen número de alumnos, de modo que tenía entre cuatro y seis horas diarias de entrenamiento.

A finales de abril decidió que, en el futuro, no competiría más. A partir de ese momento quería dejar la competición para sus alumnos. No hacía ni una semana lo había acompañado a un combate de contacto total. Habían peleado hasta el KO y casi me muero de miedo. Ganó Danny, pero fue una lucha muy larga y acabó con unas cuantas heridas: un ojo morado, la nariz sangrando, el tobillo dislocado y un corte por encima del ojo. Entonces deseé que lo dejara, o que por lo menos solo compitiera en contacto ligero, pero ahora que quería retirarse de verdad, tampoco me gustaba.

Cuando se lo dije se limitó a responder:

—He ganado todo lo que podía ganar. De todos modos, en esta vida no voy a llegar al campeonato mundial profesional. O sea, ¿qué sentido tiene seguir pegando a la gente sin ningún objetivo?

—Tiras tanto potencial a la basura...— lamenté.

—I don't care— contestó. Es lo que decía siempre que una discusión había terminado para él.

Tan cerca del horizonte © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora