Febrero 2000

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Esta vez, Danny no me hizo esperar mucho antes de dar señales de vida. No eran ni las cinco de la mañana del miércoles cuando sonó el pitido del teléfono. Lo agarré medio dormida y leí el mensaje:

Buenos días:

¿Te apetece ir conmigo al viejo molino el sábado por la mañana? Está al lado de mi casa. Me gustaría presentarte a una dama muy importante en mi vida.

Me quedé un momento pensando si debía esperar antes de responderle, pero me pudo la impaciencia.

¡Por supuesto! Será un honor para mí conocer a una de las damas de tu corte, a pesar de que me resulta un poco extraño que la bella doncella viva en un molino...
¿Tengo que comprarme un vestido de noche y practicar las reverencias?

Al parecer, Danny no tenía tantos problemas con la paciencia como yo. Su respuesta no llegó hasta dos horas después, cuando estaba subiendo las escaleras de la oficina de ingeniería civil.

Te recomiendo llevar unos jeans y zapatillas de deporte. No vamos a tratar con nadie de sangre azul, más bien con paja y pelos de caballo. Trae a tu perra, le gustará el sitio.
Estaré a las 10 h. en tu casa.

Danny

El tiempo hasta el sábado se me hizo eterno. Cuando llegué con Leika al aparcamiento, él ya nos esperaba.
Estaba apoyado contra el lustroso BMW con su desenfado habitual y los brazos cruzados, como siempre. A pesar de que estábamos a principios de año, hacía calor.

Danny dio unos pasos hacia mí y me dio un beso en los labios. No fue más que un beso fugaz, sin embargo tuve la impresión de que el aire empezaba a vibrar. De nuevo tuve que concentrarme para no dejar de respirar.

A los ojos de mi perra, ese extraño acababa de cruzar claramente un límite. Leika empezó a gruñir con fuerza y se preparó para defenderme en caso de necesidad.

Danny sonrió.

—Eso sí es un buen recibimiento.

—Lo siento. Se altera con facilidad. Antes de que la adoptáramos era una perra callejera y lo ha pasado muy mal. Sufrió maltrato. Le pegaron e incluso le dispararon con una escopeta de perdigones. Dale tiempo, al final le gustarás.

Se quedó mirando a Leika con una mirada dulce, casi cariñosa.

—Ningún problema— respondió —Lo conseguiremos. Sé mucho de malos tratos. Vamos a ser buenos amigos, ya lo verás.

Abrió la puerta trasera del vehículo.

—Súbela. Le he traído algo, pero se lo daremos después. No es bueno que se sienta atosigada de entrada.

Dejar en paz a mi perra era la mejor manera de
ganarse su confianza. La mayoría de los desconocidos intentaban acariciarla de inmediato y lo estropeaban todo desde el principio.

—¿La subo sin más, sin una manta?— pregunté.

—Sí, claro— contestó Danny, un poco confundido. Al ver mi expresión vacilante, añadió—: No sé cómo era con tu Alexander, pero para mí, un vehículo no es un objeto de culto, sino de uso. Transporta a las personas, y también a los perros, de A a B. Así que súbela de una vez.

—Si después corre sobre la hierba mojada, a la vuelta ensuciará los asientos— señalé.

Danny se encogió de hombros y bromeó:

—Da igual. Cuando crea que está demasiado sucio me compraré otro.

Le quité la correa a Leika, le hice una señal para que subiera y reprimí una sonrisa de satisfacción. Lo que tal vez otros habrían calificado de presuntuoso, a mí me gustaba. Danny era capaz de mantener el difícil equilibrio entre la arrogancia y la simpatía.

Tan cerca del horizonte © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora