Junio 2000

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—Por Dios, ¿por qué corréis todos tanto?— protesté malhumorada.

Miré de reojo el velocímetro, que marcaba 220 kilómetros por hora.

—Es la velocidad óptima en la autopista— alegó Ricky a modo de disculpa —Pero, ¿qué quieres decir con todos? ¿Quién más conduce a esta velocidad?

—¡Danny también corre siempre como un loco!—respondí.

—Bueno, se trata de llegar algún día a nuestro destino.— A regañadientes, levantó el pie del acelerador y el Honda ralentizó la marcha —¿Mejor así?— Esbozó su resplandeciente sonrisa latina.

Asentí con la cabeza, aunque a estas alturas lo conocía lo bastante bien como para saber que, a la primera oportunidad, volvería a intentar incrementar la velocidad sin que yo lo notara.

Ricky me caía realmente bien, no solamente porque era simpático, amable y el mejor amigo de Danny, sino porque siempre podías contar con él. Es verdad que era un macho de manual, pero, a fin de cuentas, esto también lo pensé de Danny cuando lo conocí. A Ricky le gustaban todas las mujeres, especialmente cuando eran altas, rubias, con medidas de modelo y una buena delantera.

Vanessa no es rubia ni encajaba del todo con su ideal de mujer, pero en realidad tampoco había sentido nada profundo por ella. Los dos lo sabían desde el principio.
Habían pasado algunas noches apasionadas juntos y, cuando tuvieron suficiente el uno del otro, emprendieron caminos separados.

—¿Cómo conociste a Danny?— pregunté, mientras veía cómo la aguja del velocímetro subía de nuevo.

—Íbamos al mismo instituto en Rottweil. Lo conozco desde que llegó a Alemania.

—¿Al principio vivía en Rottweil?

—Sí, ¿no te lo ha contado? Se mudó cuando ingresó en el hogar infantil.

—No sabía dónde vivía antes— contesté —No le gusta hablar de sí mismo.
—¿Y a quién le gusta — replicó. Me pareció que mostraba demasiada indiferencia. Nos quedamos callados un rato, hasta que mencioné ensimismada — Pues vaya fastidio tener que irse a un hogar tan lejos de casa. Primero pierde a sus padres y luego tiene que separarse de su mejor amigo.

Noté la estupefacción de Ricky. Se quedó mirándome interrogativamente un poco más de lo normal.

—Se fue tan lejos por voluntad propia, no supuso ningún problema para él. Y en todo este tiempo nunca hemos perdido el contacto. En esa época yo ya tenía el permiso de conducir y un automóvil. El trayecto duraba poco más de una hora, ya ves que conducimos rápido— La aguja subió hasta doscientos, como si quisiera confirmar sus palabras. Ricky iba de nuevo a su velocidad habitual.

—Ya sé que Danny tuvo varios problemas con su padre— empecé a decir, titubeando, mientras observaba a su amigo con atención. Él se mordía el labio —Pero tuvo que ser igualmente duro para él perder a sus dos progenitores en un accidente de tráfico— proseguí.

—¿Un accidente de tráfico?— se le escapó. En este momento me quedó claro que algo no encajaba —Sí, fue muy duro para él— Intentó arreglar su metedura de pata.

—Me lo puedo imaginar— dije con indulgencia, para
transmitirle seguridad.

—Pero lo ha superado bastante bien— repuso con rapidez. Después pareció decidido a cambiar de tema —¿Cuándo tienes el examen de conducir?

—La próxima semana.

—Pues te deseo mucha suerte. ¿Crees que aprobarás?

—Creo que sí— respondí con optimismo. Mis pensamientos estaban ocupados con Danny. Me propuse preguntarle, a la primera oportunidad que tuviera, por qué me había mentido sobre sus padres.

Tan cerca del horizonte © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora