Febrero 2000| Parte 2

286 14 2
                                    

Mi voz interior también había sobrevivido a la caída.

—Déjame ver— pedí, agarrándole la pierna.

—¡No me toques!— advirtió, dándome un golpe en la mano. Me quedé mirándolo fijamente, desconcertada.

—¡Tan solo pretendía ayudar! ¡Lo siento— se disculpó rápidamente.

—I am sorry, lo siento, no quería hacerte daño, lo siento, sorry!

Sus exageradas disculpas todavía me confundieron más que su comportamiento.

«¡Un bicho raro!», oí gritar dentro de mí.

«¡No solo tiene una obsesión con el azul, sino también con la sangre!».

—Solo quería echarle un vistazo— alegué.

—¡No hace falta, estoy bien!— Se irguió, pero no hizo ningún ademán para ayudarme a levantarme.

Se limpió cuidadosamente las manos en el pantalón y pareció recuperar la compostura

—¿Seguimos?

Asentí con la cabeza y también me puse en pie.

—Ven, te ayudaré a montar otra vez— Me agarró por la espinilla, me empujó a lomos del poni y se puso a caminar a mi lado.

—¿No te vuelves a montar?

—No.

—¿Por qué no? ¿Tienes miedo?

Danny se rio con socarronería.

—¡Oh, sí! Nunca en la vida había tenido tanto miedo.

Se quedó callado mirándose las manos manchadas de sangre.
Leika no se separaba ni un metro de nosotros y noté cómo Danny volvía a construir el muro a su alrededor.

Su estado de ánimo había cambiado en un instante.

—¿Es por esta noche?— Se me ocurrió de repente —¿Acaso esto te impide participar en el combate?

Me miró y vi una sonrisa insinuada en las comisuras de su boca.

—¿Un rasguño en la rodilla?— Me miró arqueando una ceja, como si dudara de mi inteligencia.

—¿Pues entonces qué te pasa?— le pregunté en voz baja, pero él tenía de nuevo la mirada perdida y no volvió a dirigirme la palabra hasta que llegamos a su casa.

•••

Danny fue el primero en entrar en el apartamento. Cuando todavía estábamos en el pasillo, Christina salió a recibirnos.

—Tina— le dijo Danny en voz baja.

Solo con eso ella pareció comprender enseguida. Asintió con la cabeza, me agarró por el codo y me acompañó hasta el cuarto de baño. Me lavé las manos y
fue a buscar el desinfectante y una gran tirita.

—No te muevas, Jessica— pidió, mientras me enjuagaba la herida. La observé.

Tenía un rostro precioso, me recordaba a un ángel, aunque el color de pelo no acababa de encajar. A pesar de ser un poco más alta que yo, seguro que pesaba unos cuantos kilos menos. Me colocó la tirita con mucho cuidado sobre la herida meticulosamente desinfectada.

—Gracias— murmuré.

Me miró con ojos radiantes.

—De nada. Me alegro de poder ayudar.

—¿Por qué se comporta así?— le pregunté, señalando hacia la puerta cerrada del cuarto de baño.

—¿Comportarse cómo?— Christina parpadeó con demasiada inocencia, y tuve la sensación de que sabía exactamente a lo que me refería.

Tan cerca del horizonte © [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora