Capítulo 8. Mañanas frías y té caliente.

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Ese mismo día volví a la casa de verano, repasaba todo cosa en el camino como lo hacía cuando era un niño; la roca con forma de oso, el árbol de cerezo, el viejo molino, y la hermosa casa de verano. era el toque perfecto del paisaje, parecía siempre ser una casa llena de vida. Aunque por dentro no fuese asi, la tía Martha estaba postrada en la cama y al lado de ella estaba Sofía; en cuando la ví sentí como todo mis órganos recordaban como era estar junto a ella. Tambien  estaba en la habitación  Josselin quien se levantó abrazarme; ella llevaba siete meses de embarazo. Sentí esa alegría enorme de volverla a ver y está vez con un futuro integrante en la familia. El esposo Josselin  estaba también presente, era un hombre un poco más bajo que ella, un poco panzón y en la corona de la cabeza se reflejaba el inicio de una calvicie. Me preguntaba una mujer tan hermosa como Josselin ¿que habría visto en su esposo? Nobleza, amabilidad? Sea lo que fuese no cabía duda que se casó por amor.

— Hola cuñado — dijo el esposo de Josselin. Abrió sus brazos y me dió un fuerte apretón. Era la primera vez que lo veía y generaba tranquilidad y confianza, estaba seguro que sería un buen padre.

A mi tía Marta le dio mucha alegría verme, ella se esforzaba para ocultar lo terrible que se sentía, la enfermedad le robaba todas sus fuerzas pero nunca dejó de sonreír. Me acerqué a ella y tomé su mano.

— Estás de vuelta — la voz de la tía Martha era débil, cada palabra una detrás de la otra con lentitud.

— Lo estoy — le sonreí, aunque por dentro me agobiaba su enfermedad.

— Sabes que eres como hijo para mí. Recuerdo cuando eras un bebé, ibas desnudo a destrozar la huerta de tu madre solo porque deseabas comer los frutos— lentamente se dibujo una sonrisa en el rostro de mi tía Martha dejando ver sus dentaduras, todos en la habitación reímos, algunos con lágrimas cómo fue con Sofía y Josselin — desearía verte en el altar con una bella mujer, pero quizás mi tiempo en este mundo se está terminando — las palabras de mi tía Martha no eran de bienvenida, si no de despedida. Vi sus ojos brillantes casi apunto de lagrimear — por eso, quiero que me prometas que cuidaras de Sofía. Mi pequeña hija es tan testaruda que temo que la vida no la trate con amor.

— Lo prometo, pero debes mejorar te para ver nacer a tu primer nieto — Josselin sonrió sobando su barriga mientras sus lágrimas caían. Que contradictorio era verla llorar y reír a la vez, ese sentimiento de tristeza y felicida la hacía sentir peor aún, pues estaba esperando un bebé pero su madre estaba por partir — se que pronto estarás mejor y podrás ver a tus nietos correr por el jardín e ir detrás de Napoleón — yo esperaba que el universo escuchara mis palabras y me otrogara la dicha de ver en pie a mi tía Martha.

Por otro lado, William también vivía su propia dilema, un verdadero drama de amor. Esa noche mi tío Marcos vio entrar un hombre al palacio entre la oscuridad, aquél hombre subió por la ventana de la condesa y al abrir la puerta mi tío descubrió que la condesa veía con William, un pescador podré sin futuro que ofrecerle a la condesa Diana. Mi tío Marco enfurecido disparó su arma mientras William escapaba por la ventana. Corrió por el jardín con un rasguño en su brazo hasta llegar al mercado.

Desconsolado se fue a navegar en su bote a solas, William estaba seguro de que no la volvería a ver y que su historia de amor terminaría esa noche. Desde lejos podía ver la luz  que emanaba el fuego del faro, así de lejano se sentía de la condesa. Miró el agua y reflexionó << no soy nada sin mi condesa, quien es de amarla no puede vivir sin ella >> se paró en el borde del bote con intención de caer al agua y bajar a las profundidades << pero, sería cobarde morir sin antes luchar por ella>>.

William, el pescador había pasado toda la noche en su bote hasta caer los rayos del sol << ya es de mañana y me quedé profundamente dormido>> se dijo así mismo. El mar estaba tranquilo y silencioso, despejado de grandes barcos. Solo se podía escuchar el sonido de las gaviotas, el sonido de las olas al romperse contra la proa, el crujir de la madera del bote. Al llegar al muelle caminó hasta el palacio, subió por la ventana y se encontró a la condesa peinandose frente al espejo; se veía triste y cautiva por mi tío Marco Antonio. Ella no podía salir de su habitación, amenos que la acompañaste los guardia del palacio.

— ¿Diana? — dijo el pescador.

— William — la condesa se dió vuelva casi que dando un brinco por la sorpresa de ver ak pescador —¿que haces aquí? Podrían matarte si te ven cerca del palacio — puso sus manos en amplio pecho de William — ya debes irte.

— No quiero irme si no es contigo — la tomó de las manos y juntaron sus frentes— llevaría una vida vacía sin ti.

— Estás loco — la condesa se rió de él y luego lo besó.

— He estado loco desde el momento que te ví. Si no tienes miedos ni dudas, ve al mercado. Navegaremos el mar e irmeos lejos de España.

— lo haré, después de todo no es la primera vez que me secuestrada un pirata —dijo bromeando. William salió por la ventana y antes de bajar la condesa lo tomó de sus mejillas y le dió un último beso, uno profundo y cariñoso.

Diana guardó algunas de sus joyas entre su pecho, lo que el vestido le pudiese cargar. Salió de la habitación y detrás de ella sus guardias, subió al carruaje y pidió que la llevarán al mercado. Caminó entre las personas buscando el puesto donde William vendían sus peces, pero no lo vio por ninguna parte. Al levantar la mirada hacia el mar vio como el bote de William se perdía en el horizonte Y detrás de él un navío militar lo perseguía, los cañones se dispararon destrozando una parte del bote del pescador.

La condesa condesa se quedó de miento unos segundos, tratando de entender por qué su amado William la había dejo atrás. Subió al carruaje y volvió al palacio, caminó con prisa hasta el estudio de mi tío Marco, abrió la puesta casi que empujándola. Mi tío levanto la mirada y dejó de escribir en el papel sobre el escritorio.

—¿Que hiciste? — dijo la condesa con gran agitación. Una lágrima que pretendía pasar desapercibida por su mejilla fue borrada con su mano — dime ¿qué hiciste con William?

— Hice lo que tenía que hacer — se levantó de la silla y caminó hasta la ventana con las manos atrás —le prometí a tu padre que cuidaría de ti. Fue un gran amigo y se lo debo.

— Pero...— dereienre el capitán del navío militar llegó e interrumpió.

—¿Señor? — dijo el capitán iniciando su cabeza.

— Pasa — mi tío se dió la vuelta.

— Señor, el bote del pescador fue destruido y se dió al naufragio — eschar que existía la posibilidad de que William estaba muerto le rompió el corazón a la condesa y lloró.

— Bien, ya puedes retirarte —dijo mi tío Marco. El capitán salió por la puerta que daba al pasillo.

—¿Cómo pudiste?! — con enojo y tristeza la condesa salió del estudio, ella caminaba con prisa para alcanzar al capitán.

— Dime por favor que nada de esto es cierto — la condesa Diana secaba sus lágrimas.

— Lo lamento, pero todo es verdad— la miró por encima del hombro — te dije que te encargaras de tu amado pirata. Todo lo que pasó fue por tu culpa, si tan solo me hubieras dejado que yo me encargará de el aquella vez, no estarías viviendo este lamentablemente momento —camino unos pasos y se detuvo — quizás... Aún esté con vida, o quizás no. Ya debe de estar en el fondo del mar.

Los recuerdos huelen a rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora