Capitulo 1. Promesas

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Leamington, Inglaterra del nuevo mundo.


La primera vez que la vi, fue el 30 de noviembre de 1750. Yo tenía veintidós años cuando miraba desde mi oscura habitación la nieve caer, mi perro napoleón cabizbajo reposaba en la alfombra frente a la chimenea con sus patas cruzadas mientras el fuego consumía la madera. Levantó la mirada hacia la ventana y se asomó entre las cortinas azules oscuras, a lo lejos vio que algo se acercaba con rapidez, sus ladridos se escuchaban hasta mi alcoba. En el horizonte, entre los árboles un carruaje negro se aproximaba con prisa levantando la nieve del suelo con sus ruedas, los caballos que empujaban el carruaje relinchaban del cansancio, aparentemente de un viaje largo. El jinete detuvo a los enormes caballos jalando de las riendas frente a mi hogar.

Me levanté de la cama dejando a un lado el soldado de madera que mi padre me regaló antes de irse a la guerra contra los dokrums, se les llamaba así a las personas infectados con la sangre de un oscuro. Caminé hacia la ventana y con una de mis mangas froté el cristal para poder ver mejor el carruaje frente a mi hogar. El jinete abrió la puerta del carruaje para luego darle la mano a una mujer, sus guantes eran negros con un bordado de encaje y del mismo color su vestidura, también habían dos mujeres más jóvenes quienes la acompañaban. A pesar que habían pasado ocho años sin ver a mi tía Martha, la hermana mayor de mi madre, aun la recordaba como si el tiempo se hubiese detenido, en cambio, mi prima Josselin tenía un cambio notorio, lucia tan fresca como la primavera, alta y con una delgadez digna de un escultor. Pero quien realmente llamaba mi atención era la otra mujer que las acompañaba, ella era aún más joven y hermosa, casi de mi edad. Su cabello era de un rojo intenso y brillante como el sol, su piel pálida como el invierno.

Mi madre miró por el ventanal y al ver a mi tía abrió la enorme puerta de madera, corrió levantando un poco su vestido para no tropezar entre la nieve, el contacto fraternal entre ambas hermanas fue tan conmovedor que lloraron al mismo tiempo, sus lágrimas compartían un dolor tan profundo que solo ellas podían comprender, pues ambas había perdido el amor de su vida y en tiempos de guerra.

— Querida hermana, te extrañé tanto — dijo mi madre — te ves igual de bella como cuando te vi partir por última vez — le sonrió mientras secaba sus lágrimas.

— Ha pasado tanto tiempo—miró a su alrededor — la última vez que estuve en Leamington todo estaba en ruinas por culpa de los oscuros — suspiró.

— Esta ciudad fue la más afectada, pero poco a poco la ciudad se fue recuperando.  

Sin querer golpeé el cristal con mi frente, la mujer más joven entre ellas miró hacia la ventana percatando mi presencia como si yo fuese un fantasma atrapado en la habitación. Nuestras miradas se encontraron por un breve momento, ella parecía tan perfecta excepto por la "rareza" de sus ojos, su iris izquierdo era azul con pequeños destellos como el agua del mar entre las rocas, y su iris derecho era marrón claro, casi similar a la miel.

— Querida hermana — dijo mi tía Martha — lamento tu pérdida. En cuanto supe la noticia vine tan pronto como pude de Farnham.

— Gracias por venir desde tan lejos, sé que tienes muchos asuntos por atender — dijo mi madre. La tía Martha fabricaba los mejores vino de Inglaterra del nuevo mundo.

— Eres mi hermana menor, y no hay nada más importante que la familia sin importar el dinero o el prestigio —  tomó la mano de mi madre — la familia siempre debe permanecer unida pase lo que pase. 

— Tienes razón, es lo que decía nuestra madre. 

—¿Recuerdas a Josselin?— preguntó mi tía al mirar hacia atrás.

— ¿Cómo no recordarla? ha crecido tanto, ya es toda una mujer. Estoy segura que debe ser muy acortejada por jóvenes caballeros que andan en busca de una dama tan hermosa y sana.

Los recuerdos huelen a rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora